Hoy, al filo de la medianoche, noche de luna nueva, quienes habitamos en el hemisferio norte, y si estamos apostados en un sitio «sin contaminación lumínica y horizonte despejado», podremos deleitarnos con la actividad pico de la lluvia de estrellas llamada Perseidas por irradiar, en apariencia, de la constelación Perseo. Bautizadas Lágrimas de San Lorenzo, en memoria del diácono romano martirizado a la parrilla en agosto del 258 d. C., estas estrellas fugaces, fascinante espectáculo sideral –unos 100 meteoros/hora–, no darán tanta tela para cortar como el show de los (la)drones montado en la parada aniversaria de la guardia pretoriana, nacional y bolivariana, cuyo escenario, la avenida Bolívar de Caracas, concitó incredulidad y humor grueso respecto a la veracidad de la intentona tiranicida denunciada por el déspota mismo –o mesmo–, sus áulicos y los cortesanos habituales. Uno de estos, el yernísimo canciller Jorge Arreaza, endilgó a «los restos de la desactivada célula rebelde liderada por el ex policía Oscar Pérez», asesinado, recordemos, en una emboscada del gobernúculo –despectivo feisbuquiano acertadamente aplicado el régimen–, la autoría material del bombardeo aéreo teledirigido, pues, la responsabilidad intelectual se le atribuyó temerariamente a Juan Manuel Santos, quien en declaraciones suministradas a la Deutsche Welle ridiculizó los señalamientos de su desaprensivo (im)par venezolano –se encontraba bailando cumbia en el bautizo de una nieta, no volando papagayos a control remoto cargados de saltapericos y triquitraques–.
Aunque concedamos el beneficio de la duda a los autonominados Soldados de Franela y demos por cierta su participación en un plan de eliminación física del ilegítimo de origen y ejercicio presidente venezolano –reprochable como cualquier conato de homicidio–, unas cuantas incógnitas quedan sin despejar, tantas como incongruencias y contradicciones hay en las versiones oficiales de los hechos, en especial las provocadas por el video, a todas luces forjado y que en vez de explicar confunde, difundido en cadena nacional, aderezado con acotaciones del metroconductor de la nación.
Sospechoso, hipotético, supuesto y dudoso fueron, entre otros de similar significación, los adjetivos prodigados por agencias noticiosas y medios de comunicación internacionales al momento de calificar un incidente casualmente en desarrollo mientras el censo automotor patrio carnetizado apuntaba al fracaso, y la amenaza de un paro general seguía (y sigue) tomando cuerpo. A pesar de los balbuceos del pretendido blanco de los abatidos (¡¿?!) vehículos aéreos no tripulados, UAV (unmanned aerial vehicle en inglés, idioma oficial de la conspiración colombo guarimbera), y de la proclama tuitera de los combatientes enfranelados, la reacción de buena parte del país, la mayoría, conjeturo, osciló entre la incredulidad y la decepción ante tamaña chapucería, y, claro, la previsible jodienda a través de las redes sociales –«Esos drones fueron piloteados por Pastor Maldonado» o «En la avenida Bolívar se corrió el clásico Fuerzas Armadas»; pocos condenaron el episódico lance, tal como hiciesen gobernantes populistas y forajidos con barbas en remojo –el flamante legatario de los Castro, Miguel Díaz-Canel, y el impresentable e incestuoso Daniel Ortega en primera fila–; sin embargo, a pesar de la función estelar, esta noche seguiremos sin entender cómo adivinaron los «terroristas drónicos» el emplazamiento del acto devenido en estampida.
El periódico ABC de España afirma: «El atentado contra Maduro ha sido tan real como el pretexto para aumentar la represión en Venezuela. Los drones han venido cargados de excusas para distraer de la abismal crisis del chavismo, criminalizar aún más a la oposición y evadir responsabilidades». Los escépticos, entre ellos quien esta especulación suscribe, nos preguntamos si no estamos ante una tramoya peliculera o una vulgar cortina de humo.
Cortina de humo fue uno de los poco imaginativos y harto reveladores nombres (Escándalo en la Casa Blanca, Mentiras que Matan) dados por los exhibidores del mercado hispanoparlante a la película Wag the Dog (Barry Levinson, 1997), en la cual, tomando de referente la publicitada fellatio de Monica Lewinsky a Bill Clinton en el Salón Oval –chupetazo desaconsejable cuando está en juego la reelección– y el consecuente rubor de la mojigatería gringa, atizado por la prensa amarillista y la hipocresía republicana, se narran las vicisitudes de un presidente involucrado en una situación análoga a la descrita y los tejemanejes de un fixer, desfacedor de entuertos o arregla peos (Robert De Niro), y la mise-en-scène de un productor de Hollywood (Dustin Hoffman) a fin de engañar a la población con una confrontación virtual entre Albania y Estados Unidos, y, apoyándose en una emotiva campaña publicitaria, sepultar en el olvido el lúbrico desliz presidencial.
Es meramente formal la similitud entre las tribulaciones del estadista norteamericano y las de un caporal tercermundista necesitado de ocultar los atroces efectos de su gestión, apelando al más bastardo de los nacionalismos, pero su paralelismo excita la imaginación, más cuando se vive en un país escindido en dos realidades contrapuestas destinadas a colisionar: la ensalzada por gobernantes insensibles, sometida a pañitos calientes incapaces de contener la hiperinflación y reactivar el aparato productivo, y la sufrida por pacientes gobernados, resignados a padecer las de Caín a cambio de una bolsa de alimentos vencidos, descompuestos o infectados de gorgojos.
En el panfleto audiovisual fraguado por el brazo propagandístico del gobierno –Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda–, a cargo del frenólogo Jorge Rodríguez, puede verse estallar un Dji Matrice 600 (dron disponible en mercadolibre.com por un puñado de dólares o unos cuantos superdevaluados millones de bolívares) en toma rodada expresamente como soporte de un texto repleto de epítetos y carente de evidencias, fundamento retórico de la escalada represiva que, siguiendo el principio goebbeliano de la simplificación, reduce a los adversarios a un enemigo uniforme, mete en el mismo saco a soplones e infiltrados denunciados por Oscar Pérez, a diputados opositores –Juan Requesens, Julio Borges– a financistas fantasmas y a 19 personas detenidas, con base en confesiones obtenidas vaya uno a saber mediante cuáles técnicas de intimidación y tortura, y, ¡no faltaba más!, identificaciones proporcionadas por chivatazos de patriotas cooperantes.
Se ha urdido un insólito complot para justificar una eventual suspensión de las irrespetadas garantías constitucionales y desatar la furia vindicativa de la dictadura. Conviene mirar al cielo para ver si, por entre las estrellas fugaces, aparece un objeto volador no identificado y descienden de él justicieros alienígenas con la misión de abducir al reyecito y su séquito y llevarles de regreso adonde pertenecen, el planeta de los simios; así, ya no tendría sentido la inútil espera del anhelado Deus ex machina que ponga término al culebrón –¿o culedrón?– nacional.
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