COLUMNISTA

El lado flaco de la cuerda

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Una verdad de Perogrullo es que las guerras no son buenas para nadie. Las confrontaciones tampoco. Y antes de que la sangre llegue al río -lo que parece estar a la vuelta de la esquina- lo propio es preguntarse de qué manera afectará a cada parte la diatriba comercial emprendida y sostenida por Estados Unidos y China. El asunto está a punto de adquirir decibeles de significación si las dos partes continúan exhibiendo la irreductibilidad mantenida hasta el presente. Lo dramático del proceso que ya lleva meses en la palestra pública es que va a ser el ciudadano común quien reciba el impacto de los castigos que se infligen las partes enfrentadas.  

La agresión mutua comienza por el lado de incremento de los aranceles de los dos lados de la ecuación. Lo que significa que los importadores de bienes chinos a Estados Unidos y de bienes americanos a suelo chino pagarán tarifas más elevadas al pasar con sus cargas por las aduanas respectivas. El primer afectado, entonces, es el comercio bilateral que se verá restringido y de la misma manera, la actividad productiva que los genera que se verá constreñida.

Existe, por otro lado, un conjunto de bienes de importación que gracias a la aplicación de los nuevos aranceles incrementales desaparecerán de los mercados porque sus precios finales se tornarán impracticables. Los intermediarios que mantengan las operaciones comerciarles se verán obligados a trasladar a los precios el impacto de las tarifas, lo que significa que quien pagará los platos rotos será el consumidor final.  O bien el producto desaparece del mercado si se trata de bienes insustituibles, o bien terminará siendo más costoso, en cuyo caso también será el consumidor final quien se verá afectado. El caso del cazado, por solo citar uno bien de uso universal, es flagrante. Este es uno de los sectores en los que cada consumidor experimentará un impacto directo.

En otro terreno se ha informado que la productora de refrescos TheCocacolaCompany aumentó el precio de la lata en Estados Unidos al contemplar el impacto de los aranceles sobre aluminio y el acero. 

Lo mismo es válido para otros productos en los que la migración del abastecimiento de parte del importador de productos terminados o de insumos puede ser compleja e incluso impracticable. Recordemos que, aparte de ropa y calzado, las medidas de incremento de aranceles impuestos afectarán a buena parte de la industria nacional alimentaria y automotriz americana que se nutre de producción asiática.

La tecnología móvil se ha vuelto otro objetivo en la disputa entre los dos colosos. Es aquí, de nuevo, el hombre de la calle quien se encontrará desprovisto de una manera de protegerse de los dardos que se disparen de lado y lado.

El tema es complejo. La contienda comercial deriva de posiciones políticas norteamericanas cuyo gobierno considera que por la vía de sanciones arancelarias conseguirá frenar desafueros e ilegalidades cometidos por China en áreas como la protección de derechos intelectuales y el acceso justo a los mercados, entre otros. La realidad es que a su propio ciudadano a quien penaliza el señor Trump.

Daniel Thomas, colaborador de BBC, le pone números al desaguisado: “Los economistas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, la Universidad de Princeton y la Universidad de Columbia calcularon que las tasas impuestas a una amplia gama de importaciones, desde acero hasta lavadoras, cuestan a las empresas y consumidores de Estados Unidos 3.000 millones de dólares mensuales en impuestos adicionales”.