COLUMNISTA

La traición de los mejores

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

Mario Briceño Iragorry

El nivel de desconfianza que existe entre los venezolanos es una verdadera tragedia, con múltiples y complejas consecuencias. Todos los estudios de opinión ponen en evidencia los elevados niveles de desconfianza hacia las instituciones del Estado y hacia otras instituciones políticas, sociales, mercantiles, civiles y religiosas. Incluso la confianza interpersonal está erosionada. Muy serio este asunto que se pierda la fe hasta en la propia democracia.

La falta de confianza en los políticos es parte del folklore, en todas partes y en todos los tiempos, pero en la justicia es muy grave, por las consecuencias en todos los ámbitos de la vida nacional. Nadie puede vivir de manera sosegada en una sociedad donde no se confía en los jueces, los fiscales y demás administradores de la ley. Ni en los cuerpos de seguridad del Estado como la policía y las fuerzas armadas.

La desconfianza tiene sus causas fundamentalmente en el mal comportamiento de las personas e instituciones, en su deficiente desempeño, en el mal ejemplo y demás defectos en su conducta que provocan frustración. Cuando las personas y las instituciones no responden a las expectativas, es decir, son irresponsables, se genera desconfianza. Y es más dañina cuando su fuente son las personas llamadas a generar confianza. Los malos ejemplos de los llamados a ser mejores, por su jerarquía, funciones o exposición pública, causan mucha frustración, de allí la responsabilidad de los padres, los líderes, los maestros, los jueces, los sacerdotes, los periodistas, los personajes famosos y otras personas de relieve. Hoy se llamarían los “influencers”, es decir la gente que tiene influencia o ascendencia sobre los demás.

En la hora actual vale la pena recordar a don Mario Briceño Iragorry, ahora en los 125 años de su nacimiento, en particular y para estos efectos, su ensayo titulado “La Traición de los Mejores” escrito en 1952. Con él buscaba llamar la atención sobre el mal ejemplo que daban al pueblo los líderes civiles y militares de la época y proponer las necesarias rectificaciones.

El debate actual sobre los asuntos que ocupan la atención pública no hace otra cosa que descarnar, en toda su magnitud y en toda su profundidad, la grave crisis ética que sacude a la sociedad venezolana y en particular sus clases dirigentes. Por ello aquel llamado de don Mario cobra plena vigencia. Advierte el ilustre trujillano que escribía ese ensayo como un fervoroso llamado al examen de la conciencia nacional, para revisarla y para poder crear una unidad de fines, unos propósitos comunes, o como diríamos ahora, “una visión compartida” para construir una patria mejor.

Anotaba entre los componentes más sobresalientes de la crisis de valores, a la codicia, la corrupción, el servilismo, la arrogancia, el desprecio al pueblo y a las instituciones, el patrioterismo y su apoyo en los próceres militares para cubrir sus propias carencias, la peripecia política y la carencia de reciedumbre ética. También la vulgaridad y las malas maneras de los dirigentes, asunto este que se tiende a soslayar.

La causa de este mal secular de las clases dirigentes las explicaba por la combinación de diversos factores entre los cuales resaltaba: a) la enorme importancia que en Venezuela tiene el sector público como vehículo para la riqueza económica; b) la debilidad de los principios éticos; y c) la carencia de un rumbo nacional.

El Estado venezolano es exageradamente poderoso frente a la debilidad de los demás componentes de la Nación. El estatismo, centralismo y autoritarismo son condiciones que limitan severamente el surgimiento y fortalecimiento de poderes equilibradores desde los sectores civiles y económicos. Con el agravante de que esa concentración de poder viene principalmente del manejo deshonesto de las riquezas naturales del país.

La debilidad de los principios éticos es fruto de lo que Briceño Iragorry calificaba de “crisis de pueblo”, que es un déficit de identidad nacional, por la ignorancia general de nuestro proceso de formación histórica, de nuestras fortalezas y carencias, de nuestros ángeles y demonios colectivos. Aquí toma importancia el exagerado culto a los héroes militares y la ignorancia de los próceres civiles que han construido lo mejor que somos como nación.

Y finalmente la carencia de rumbo nacional, lo que Miranda calificaba como “bochinche” y que explica en buena parte que hayamos tenido 26 constituciones. Marchar a la buena de Dios frecuentemente resulta ser a la mala del Diablo, dijo el intelectual trujillano en el ensayo citado.

Basta para constatar el nivel de la crisis, el deterioro del lenguaje en el debate nacional. La vulgaridad y la mentira se instalaron en la cotidianidad, sobre todo en los que deben dar el ejemplo de buenas maneras. Dice en la Biblia en San Lucas 6 45: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca el bien; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca el mal; porque de la abundancia del corazón habla la boca”. Escuchar es un buen consejo para confirmar la traición de los mejores.