COLUMNISTA

La polarización política

por César Pérez Vivas César Pérez Vivas

En mi artículo de la semana pasada me referí al planteamiento de varios actores de impulsar un proceso de despolarización de nuestra vida política. Allí analicé el contexto y la motivación que mueve a varios de ellos, algunos de los cuales ya no desean presentarse como opositores, sino como independientes o como aliados de la dictadura, desde organizaciones diferentes al PSUV.  Diversos amigos me ofrecieron opiniones respecto de la naturaleza y características actuales de los dos polos en los que, fruto del socialismo del siglo XXI, se ha dividido la sociedad venezolana.

Ahora trataré de aproximarme al fenómeno de la polarización política, como un complemento a la reflexión contenida en mi trabajo anterior. Rubén Zamora, destacado politólogo salvadoreño, en su ensayo titulado «Polarización y democracia: ¿un mal necesario?», ha definido la polarización en los siguientes términos: “La polarización, hace referencia a un fenómeno de relación entre actores, indicativo de la separación o distancia que existe entre ellos. Nadie puede, en política, estar polarizado si no es por referencia a la conducta de otro u otros actores políticos…” (Página 182)

A partir de este concepto debemos distinguir la naturaleza y alcance de la polarización según el sistema político de que se trate. No es lo mismo examinar la conducta polarizante en una democracia que en una dictadura. Los sistemas autoritarios crean, de forma casi automática, una polarización forzada. La distancia entre los actores políticos crece a niveles muy elevados, y las diferencias se extienden, más allá de lo político, lo ideológico o lo programático,  a planos éticos  que la hacen más aguda.

El recientemente fallecido arzobispo sudafricano Desmond Mpilo Tutu, Premio Nobel de la Paz en 1984, acuñó una frase que nos ubica claramente en este escenario. Dijo Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido estar al lado del opresor”.

¿Tiene algún ciudadano venezolano, y más aún, un actor político duda de la naturaleza “opresora”,  autoritaria y violadora de los derechos humanos del régimen que encabeza Nicolás Maduro? ¿Puede un dirigente político o social guardar silencio frente a la tragedia humanitaria y frente a la grave política opresiva que adelanta el régimen socialista?

Tomando nota de la opinión del Premio Nobel de la Paz, debemos concluir que quienes se declaran neutrales, independientes o afines a Maduro, han elegido estar en su esfera, en sus inmediaciones políticas. Para una persona de valores democráticos, y más aún, para quienes hacemos nuestra vida política inspirados en la doctrina social de la Iglesia, no hay, no puede haber medias tintas. Aquí la distancia con la dictadura nos coloca de forma automática en el polo de la oposición al régimen autocrático.

Esta polarización derivada de una postura doctrinaria y moral no significa que todos los que se declaran o actúan en el polo contrario al del régimen autoritario estén desarrollando una acción política ética y políticamente aceptable. La existencia, en la oposición real, de graves falencias e inconsistencias políticas, estratégicas y éticas no me autorizan a declararme neutral, independiente o indiferente respecto del polo opresor dominante y generador de las distancias existentes. Lo sensato entonces es trabajar para depurar y unificar el polo defensor de la democracia.

Otra cosa es la polarización en una democracia. Allí un grado razonable de distancia o confrontación (es decir de polarización) es necesaria. Si no existiera tal distancia o diferencia, en el plano programático, ideológico y político, la vida pública sería no solo aburrida, sino además infértil y mórbida.

Rubén Zamora lo ratifica en los siguientes términos: “Hemos postulado que el conflicto es inherente y necesario para el funcionamiento de la democracia, en consecuencia, un determinado grado de polarización política es necesario para el funcionamiento del sistema democrático. La pregunta es, entonces, cuándo esta distancia se convierte en un fenómeno político, es decir: cuándo el grado de distancia entre los actores políticos es tal que los actores que operan dentro del sistema lo perciben como algo que interfiere con el funcionamiento de la democracia. ¿Cuándo, entonces, aparece el fenómeno de la polarización política? Cuando la distancia entre los actores políticos es tan aguda que pone en peligro la reproducción del sistema político democrático, lo desnaturaliza o lo paraliza como estructura de reproducción con cambio-estabilidad de la sociedad”. (Páginas 182 y 183)

No otra cosa ocurrió con la democracia en Venezuela. Chávez al asumir el poder, de forma deliberada marcó una distancia con el resto de los actores políticos y lanzó un agresivo discurso contra quienes nos oponíamos a su modelo, que llevó a una polarización dañina y destructora.

Zamora conceptualiza este tipo de situaciones en los siguientes términos: “Si la confrontación crece dentro del sistema, se genera una dialéctica negativa: la polarización erosiona los mecanismos democráticos de concertación y cooperación entre los actores políticos, estos tienden a mover las reglas del juego a su favor, y ello produce una dinámica de des-institucionalización política en la que la oposición puede o no participar, pero, en todo caso, conduce a una mayor polarización. El adversario se convence de que no podrá obtener el cambio siguiendo los mecanismos de la democracia representativa, y busca desarrollar una alternativa: el escenario para la confrontación armada está planteado….” (Página 188).

Surgen acá las alarmas que movilizan a diversos sectores al interior de las sociedades y en la comunidad internacional para solicitar la moderación y la negociación con el fin de encauzar las diferencias hacia modos de convivencia civilizada. Transitar ese camino es por supuesto plausible, colocarse del “lado del opresor” se convierte en una traición a los ciudadanos y a los valores éticos y políticos de la democracia.