La semana pasada tuvo lugar una cena importante en la Casa Blanca. Donald Trump invitó a los líderes demócratas de ambas cámaras del Congreso estadounidense para hablar de una posible iniciativa de ley que legalice plenamente a los llamados Dacas o dreamers. Trump subrayó que no podía prosperar ningún proyecto sin fortalecer seriamente la frontera con México; Chuck Schumer y Nancy Pelosi aclararon que jamás le brindarían recursos al Ejecutivo para construir el muro en la frontera. En eso, el mandatario norteamericano le cedió la palabra al jefe de su oficina, el general John Kelly, para que describiera la situación en México, justificando así la necesidad de redoblar la seguridad fronteriza.
Aquí comienzan las discrepancias sobre lo que sucedió. The New York Times citó a dos fuentes anónimas presentes en la cena que afirmaron que Kelly “ofreció un punto de vista sumamente pesimista… de México” y comparó la situación en el país con la de Venezuela bajo Hugo Chávez, y que se encontraba al borde del colapso. El día siguiente, el corresponsal del diario mexicano Reforma citó a otras fuentes, también con “conocimiento directo” de lo acontecido en la cena, que no solo confirmaron lo dicho por The New York Times, sino que agregaron otra expresión de Kelly: “México es un narco-estado fallido”.
En la misma nota, el corresponsal de Reforma en Washington citó una declaración del secretario de Relaciones Exteriores en el sentido de que la Casa Blanca le aseguró que Kelly no había utilizado esas expresiones. Asimismo, el enviado dio cuenta de una declaración escrita del embajador de México en Washington según la cual el gobierno de Estados Unidos le aseguró que el diario neoyorquino no reflejó el contenido de la intervención de Kelly. A esta hora, es decir, domingo en la noche, no se había producido un desmentido directo del gobierno de Trump, ni de la Casa Blanca, ni del propio Kelly, negando la versión de The New York Times y Reforma.
Demos por cierta esa versión. Existen varias explicaciones posibles, algunas menos hirientes y graves que otras. Kelly fue secretario de Seguridad Interna antes de ocupar su cargo actual, y hace unos tres años, jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, que incluye todo el Caribe y América del Sur, pero no México. Allí desarrolló su visión apocalíptica de México como receptor, tránsito y destino de los peores flujos del mundo: drogas e indocumentados. Tuve la oportunidad de cenar con él y con Isaac Lee, el actual alto ejecutivo de Televisa, en Miami hace unos tres años, y quedé impactado por la estrechez de miras de Kelly a propósito de América Latina. Es muy posible que crea sinceramente todo lo que se le atribuye.
También es posible que para asustar a Schumer y Pelosi haya exagerado su propio análisis, y en realidad posea puntos de vista menos extremos sobre la realidad mexicana. Tal vez Trump le instruyó que presentara un panorama infernal de México para justificar la necesidad de un aumento dramático del gasto en seguridad en la frontera. O quizás no fue necesario: a buen entendedor, pocas palabras.
Lo grave de todo esto consiste en las filtraciones, la ausencia de desmentido formal de la Casa Blanca, la necesidad de los altos funcionarios mexicanos de estar dando explicaciones de lo que “Trump quiso decir” y, sobre todo, la increíble contradicción entre lo que dicen y hacen los norteamericanos. Si piensan en serio que México se encuentra al borde del colapso chavista, y que con López Obrador se consumaría su transformación en un narco-estado fallido, ¿para qué le mueven? No solo no ayudan, sino que corren el riesgo, con todos nosotros, de que se cumpla su profecía. Roberta Jacobson es una magnífica embajadora de Estados Unidos en México, pero es evidente que no tiene el oído de Washington. Si no, les diría, como el rey Juan Carlos a Chávez, justamente: “¿Por qué no te callas?”.