Debe ser por la edad, pero en la medida que transcurren los años, duermo menos. Mi padre, que en paz descanse, lo decía: “Cuando tienes más de 40 años y no te duele nada, eso quiere decir que estás muerto”. Ese día, me refiero el 30 de abril, no iba a ser diferente. Siguiendo mi rutina mañanera, una vez que abro los ojos, a eso de las 4:00 de la madrugada, lo primero que hice fue encender la computadora para ingresar y revisar las redes sociales, mi correo y acceder a las pocas páginas informativas que aún no han sido censuradas por el gobierno. Cuando pude entrar a mi cuenta de Twitter, veo una imagen sorprendente que da a pie al despliegue de un video. Busqué el origen de esta, para entender qué era lo que pasaba, porque ver a Juan Guaidó acompañado por Leopoldo López, militares en formación y tanquetas en el distribuidor vial de Altamira, era una imagen impactante, comunicacionalmente hablando.
Por ese acontecimiento, el 30 de abril de 2019 será recordado como una fecha emblemática por lo que representó, no solo ver y leer en las redes sociales y en los canales de televisión internacionales a Juan Guaidó, sino porque a su lado, estoico, con la mirada fija en el futuro, con temor pero exaltado por los acontecimientos, estaba Leopoldo López. Luego de cinco años de silencio absoluto por su condición de preso político, acompañado de militares y por el presidente encargado, representaba esa libertad que anhela el pueblo de Venezuela, que por su determinación y arrojo en la defensa de la democracia lo sitúa como uno de los políticos con más ascendencia en la sociedad.
El amanecer de ese día sorprendió a propios y extraños. Incentivó, como era de esperarse, que los venezolanos se lanzaran a las calles para protestar una vez más sobre las condiciones que deben enfrentar en todo momento. Motivados esta vez por ver a Guaidó y a López juntos, porque ambos simbolizan esa luz al final de la oscuridad, esa esperanza de cambio tan necesaria que pide a gritos toda una nación, producida por 20 años de un régimen que se ha dedicado a cercenar la libertad de todos sus ciudadanos, implantando un socialismo hecho a la medida de enriquecer a unos pocos y a empobrecer a todo un país.
Naturalmente, el aparato represivo del Estado se activó de forma inmediata, tratando de acallar el grito de libertad, que retumbaba en todos los rincones de Venezuela. Claro, no faltaron los oportunistas para sacarse una foto con Leopoldo López, esos políticos improvisados y aprovechadores que, como una manera de ganar puntos con sus electores, no perdieron la oportunidad de aparecer a su lado y lo que lograron fue la expresión más patética del ventajismo, sin entender que su afán de figurar iba más allá del personalismo e intereses mezquinos, porque por encima de la apetencia de aparentar, estaba la de canalizar los anhelos de todo un país.
Pero la idiotez de los arribistas fue una pequeña mancha en el mar de gente que se desplazaba por Caracas. En la medida que se iban desarrollando los acontecimientos, por juego del destino, Juan, Leopoldo y yo terminamos en una tarima improvisada representada por una grúa estacionada en la avenida San Juan Bosco de Altamira.
Mi finalidad era alcanzar una posición más elevada para buscar el mejor ángulo para tomar una fotografía con mi teléfono. Para Guaidó y López era tener la oportunidad de dirigirse a la masa, pero los duendes de la vida nos dieron la oportunidad de compartir ese espacio e intercambiar algunos gritos, porque el boato de la multitud hacía imposible cualquier conversación. Vamos bien, fuerza y fe, sí se puede, eran las palabras repetidas una y otra vez. El ambiente olía a esperanza, la brisa que corría de norte a sur llevaba un aroma de libertad, apretujados estábamos todos, periodistas, camarógrafos, guardias nacionales y el pueblo en general, todos unidos en una sola causa: rescatar la democracia.
Juan Guaidó por un lado, Leopoldo López por el otro, presente y futuro, pero juntos para exponer una sola idea, recuperar a una nación que cada día se muere por la desidia, la corrupción, la hiperinflación, la inseguridad, la escasez, el hambre, la destrucción, la ruina, la miseria, las desigualdades, las injusticias y las violaciones de los derechos humanos.
Sin embargo, tanto el 30 de abril como el Primero de Mayo los ánimos de las protestas se caldearon debido a la brutal represión por parte de los cuerpos de seguridad del Estado. 239 heridos, 5 muertos, 3 de ellos menores de edad, son las cifras oficiales de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos..
Pero a pesar de los gases lacrimógenos, el atropellar al pueblo con las tanquetas, los perdigones y los disparos de arma de fuego, no pudieron acallar la expresión multitudinaria de esperanza para recuperar la democracia y demostrar el apoyo a Juan Guaidó y a Leopoldo López, que se han consolidado como líderes en esta etapa de cambio para cesar la usurpación, para que de una vez por todas se instale un gobierno de transición y celebrar en un tiempo prudencial elecciones libres.
Venezuela ya no puede esperar más, por eso es urgente pasar de la violencia a la convivencia y la tolerancia; de la trampa y del abuso al respeto de las leyes y la justicia; de la resignación al progreso; de la opresión a la libertad.
No hay que olvidar a los presos políticos, que son nuestros apóstoles de la democracia. No hay que olvidar a los muertos, que son nuestros mártires, exaltando su vida, para que permanezcan de forma imborrable en la memoria de los vivos.
Pero como país debemos estar claros en que el socialismo del siglo XXI no ha construido una realidad diferente, ni ha tenido el vigor de mantener un sueño, tenemos que asumir como sociedad que no podremos cambiar la dirección del viento, pero si ajustar las velas para llegar siempre a nuestro destino, que no es otro que la autodeterminación, la paz, la tolerancia, la convivencia y la unión como venezolanos.
Pero a pesar de los acontecimientos, las marchas, los pronunciamientos, las revelaciones, estamos como nación a la espera de que otros países nos ayuden a construir un mejor destino.