“Todos nosotros somos culpables de todo y de todos ante todos, y yo más que los otros”. Dostoievski
La llamada Semana Santa suele traer por poco tiempo y no siempre un seguimiento a nuestra interioridad. Redescubrimos, por un instante y no con entera sinceridad, el latido que compromete del alma. Se nos propone una reflexión y se nos ofrece el tiempo para eso, pero no hay mucho interés en ese tema…
El devenir del mundo hace ajustes para un entorno grosero, apremiante, en el que la abundancia de productos no se compadece necesariamente con las verdaderas necesidades. Hoy queremos vivir a toda velocidad. El mercado remodela a su antojo y crea, haciéndolo, una dinámica en que el sentimiento es irradiado desde el materialismo más insolente.
Occidente se aleja del humanismo cristiano que lo condujo, vacilante, errático a ratos, pero partiendo de una singular convicción; la calidad del hombre está presente en todos y, en su consciencia. Desde hace dos milenios persiste y progresó, evolucionó asumiéndolo, pero ahora se quiere liberar finalmente de toda limitación u normación subjetiva, vale decir, romper las ligaduras de las construcciones espirituales.
Quiere el nuevo ícono humano apartar a los otros que son una carga pesada. Se oye en su pensamiento decir: yo para mí; ni familia, ni otredad.
Simulando tolerancia se retira del más importante campo de batalla que no es otro que la defensa de la humanidad kantiana. Prefiriendo sus libertades, basadas en su individualidad, abandona entonces su comunidad humana.
Cuando los hombres obvian a los otros hombres y se marginan, o peor aún, se desinteresan de ellos, suelen tener abruptos encuentros con la negación de ellos mismos.
Del otro lado, la cuestión exhibe lecturas parecidas y otras diametralmente opuestas y peligrosas. El asiático vive la hora del capitalismo y afanosamente edifica su bienestar acelerando su tránsito vital, sin mirar un segundo la cuneta de su autopista existencial. La amoralidad capitalista va descubriéndosele, como una consecuencia de su hallazgo reciente.
En paralelo, el islam con su carga totalitaria e intolerante se postula para más que dominar a los diferentes, aniquilarlos incluso. El Medio Oriente arde, pero no se asfixia en su violencia, ira, furia, soberbia y una larga mecha convive con numerosos focos incandescentes, antagónicos y mórbidos, y así se perciben en cada lugar del mundo donde aparecen. Rechazando a los otros, se persiguen tóxicos y perniciosos ellos mismos.
No atino a justificar cómo el odio que avasalla, cohabita en la misma perspectiva con el amor de Dios. Vuelvo a Dostoievski y evoco la extraordinaria novela, corona de la literatura rusa, Crimen y castigo y el corazón que puede albergar lo mejor y lo peor del hombre.
Jesús, el Dios y hombre, ofreció en el altar de la ética, el mayor sacrificio. Su carne, su piel, su sangre y su desesperación. Su pasión fue su ofrenda de amor y a pesar de estos tiempos ásperos sigue vigente. El sentido de su mensaje nos enseña que amar, perdonar, asistir, comprender, escuchar al prójimo que no es nada mío pero lo es todo simultáneamente, es el único camino sostenible para coexistir en un plano en el que el egoísmo y el libre albedrío caracterizan ese complejo pleno de complejos que es el ser humano de hoy.
Si, ser un hombre y en todos los hombres lo era Jesús, ¿cuánto difícil lo fue, lo es, siendo también Dios?
Entre esas dudas y angustias se mueve Venezuela en esta Semana Mayor. Algunos se desentienden de los otros y solo se mantienen en el poder de las armas, que es todo lo contrario al poder de Dios y a la aceptación de ellos como legítimos custodios. Impertérritos se muestran ante la queja general por el fallido desempeño.
Que vengan a sacarnos si pueden, aúllan, gritan, pretendiendo la resignación de la persona humana que se sabe digna en su verdadera libertad y que no puede de ninguna manera aceptarlo, so pena de dejar de ser respetable para sí y para los demás.
Rebelarse ante eso es no una opción sino una obligación. Para explicarlo, traigo una cita de Ayn Rand, a la medida de lo que se ventila “Se pueden escribir y se han escrito enciclopedias enteras sobre el tema de libertad contra dictadura, pero, en esencia, se reduce a una simple pregunta: ¿crees que es moral tratar a los hombres como animales de sacrificio y gobernarlos por la fuerza?
En la oración por los que se fueron, pedimos a Dios misericordia para los nuestros, familiares y amigos y confieso que lo hago regularmente también por los héroes caídos en las luchas libradas contra la tiranía. Abatidos sí, pero no serán vencidos y su gesto no es inocuo ni inútil ante Dios, no puede serlo.
Pienso en un autor que con una frase resume lo que en verdad está en juego, hay una deuda y un deber en cada hombre hacia los otros congéneres.
Recordando a Levinas: “En ese sentido, yo soy responsable del otro sin esperar la recíproca (…) La recíproca es asunto suyo.”
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