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El jaque a la democracia

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Por haberlas vivido con extrema intensidad, en este artículo nos podemos ahorrar la repetición de la película de terror vivida en estos casi veinte años que han marcado nuestra desgracia y concentrarnos en el jaque mate contra la democracia que está en ejecución y a escasas semanas de consumarse. Saltémonos, pues, la declaración de desacato dictada por el espurio TSJ, contra la AN elegida por el pueblo, igualmente los muertos que produjo la represión oficial durante las más recientes protestas, los errores de una oposición dividida y el fraude que condujo a la imposición de una asamblea constituyente creada para ocuparse de temas de estricta naturaleza política, todas de naturaleza represiva, como la funesta Ley del Odio, la eliminación de los partidos y garantizarle la permanencia al régimen hasta donde le sea posible.

El gobierno sabe muy bien que de efectuarse unas elecciones presidenciales con las condiciones que impone la Constitución, o sea, elecciones transparentes, observación internacional, posibilidad de que los 2 millones de venezolanos que están en el exterior puedan votar y auditorías confiables, pierde el poder, por la tanto, fiel a su naturaleza arbitraria, ha decidido efectuar las elecciones a su manera, o sea, sin garantías de ningún tipo, con la complicidad del CNE y con el Plan República avalando cada uno de los pasos del fraude, tal como ocurrió en las elecciones regionales.

Es a la luz de estas aberraciones del oficialismo que nos atrevemos a asegurar que el propósito del régimen es el que siempre ha sido: mantener su ventajismo electoral, ahogar electoralmente a los partidos y dirigentes opositores, llamar a un diálogo para que no se dialogue, fijar las elecciones en la fecha que más le convenga y amenazando realizarlas con, o sin la oposición, haciendo caso omiso a los pedimentos justos de la oposición y acusando de injerencista el apoyo internacional a la oposición venezolana, y, de paso, convirtiendo en el enemigo externo que necesita el apoyo internacional masivo con que cuenta la oposición. En fin, un gran chantaje que forma parte de un fraude alevoso y premeditado, como suelen hacerlo las dictaduras, y en modo particular las comunistas. Mientras el país se agita en una incertidumbre sin fin y se cae a pedazos por los cuatro costados, la economía está en el suelo, la institucionalidad herida de muerte, la inseguridad y la hiperinflación nos come, el régimen mantiene esta especie de estado de excepción, en el que de manera irresponsable y cada vez que lo estime necesario, abre el grifo de la moneda inorgánica para distribuir beneficios que lejos de favorecer a los beneficiarios, los degradan. Hechos todos que están a la vista y dan muestras de la existencia de la crisis humanitaria y la ingobernabilidad en que se vive, y que el régimen se niega a reconocer.

Esa es la asfixiante realidad que está sufriendo el país entero con sus alarmantes y trágicas consecuencias: hiperinflación, empobrecimiento a todos los niveles, hambruna, violencia social, protestas justas pero reprimidas, en ocasiones de manera sanguinaria, en fin, un largo rosario de padecimientos ante los cuales una oposición más que dividida poco o nada puede hacer si no se une y si la llamada sociedad civil no logra sacudirse la desesperanza y la frustración que exhibe y se reincorpora a la lucha que exige un tiempo tan aciago como el que estamos viviendo.

Todo esto nos ha llevado, después de casi veinte años de impunes golpes a la democracia, a esta encrucijada final que habrá de definir nuestro destino como nación, como sociedad y de una ciudadanía que corre el riesgo de convertirse en un número, un ser sin alma, un cuerpo que ocupa espacios que dejarán de pertenecerle una vez cerradas las puertas del picadero, una ficha más, sin voz ni voto, sometido a las inclemencias de los CLAP, del carnet de la patria y siempre en la mira de la Ley del Odio en caso de protesta o insubordinación. Por eso decimos que llegó la hora de decidir qué hacer.

Toda vez que las aberraciones inconstitucionales, las aspiraciones totalitarias, con el abuso de poder como estandarte, llevaron al régimen a decretar las elecciones adelantadas sin el respeto a las normas que la Constitución señala, a esa oposición, que somos más de 80% que clamamos por un cambio, solo nos queda, antes de decidir si votamos o no, levantarnos y protestar democráticamente con una sola voz envuelta en una decidida y coherente unidad, exigiendo en la calle al organismo rector el cumplimiento de todas las condiciones electorales que fija la Constitución. Es una cita obligatoria a la que ningún opositor, llámese MUD, Vente Venezuela, Gana y todas las restantes, puede faltar. Es bueno entender que a lo único que este gobierno le teme es a la unidad opositora porque sabe que, unida, la oposición sería invencible y estaría en capacidad de hacerlo ceder en su radicalismo.

Al mismo tiempo de ejecutar las jornadas de protesta, debemos exponer y debatir, con argumentos que convenzan a la inmensa mayoría y a la comunidad internacional, sin descartar una consulta popular para decidir si vamos a votar o no. Agotar ese escenario como expresión democrática de una unidad que, dicho sea de paso, repito, haría invencible a la oposición, es una obligación, si es que queremos evitar el jaque mate a la democracia, que con tanta frialdad ha llevado adelante el castrocomunismo.

Llegó la hora de saber si en verdad tenemos un liderazgo capaz de privilegiar los intereses de un país, hoy enfermo y casi agonizante, llamado Venezuela, y de enfrentarse a la nefasta maldad de un régimen comunista, calzado con la bota militar, y si somos un pueblo consciente de nuestros derechos ciudadanos, con el coraje necesario para defenderlo.

Soy hombre de mucha fe y ruego todos los días a Dios para que ese liderazgo y ese pueblo a los que me refiero den las mayores y mejores señales de estar vivos, porque de lo contrario… complete usted la frase, querido lector.

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