Tal como era de esperarse, la nueva parodia de diálogo en República Dominicana el pasado diciembre culminó en un nuevo fracaso. Lo que allí está planteado negociar es la salida de Maduro y sería un delito de alta traición al pueblo el reconocimiento de la denominada asamblea constituyente, electa de manera fraudulenta para satisfacer las ansias de poder del régimen y burlando la voluntad popular con una violación abierta y descarada de nuestra Constitución.
Los arzobispos y obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana no han sido ajenos a este hecho, y han manifestado honda preocupación en el reinicio de las conversaciones. Ellos han considerado que con ese proceso lo que busca el gobierno es limpiar su vapuleada imagen ante el mundo. Igualmente lo han calificado de “riesgoso”, porque las condiciones en las que se ha dado generan incertidumbre y descontento entre la población. Con sobradas razones el presidente de la CEV, monseñor Diego Padrón, quien es arzobispo de Cumaná, expuso: “El problema es que el diálogo es manejado por una parte de la oposición que no informa a los ciudadanos sobre sus decisiones. No se sabe quién designó a los que asisten. Se habla de negociación, pero se desconoce qué significa esto y si está incluida la palabra transición. El diálogo es una estrategia que ha usado el gobierno en diferentes oportunidades y esto no garantiza que haya resultados. Hemos retrocedido mucho, y el país está peor”.
Ese “diálogo” –que no va a producir los resultados que necesita el país– está lleno de fallas e imperfecciones por muchas causas, entre ellas, las improvisaciones de la MUD. El gobierno, por su parte, se sienta con una estrategia definida y bien trabajada para beneficiar sus intereses, y al final, siempre todo queda para su provecho. Fue muy claro Antonio en su reciente mensaje, cuando precisó que “es tiempo de pisar tierra y advertir que el diálogo fue liquidado por un régimen tramposo que lo envenena impúdicamente, convirtiéndolo en un señuelo que ya es una pesadilla para una comunidad internacional al tanto de la intransigencia contumaz de los tiranos que se aferran al poder”.
No se debe olvidar que aquí llevamos 14 años en este jaleo, desde cuando por primera vez vinieron a Venezuela el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter y el entonces presidente de la OEA, César Gaviria. Ahora hay más exiliados, más perseguidos y más presos políticos, aun cuando unos pocos fueron liberados. No existen motivos ni razones valederas para que ninguno de ellos esté privado de su libertad. Son centenares los venezolanos injustamente tras las rejas por expresar su rechazo al régimen.
Desde el inicio de esos encuentros, el panorama nacional se ha ensombrecido más. Los venezolanos hemos pasado las Navidades más tristes de nuestra historia. La crisis social, económica y política tomó características alarmantes. Con horror se ven las escalofriantes escenas de personas, incluidos niños y ancianos, rebuscando desperdicios entre la basura para tratar de mitigar el hambre que los arrincona en la miseria más espantosa. Los centros asistenciales se han convertido en funerarias donde mueren pacientes por falta de medicinas y equipos deteriorados que funcionan inadecuadamente o están fuera de uso por la carencia de repuestos o falta de mantenimiento.
Ya hemos visto en estos días a mucha gente, tanto en Caracas como en el interior, protestar por la falta de comida, y se estima que este nuevo año el país será víctima de la peor catástrofe económica de su historia. Es constante y reiterada la violación de los derechos humanos. Y para agregar nuevos eslabones a esa larga cadena de desaciertos, la espuria asamblea constituyente ilegalizó a los partidos Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular, y eliminó mediante decreto a la Alcaldía Metropolitana violando la Constitución Nacional.
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