Una máxima imbatible para el éxito en la gerencia de cualquier proyecto, empresa o institución es que quien esté a la cabeza debe hacerse acompañar de individuos tan buenos y, si es posible, mejores que él, en calificación, en ortodoxia, en eficiencia y en experiencia. Si tal regla de oro debe respetarse en el caso de la conducción de un país, habría que decir que Iván Duque hizo el esfuerzo máximo para rodearse de profesionales colombianos de indudable calibre para integrar el gabinete ministerial con el que abordará la miríada de problemas que tiene frente a sí.
Pero otra arista importante en la administración de una nación es el acompañamiento que el Congreso pueda hacer de las iniciativas emprendidas por el Ejecutivo. Esta semana tomaron posesión de sus cargos los 279 parlamentarios que harán posible o cuestionarán las propuestas de reformas ya anunciadas por el presidente electo en terrenos de trascendencia como la justicia, la organización pensional, la tributación, la organización política del país y el gran tema de la implementación del acuerdo de paz de La Habana.
Contar con una mayoría para las reformas no va a ser una tarea sencilla. El Centro Democrático, el partido liderado por el ex presidente Álvaro Uribe que sirvió de soporte a la candidatura de Duque a la presidencia, será la primera fuerza política en el Congreso con 52 congresistas, y la fuerza mayoritaria en el Senado de la República, pero deberá pactar con otros actores de la legislatura para conseguir imponer las transformaciones que promueve Duque.
Una eventual coalición del Partido de la U y de Cambio Radical, que pudiera consolidarse en las primeras de cambio, será el primer hueso duro de roer que Duque encontrará para la implementación de sus políticas. El apoyo de La U –que contaba con la mayoría parlamentaria en el periodo 2014-2018– a la administración de Juan Manuel Santos, particularmente en el tema de la paz, será un importante escollo. Hay que pensar que sus parlamentarios defenderán a puñal el régimen de transición impuesto por el acuerdo y del cual fueron principales artífices contra viento y marea, y que negociarán concesiones en todas las otras propuestas políticas de transformaciones, en la medida en que la normativa de La Habana quede incólume.
Cuando estos dos partidos voten juntos y se transformen en oposición, pueden inclinar matemáticamente los resultados de cualquier propuesta en desfavor del gobierno. Ambos sumados cuentan con 30 senadores y 55 representantes a la Cámara. Ello es lo que los anima a intentar una alianza para el voto, una cohabitación de difícil administración, y que pudiera, en sí misma, ser muy turbulenta, dadas las características históricas de cada una de estas toldas y la falta de coincidencia ideológica y política entre ellas en muchos de los temas álgidos que tratará el Congreso.
Hay que suponer que las propuestas gubernamentales que requieran la aquiescencia del Congreso no contarán con el apoyo de los grandes adversarios políticos del Duque en el Polo Democrático, la Alianza Verde y el Partido Liberal –además de los 10 congresantes de las FARC–, pero a su contendor electoral Gustavo Petro le resultará tan complejo liderar la oposición como a Duque ser el capitán de quienes le apoyaron en la segunda vuelta. En el tema de la paz este rompecabezas en que se convierte el Congreso a partir de ahora será particularmente inmanejable porque en ninguno de los partidos, ni siquiera dentro de partido de gobierno, hay unidad de criterio sobre los pasos a seguir y las reformas a aprobar.
Así pues, Iván Duque no la tendrá fácil aunque esté rodeado de los mejores profesionales en su Consejo de Ministros. La cuesta que tiene Duque frente a sí en lo que concierne a los legisladores será empinada. Tiene de su lado la ventaja de los cuatro años en los que ocupó una curul durante el gobierno de su predecesor.
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