COLUMNISTA

De invasiones y otras menudencias

por Antonio Ecarri Bolívar Antonio Ecarri Bolívar

Rómulo Betancourt se cansó de recomendar, a los políticos de su tiempo, no hacerle concesiones a la demagogia, porque decía que era un animal de patas cortas. Argumentaba que podría dar réditos, a corto plazo, pero desprestigiaba a la larga a quien la utilizara. El resultado de la demagogia es deplorable, porque generalmente tiende a forjar vanas ilusiones que, al ser contrastadas con la realidad, producen nuevas frustraciones en el receptor.

En este momento en el que hay tanto irresponsable hablando de invasión militar, con tanto desenfado, como si se tratara de un tema menor –excusable en la mayoría que quiere salir de esta tragedia a cualquier precio–; sin embargo, en boca de dirigentes políticos sí es preocupante. Recordemos el incidente de la invasión a Cuba por parte de Estados Unidos, con cubanos antifidelistas en Bahía de Cochinos y cuál fue la actitud de un verdadero hombre de Estado como Rómulo Betancourt. Oigamos cómo lo relata Carlos Andrés Pérez en sus Anti-Memorias, en diálogo con Caopolicán Ovalles:

“Volví a Estados Unidos recién comenzado el gobierno de Rómulo Betancourt. Acababa Kennedy de ser electo presidente, de tomar posesión. Fui en una misión muy importante, enviado por Rómulo Betancourt, a tratar de evitar la invasión de Bahía de Cochinos. En Venezuela, por los exiliados, nos habíamos enterado de todos los pormenores de la invasión a Cuba. Pensamos que así como nosotros lo sabíamos, lo tenía que saber Fidel Castro con mayor razón, que esta guerra iba a ser una terrible mortandad de los cubanos invasores; por lo demás, iba a consolidar el poder de Fidel Castro.

Yo fui a Washington, sigue Pérez su relato, me puse en contacto con Muñoz Marín, el gobernador de Puerto Rico, que se encontraba en esa ciudad y a quien Rómulo había telefoneado para que me recibiera, explicándole las razones del viaje y la importancia que tenía que me oyera. En efecto, Muñoz Marín habló con Kennedy y se me puso en contacto con la gente que estaba manejando la invasión a Cuba.

Les dijimos, continúa CAP, que así como nosotros teníamos información, Fidel también debía tenerla. No estaría enterado del sitio exacto, porque nosotros tampoco lo sabíamos. En cambio, les entregué a los norteamericanos una lista de los lugares donde estaban las concentraciones cubanas y de sus jefes, que embarcarían en la expedición, para que pudieran constatar cómo no había secretos de la fulana invasión. Además, Rómulo advertía que sería imposible, absurdo, que el Gobierno norteamericano respaldara abiertamente la invasión; y si eso sucedía, Rómulo Betancourt protestaría de manera categórica y clara; habría una gran protesta en América Latina e incluso de los gobiernos latinoamericanos”.

Finalmente, Pérez les comunicó a los norteamericanos que si no se le hacía caso a Betancourt y esa invasión se daba, Fidel Castro tendría el pretexto para hacer una gran represión en Cuba, infundirles miedo a todos sus posibles enemigos y verían convertidos los estadios de beisbol en cárceles. Como siempre, los gringos, creyendo sabérselas todas, hicieron caso omiso a las advertencias y lo que ocurrió es historia conocida. Exactamente lo que predijo Rómulo Betancourt que ocurriría: un verdadero desastre.

Esa posición de Rómulo Betancourt ¿sería por alguna debilidad con Fidel Castro y su revolución comunista, o por todo lo contrario? Obviamente, quien conozca el feroz enfrentamiento político y militar de Rómulo Betancourt, Acción Democrática y el gobierno venezolano de la época con el fidelismo, no necesita explicaciones. Betancourt sabía que el fracaso de esa invasión significaría la entronización de Castro y su régimen por tiempo indefinido. Por cierto que Fidel cometió el mismo error y vino a invadir a Venezuela, en alianza con los comunistas venezolanos, para tratar de derrocar el régimen democrático y también salió con las tablas en la cabeza. 

Quienes hoy lanzan, a voz en cuello, ese llamado a la invasión o al golpe de Estado es por una irresponsabilidad sin límites, por la mismísima razón que Betancourt le esgrimió a Kennedy: cuando una decisión militar de esa envergadura, sea invasión o golpe de Estado, es conocida por el agredido, elimina por completo la primera y más elemental norma de toda guerra exitosa: el factor sorpresa, única garantía de triunfo de la operación.

Así ocurrió el 18 de octubre de 1945, solo un minúsculo grupo de dirigentes de AD conocía  la conspiración, no solo por el necesario secreto de la misma que garantizara su éxito, sino también para proteger a los demás dirigentes del partido, en caso de que hubiese fracasado. Así, que andar anunciando golpes de Estado, públicamente, solo lo justifica una de dos circunstancias, ambas deleznables: una ingenuidad extrema o un acuerdo con el régimen para dividir la oposición.

Por nuestra parte, en AD, ni bajo tortura, jamás diremos que estamos conspirando, por eso les decimos a los sabuesos del régimen que dejen de estar fisgoneando en declaraciones o mítines del partido, esperando oír alguna infidencia. Hemos dicho, hasta la saciedad, que nuestra apuesta es por una salida constitucional, pacífica y democrática, siempre que el gobierno otorgue las garantías que exige toda la comunidad democrática del mundo.

El día que nos dé por conspirar se van a enterar, pero solo cuando los tiranos estén presos y nosotros en Miraflores. Además, estamos persuadidos de que esto lo podemos arreglar los que estamos aquí, siempre y cuando nos pongamos de acuerdo en un gran frente coherente, con una hoja de ruta que, junto con la comunidad internacional, obligue al régimen a lo que no quiere hacer: someterse a la consulta electoral que abra las puertas de una transición democrática, para que salgan unos y entren otros venezolanos a gobernar, sin necesidad de matarnos.

Es, entonces, de Perogrullo decir que una invasión o cualquier otra “menudencia” como un golpe de Estado no se anuncian. Hagamos caso al viejo y sabio, aunque ingenuo, refranero popular: “Guerra avisada no mata soldado”.

             

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@EcarriB