COLUMNISTA

La inutilidad del exilio, según Mires

por Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

Su compatriota de la izquierda, Isabel Allende, afirmaba que “el exilado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas”, en una suerte de descripción sobre la tragedia de quienes son vomitados por la injusticia y arrancados de su lar natural, obligándoselos incluso a perder la memoria de pertenecer a algo; con lo que solo queda reconcomio, recuerdo de lo perdido y que no volverá, y al término tristeza, abulia, que es eso, en efecto, la muerte civil y ciudadana.

Fernando Mires, a quien no conozco y leo de modo eventual sus artículos, sufre su exilio durante la dictadura chilena de Augusto Pinochet en Alemania, que es como viajar a otro planeta, distante; si bien su patria de origen, en lo particular, mixtura su población con emigrantes, cuando en 1846 le abre sus puertas a más de 6.000 familias de la entonces Confederación germana. Y allí, entre lejanía y cercanía, rehace su biografía, como lo sugiere.

Cierto es que cada exiliado vive o mira su tragedia desde una óptica personal, habiendo quienes hasta asumen la postura extrema de la mujer desengañada: ¡Si te he visto, no te recuerdo!

Pero es injusta, mezquina, producto de un criterio liviano que mal habla de su alegada formación intelectual y quizás adobado por compromisos nacidos de la razón práctica, la afirmación de Mires en cuanto al exilio venezolano actual, al que busca aconsejar. “La política de y en el exilio, no existe”, escribe en su Twitter. Al término, por ende, intenta prosternar el esfuerzo que hacen centenares de miles de mis compatriotas, víctimas de la narcodictadura que dirige Nicolás Maduro, para cercarlo y ponerle término final. Más nada vale esto, según él. “Las decisiones de la dirigencia opositora en el exilio no influyen en la situación de Venezuela”, ajusta, y opone su experiencia personal.

El caso es que la verificación de su sentencia parte de premisas equivocadas, imposibles de extrapolar desde el siglo XX hasta el siglo XXI, cuando se hacen líquidas las fronteras y las informaciones, e incluso, el propio manejo del poder social y político contemporáneo. Olvida, además, que Cicerón recuerda que solo hay destierro “allí donde no hay lugar para la virtud”.

Habla, al efecto, del fracaso del exilio cubano, como si acaso hubiese sido rendidor en la lucha contra el ostracismo impuesto a los cubanos por la satrapía de los Castro la tarea de los líderes opositores internos; de quienes queda, en buena hora, es el caso de Rosa María Paya y de Yoani Sánchez, lo mismo que dejan sus compatriotas de la denostada Miami: el ejemplo, el coraje, la virtud.

Lo peor es que Mires, al decir cuanto dijo, pasa por alto circunstancias cruciales del proceso chileno que lo purga hacia el exilio. Allí hubo una dinámica endógena propia, es innegable. Que Pinochet desprecia la influencia internacional, tanto que tuvo la osadía de mandar a asesinar a Orlando Letelier en Washington, es también verdad. A mí, como embajador venezolano me espeta en 1980: ¡Nada me importa lo que piensen ustedes afuera, sino lo que piensan de mí los chilenos, adentro! Él, el general, sí despreciaba al exilio.

Entre tanto, sin embargo, Fernando Matthei, miembro de la Junta, desde Diego Portales ya me señalaba sobre sus conversaciones con la democracia cristiana bávara, pues le importaba el exterior. Enviaba mensajes a líderes en el exilio y a opositores en lo interno, para hacerles ver que se acercaba el final del régimen militar y para urgirles sobre la necesidad de una fórmula que permitiese no devolverles el poder a los responsables de la tragedia que todos ellos vivieran durante casi dos décadas.

Tengo presentes, en mi mente, los esfuerzos emblemáticos, encomiables, llenos de angustia existencial y de coraje en el compromiso, dignos de emular, que hacían Jaime Castillo (democristiano) y Aniceto Rodríguez (socialistas) desde Caracas, para abrirle camino fértil al regreso chileno sobre la senda de su experiencia histórica, la de la libertad en democracia. A buen seguro que reprocharían lo que ahora, cómodamente, sostiene Mires, para ralentizar la fuerza de la protesta internacional de los exilados venezolanos contra la narcodictadura de Maduro que toma cuerpo.

Dos enseñanzas, máximas de la experiencia, deberían ser apreciadas por el columnista a distancia, una que el Chile de Pinochet no es la Venezuela de Maduro. La Fuerza Armada chilena jamás pierde su vigor institucional ni se colude con el crimen del narcotráfico y la corrupción desembozada. Y tanto conserva su textura que ayuda a la transición y no impide su éxito. Hay esfuerzos de negociación entre la oposición y la dictadura, mediados por la Iglesia, pero no llegan a nada; hasta que la Iglesia se convence de que lo importante era hacer dialogar a los opositores, con vistas al porvenir, incluidos los de afuera, los exilados.

Imagino que Mires nada sabe de Plan País, que reúne a todos los venezolanos que estudian en las mejores universidades americanas para sostener sus tareas de construcción de la Venezuela a la que tienen derecho y a la que esperan volver; preocupados, sí, por la opinión que de ellos y la comprensión que de sus dolores íntimos puedan tener quienes se quedaron en el país. Su opinión, su mala opinión del exilio, en nada ayuda al respecto.

correoaustral@gmail.com