COLUMNISTA

La introspección humana de «El hombre caja»

por Jorge Iván Garduño Jorge Iván Garduño

Kōbō Abe (Tokio, 1924-1993) fue un escritor experimental japonés que exploró las divergencias del ser humano dentro de la sociedad, inspeccionando con ojo de cirujano –Abe estudió Medicina, aunque nunca ejerció– cada rasgo del individuo de modo surrealista y de forma introspectiva plasmando en su literatura extrañas formas del entorno.

El hombre caja (Siruela, 2012) es una novela compleja y muy bien estructurada de Abe, quien evoca la fascinación por ver al “otro” sin ser visto, suprimiendo voluntariamente la identidad por lo que encontramos en las diversas escenas descritas figuras y sombras extrañas de una filosofía de individuos que desarrollan una interdependencia hombre-objeto motivados por el fin de mudar su aspecto en hombres-caja… y así comienza a transitar por las calles de Tokio esta extraña cría de sujetos con una caja de cartón que cubre sus cabezas y su cuerpo hasta la cintura.

La prosa que imprime Kōbō Abe es fragmentada, ahí existen más de tres narradores que nos van describiendo escenas caóticas, pero también se adentra en la utilización de otros recursos estilísticos que bien pudieran algunos lectores considerar como no literarios, tal es el caso de la fotografía o documentos legales que refuerzan la obra, lo que demuestra una estructura artística que encaja en nuestro siglo XXI, y que debió resultar muy difícil de imaginar en 1973, año en que fue publicada.

Es así como leemos que de una simple caja de cartón de refrigerador, cuatro sujetos hacen su hábitat en diferentes momentos, deambulando por calles, callejones y oscuros senderos, por lo que la sociedad termina por creerlos entes anormales al punto de confundirlos con desequilibrados, indigentes o vagabundos, pero que en su espacio vital, que es la “caja”, observan aturdidos la psicosis social de la que son presa el resto de los ciudadanos que están al borde del abismo moral.

Como si se tratara de un caparazón, concha o tal vez su piel momentánea, por lo que deberá mudar a su tiempo como una crisálida, el hombre-caja se aparta de la sociedad utilizando la caja como barrera ante el mundo, enfocando únicamente su mirada en la pequeña ventana horizontal por la cual se satisfacen los deseos más excéntricos.

Contrario a lo reducido que uno podría suponer es una caja de cartón, en su interior existen cables que sostienen cantimploras, una lámpara de mano, una radio portátil, una bolsa de plástico, comida, un cuaderno de notas, bolígrafos, una cámara fotográfica, planos de la ciudad y anotaciones relevantes plasmadas en las paredes de la “casa”, por lo que el hombre-caja posé todo lo necesario para sobrevivir, aunque sí está expuesto a las inclemencias del tiempo y, como se verá en las escenas, también a los excesos de los hombres del exterior.

Este espacio de seguridad representa para cada personaje un hogar acogedor, donde la comida, el dinero o los documentos no son relevantes ‒incluso la identidad misma del individuo‒, ya que a los cuatro personajes identificados como hombres-caja Abe les designa sólo el nombre de A, B, C o D, que interpretamos como la pérdida voluntaria de la identidad.

Asimismo Kōbō Abe hace del hombre caja un estudio de la necesidad que el ser humano requiere cuando percibe el rechazo social o indiferencia que la sociedad infringe en cada individuo –trátese de joven, adulto o de la tercera edad– con lo que se inicia un siniestro juego de espejos entre individuos marginados que buscan en el morbo de observar lo que hay en el exterior sin ser vistos, una confrontación para quienes se encuentran afuera ya que el interior de la caja es un enigma que bien merece ser descubierto aunque ello signifique la destrucción de su propietario.

El hombre caja, una fascinante novela que toma como leitmotiv un objeto que desde la niñez puede ser utilizado como: auto, avión, casa, escondite, cueva, dormitorio, y que en la decadencia física o mental del hombre es el escondite donde se busca evadir al mundo a través del placer de mirarlo, buscando que sea ignorada fehacientemente su presencia.

Kōbō Abe nos presenta una parafilia única, con la que corremos el riesgo de maravillarnos gracias a la pluma maestra de un autor excesivamente inteligente.