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Intervención en Venezuela, ¿ilusión o realidad?

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En agosto de 2017, el presidente de Estados Unidos decía: “Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluida una posible opción militar si es necesario”.

Desde entonces una esperanza se posó en el horizonte de los venezolanos como única salvación a la invasión castrista de la que continúan siendo víctimas desde hace dos décadas. Aquella opción, no en balde, acarició también a otras naciones embaucadas por ese coctel brutal de ideología y delincuencia llamado Socialismo del siglo XXI, etiqueta finisecular del más prosaico neocastrismo, del más colonialista, es decir, más internacionalista que nunca.

Luego de un año de aquellas esperanzadoras palabras de Donald Trump, la cantidad de muertos a causa del hambre, las enfermedades y la represión no solo ha aumentado en Venezuela. En Nicaragua, Daniel Ortega ha masacrado a diestra y siniestra a sus opositores. Evo Morales –el más ataviado de los dictadores latinoamericanos– sigue arremetiendo en Bolivia contra quien suponga un obstáculo para su reelección indefinida. Y en Cuba, cuna de todo este desastre continental, ocurre lo peor y curiosamente lo menos atendido: el totalitarismo pronto cumplirá 60 años a los ojos, inocentes y cómplices de todo el mundo.

Declaraciones recientes han vuelto a arrastrar esperanzas. A sazón de las reuniones de la Asamblea General de Naciones Unidas, Nikki Haley, embajadora estadounidense en la ONU, aseguró en una manifestación de venezolanos ante la sede de esta organización en Nueva York: “Continuaremos luchando por los venezolanos hasta que Maduro se vaya”.

En entrevista con Fox News, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, afirmó que en los próximos días se vería “una serie de acciones que continuará incrementando el nivel de presión en contra del gobierno de Venezuela”.

El secretario general de la OEA, Luis Almagro, escribió su opinión en el Financial Times: “Las mayores tragedias de nuestra vida son el resultado de la falta de acción. En Ruanda, ¿deberíamos haber intervenido después de 100, 1.000 o 10.000 muertes? La comunidad internacional ha permitido que esto suceda demasiadas veces. Nuestra inacción y nuestra indecisión han permitido que demasiadas crisis escalen hasta alcanzar una dimensión que es una afrenta para toda la humanidad. La responsabilidad de proteger el compromiso requiere dejar todas las opciones sobre la mesa. Este no es un mensaje de violencia; es lo opuesto. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para poner fin a la violencia, detener la represión y poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano (…). Debemos actuar, ya es demasiado tarde”.

Acordes similares con respecto a Venezuela divulgó hace unos días el presidente Trump a su llegada a la Gran Manzana: “Todas las opciones están sobre la mesa. Todas ellas. Las fuertes y las menos fuertes. Todas las opciones, y ya saben lo que quiero decir con fuertes”.

El comandante jefe de las fuerzas armadas más poderosas del mundo ha vuelto a repetir lo que dijo un año atrás. Muchos aplauden otra vez. Pero quienes malviven bajo la bota del totalitarismo no necesitan palabras. Ya tienen de sobra. Demasiada demagogia y frívolas ilusiones les apabullan los oídos y el estómago. Acciones urgentes, soluciones, es lo que necesitan.

Vale repetirlo: Venezuela es un país intervenido por el régimen cubano. Lo que allí vemos es la cara descubierta del castrismo. Al despotismo solo podrá detenerlo la confluencia de tres factores: la persistencia de las manifestaciones en las calles a pesar de las inevitables víctimas, la acción militar de al menos una parte del Ejército nacional en contra de las fuerzas plegadas a la dictadura, y el apoyo internacional, más allá de sanciones económicas y declaraciones, es decir: una acción militar en apoyo al pueblo. Solo así podrán escapar los venezolanos del cáncer camaleónico que es el castrochavismo.

Hay preguntas que, una vez más, se imponen: ¿Estados Unidos y sus aliados entenderán finalmente que sin un enfrentamiento directo no será posible derrocar a este tipo de tiranías, cuya masacre revolucionaria aún contemplamos como un show de telerrealidad? ¿Están conscientes de la fuerza desestabilizadora del castrochavismo para toda la región, incluidos los Estados Unidos, donde el socialismo, por cierto, se ha vuelto una amenaza potencial?

Esperemos que la respuesta sea la solución para Venezuela y el resto de los pueblos cautivos del socialismo real. Que todos sean salvados, no solo los que más “sirven” según la balanza de los beneficios comerciales. Los impactos geopolíticos nos recuerdan que el castrismo, si se le sigue manteniendo como una retorcida cepa sagrada, nostálgica, mitológica del comunismo, será siempre un insolente peligro para la libertad –incluida la libre empresa en que se basa el desarrollo de Estados Unidos y sus aliados– en cualquier parte. Y en cualquier tiempo. Ojalá no sea demasiado tarde.

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