COLUMNISTA

La intervención y sus formas

por Avatar EL NACIONAL WEB

Intervenir implica dirigir, limitar o suspender el libre ejercicio de actividades o funciones. Cuando dicha acción se ejecuta en el campo de las relaciones internacionales, la misma se traduce en conducir temporalmente algunos asuntos interiores de otro país. Sin embargo, aunque parezca contradictorio, el diccionario de la lengua española le da también al término un significado más sutil: el de interponerse entre dos más que riñen, lo cual puede llevarse a cabo con claro propósito de mediar para evitar males mayores.

Es precisamente este amplio campo de referencias (y sus inevitables diferencias) lo que genera más de las veces acerbas confrontaciones que inexorablemente conducen a las inevitables interpretaciones, área que exige la necesaria participación de los especialistas, quienes lamentablemente pocas veces se ponen de acuerdo.

El tema anterior está en este momento presente en la crisis política que vive la sociedad venezolana y ella ha generado agrias discusiones entre los que se oponen a la dictadura de Maduro. Así, ante la amenaza del presidente Trump de intervenir en Venezuela, un importante grupo de opositores se pronuncia con sutileza a favor de ella cuando plantea no participar en la venidera contienda electoral y mantener la lucha en las calles. Por el contrario, el otro sector expresa la pertinencia de ir a votar y, en el caso de la MUD, se pronuncia públicamente en contra de la declaración de Donald Trump pero dejando claro que también se opone a la actual “injerencia” cubana en nuestro país.

Cuando revisamos las experiencias que se han vivido en Latinoamérica también apreciamos las diferentes tonalidades de la intervención. En el caso de la acción que se acometió en República Dominicana (1965-1966), observamos que la misma se desencadenó a raíz de la elección de Juan Bosh, fundador del Partido Republicano Dominicano, como presidente de dicho país. La aprobación de una constitución de carácter liberal, así como la posición que adoptó el primer mandatario en contra del latifundio generaron confrontaciones con los sectores conservadores que al final desembocaron en un golpe de Estado, lo que a su vez derivó en una guerra civil. Al complicarse la situación y temiéndose el surgimiento de una nueva Cuba, el presidente Lyndon B. Johnson ordenó la ocupación del país para restablecer el orden. Inmediatamente después Estados Unidos pidió a la Organización de Estados Americanos la negociación de una salida política entre los bandos opuestos. Al final del proceso, Joaquín Balaguer fue elegido presidente en las elecciones de 1966.

El golpe de Estado que comandó Augusto Pinochet en Chile, el 11 de septiembre de 1973, tuvo ribetes diferentes. Ahí las acciones las emprendieron las Fuerzas Armadas. Sin embargo, para nadie fue un secreto que los militares insurgentes contaron con el decidido apoyo de la CIA y del presidente Richard Nixon. No hubo formalmente intervención, pero sí una resuelta cooperación de Estados Unidos justificada por el giro comunista que tomaba el gobierno de Salvador Allende. Nuevamente la sombra cubana se hacía presente tras bastidores.

Un último caso digno de mención es la operación Causa Justa (Just Cause) que se ejecutó en Panamá el 20 de diciembre de 1989. El objetivo en esta ocasión fue apresar a Manuel Antonio Noriega, hombre fuerte del país centroamericano (una ficha fundamental de CIA para el suministro de armas ilícitas, equipo militar y dinero destinado a fuerzas de contrainsurgencia respaldadas por Estados Unidos en Centro y Suramérica), quien se convirtió en un poderoso traficante de cocaína hacia Estados Unidos. De paso, la medida también contribuía a encauzar a dicha nación por la senda democrática que fue obstruida en todo momento por el general panameño.

Con la anterior reseña lo que quiero resaltar es que, más allá de lo que sea aconsejable de acuerdo con la reglas del comportamiento correcto, la decisión que pueda tomar el gobierno que preside Donald Trump con respecto a Venezuela dependerá de sus particulares intereses y el peso de la sombra cubana que se proyecta sobre nuestro país. La espina de Cuba es un incordio para el Departamento de Estado y los círculos de poder estadounidenses, y está además claro que la influencia china, soviética y de los grupos terroristas del Medio Oriente hace que la incomodidad sea más agobiante. Si a ese coctel le agregamos lo del tráfico de drogas protegido por altas esferas de la revolución, el mandado está hecho para que la intervención, en cualquiera de sus diferentes modalidades, se lleve a cabo, independientemente de lo que queramos o pensemos los venezolanos, nuestros vecinos o los expertos en el tema.

El sibilino pronunciamiento del vicepresidente Mike Pence es una obra maestra en materia de intenciones: “Como dijo el presidente Donald Trump hace algunos días, Estados Unidos tiene muchas opciones en Venezuela, pero también confía en que trabajando con todos sus aliados en toda América Latina podemos llegar a una solución pacífica”. O sea, como muy bien lo expresó Cantinflas: “Ahí está el detalle, señor juez, no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”. Esa, amigos lectores, es la cruda verdad.