A medida que la debilidad de las instituciones venezolanas toma cuerpo, poco a poco se empieza a tomar conciencia de que la transición de Venezuela hacia una democracia liberal, si es que en algún punto puede efectuarse, depende de las decisiones y acciones que desarrolle la comunidad internacional.
Dentro de este contexto, se ha venido desarrollando el tema de la «intervención humanitaria» en Venezuela. Ahora bien, el concepto de «intervención humanitaria» no puede ser visto a la ligera, ni tampoco puede subestimarse su impacto dentro del tablero político nacional a mediano y largo plazo.
Siguiendo a Joseph Samuel Nye Jr., una de las autoridades estadounidenses más relevantes en relación con el estudio de las relaciones internacionales, existen cuatro principios que deben tomarse en consideración llegado el momento de analizar una intervención humanitaria: (i) tener una causa justa a los ojos de los demás; (ii) contar con proporcionalidad de los medios a los fines; (iii) alta probabilidad de éxito y, siempre que sea posible; (iv) reforzar la causa humanitaria con la existencia de otros intereses nacionales fuertes.
Con los postulados del profesor Nye Jr. sobre la mesa, se puede aterrizar con mayor precisión la posibilidad de una intervención humanitaria en Venezuela. Una cosa es proclamar lo que se quiere y otra es verla concretada en la realidad. En nuestra opinión, de los cuatro puntos expuestos, Venezuela tendría a lo sumo el primer ítem –causa justa– relativamente claro. Después de todo, el fenómeno de las migraciones y refugiados, la ausencia de alimentos y medicinas, la disfuncionalidad entera del país es tal que ni siquiera los órganos de propaganda del gobierno han podido esconderlas. Al contrario, el panorama agonizante del país constituye la materia prima de la consabida retórica que da pie a la “guerra económica” y la lucha de clases típica de la feligresía marxista.
Sin embargo, el resto de los elementos que conforman las características de una intervención humanitaria exitosa están en el aire aún. Se desconocen cuáles son los medios que serían empleados para dicha intervención y si estos eventualmente serían proporcionales a los fines perseguidos. Tampoco se sabe cuál será la posibilidad de éxito. Recordemos que la injerencia internacional –especialmente la que deriva del hemisferio occidental liderado por Estados Unidos y la Unión Europea– incluso es vista con enorme sospecha y reticencia por factores que presuntamente forman parte de la oposición al gobierno. En el mismo sentido, albergamos serias dudas sobre cuáles son los intereses nacionales que pudieran vincularse a la intervención humanitaria.
Es difícil precisar las posibilidades de éxito de una intervención humanitaria en Venezuela. Pudiera ser una experiencia desastrosa, como lo fueron los casos de Somalia y Haití en la década de los noventa. También pudiera ser una operación exitosa, si se logran los consensos y los acuerdos de voluntades que hoy lucen lejanos. Es una moneda que se lanza al aire a la espera un resultado incierto.
En nuestra opinión, como bien apunta Henry Kissinger, los países en desarrollo generalmente interpretan la doctrina de la intervención humanitaria como un dispositivo mediante el cual las democracias de los países industrializados reafirman una hegemonía neocolonialista.
Nos mantenemos extremadamente escépticos en cuanto al futuro del país. Tal vez haya llegado el momento de reconocer que nuestra visión de la sociedad, basada en un patrón formativo esencialmente occidental de apego al Estado de Derecho, gobierno limitado, y con preeminencia de las libertades individuales, no solo es minoritaria, sino que goza de un franco desprecio por los sectores mayoritarios del tejido social venezolano.
Si la suerte ya está echada, que al menos quede constancia de que no quisimos comulgar con el atraso y la barbarie. Incluso quedándonos solos frente al mundo.