COLUMNISTA

Intentar lo imposible

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

Se cree y repite dogmáticamente que la paciencia tiene más poder que la fuerza y, posiblemente por ello, se la tilda de virtud –«Con paciencia, el cielo se gana», asegura la sabiduría proverbial–, tal la esperanza, «sueño de los hombres despiertos», a juicio de Aristóteles, que lo es en el plano teológico y, de acuerdo con la frase hecha, «lo último que se pierde» –fue lo único que quedó en la mítica caja abierta por Pandora para saciar su curiosidad y liberar las desgracias que agobian a los hombres, ¿sexismo griego?–. Ambas virtudes, que, en otras circunstancias, honrarían a quienes las profesan, han devenido, para la oposición democrática del país, quizá no en vicios, pero sí en flancos vulnerables a los ojos de sus adversarios. Para el oficialismo, porque fantasea con que la historia lo absolverá, yo te aviso chirulí, y malicia que «en revolución lo extraordinario se hace ordinario», cual sentenció un médico con reputación de asesino serial, Ernesto Guevara, quien, emulando al Dr. Mengele, no con el bisturí, afinaba su puntería disparando a sangre fría sobre presuntos contrarrevolucionarios, condenados sumariamente al paredón, marca distintiva de los barbudos que se adueñaron de la isla caimán; y, contra la historia forjada desde la sinrazón, poco pueden la paciencia y la esperanza. La disidencia radical, por su parte, rechaza de plano la bíblica resignación del santo Job, y, después del fiasco revocatorio, supuso que descendía al infierno y siguió, al pie de la letra, la dantesca inscripción, Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate, que, en su vestíbulo, desahucia a los pecadores.

De la paciencia de los venezolanos, los piratas rojos, fachadas y testaferros de mandarines verde oliva han abusado hasta el cansancio con las invasivas cadenas del figurón, sus tediosos discursos y, sobre todo, con el mísero bozal de arepas que reparten a su aire los llamados comités locales de abastecimiento y producción, CLAP, entre quienes no tuvieron más remedio que hacerse con el carnet de patriotas, aunque los traten de igual manera que a mendicantes y pedigüeños, pues, contrariamente a la Revolución francesa, que transformó a los súbditos en ciudadanos, el socialismo del siglo XXI retrotrajo al ciudadano formado en democracia a la condición de vasallo de su dictadura.

El pasado fin de semana, títeres y titiriteros se pasaron de maraca y de tambor con la puesta en escena de la operación de defensa multidimensional integral independencia 2018, deplorable espectáculo con que se buscaba impresionar a países vecinos –especialmente a Colombia– a los que, como le están saliendo las cosas al combo dictatorial, conviene provocar con fines chauvinistas, a objeto de aglutinar patoteros y colectivos ante altar tricolor de la patria bolivariana, cuya antonomástica trinidad son el padre galáctico y eterno, el hijo mandón, dispuesto a cargar con la cruz de la reelección, y un santo espíritu castrense, paráclito bien armado para intimidar a apóstatas y heresiarcas. En ese teatro de la calle y del absurdo desempeñó un papel estelar el prófugo de la justicia ordinaria Valentín Santana, quien apareció en escena, rodeado de encapuchados y proclamando a los cuatro vientos sus nexos afectivos y políticos con el candidato que ya canta y baila el reguetón del triunfo. El jefe de La Piedrita se robó un show en el que Padrino debió haber sido la estrella; sin embargo, brilló como suele decirse cursilonamente, por su ausencia. Estaba lejos, en Moscú, festejando el centenario del Ejército Rojo, esa implacable maquinaria de matar y morir creada por el camarada Lev Davídovich Bronstein, Trotsky para amigos y enemigos, aunque Stalin lo negara, y Vladimir, el de aquí que estaba allí, no Ilich Ulianov ni tampoco el muy Putin de su tocayo, le creyera. Cagado de frío, enfundado en sus galas de general en jefe y el pecho repleto de reluciente chatarra dorada, posó para el press release por el cual nos enteramos de su ausencia; ausencia sobre la que cabría extenderse, pero, lamentablemente, será tema a tratar en otra ocasión

A falta de paciencia, buena era la esperanza. Esta se perdió en Santo Domingo y fue sepultada mediante la impertinente convocatoria a elecciones, emanadas del tumultuario e innombrable organismo prostituyente. Sí, la paciencia y la esperanza, que fueron fortalezas de la plataforma unitaria, se convirtieron en debilidades y blanco de caporales y capataces escarlatas que sobre ellas concentra los dardos de la dilación o de la premura, según se vayan presentado los acontecimientos. Dilación cada vez que se han visto en aprietos y que se traduce en tiempo ganado para sus fechorías –las sucesivas postergaciones de los comicios regionales y los obstáculos a los procesos de recolección de firmas para el referéndum revocatorio son apenas dos botones de un nutrido catálogo–; y premura siempre que se le presenta, calva y reluciente, la oportunidad de desconcertar al contrario con un movimiento inesperado y, ¡no faltaba más!, de dudosa constitucionalidad.

Hay quienes, sin admitir que la paciencia desbordó el vaso de la tolerancia, conjeturaron que, complaciendo peticiones, el CNE, accedería a mover las votaciones para mayo. Y, ¡bingo!, era lo que esperaban las brujas para imponerlos como oposición oficial. La gatopardiana decisión del árbitro, consensuada con Maduro, Cabello y el plenipotenciario y espurio nido de ratas comunitario, cambió la fecha de estreno, no el escenario ni el libreto. La contienda está definida –¿y legitimada?– con la participación del suboficial (maestro técnico de tercera) Henri Falcón, reverso de una moneda chavista que, lanzada al aire, caerá mostrando en su anverso la cara de Nicolás. Y si por mala o buena leche, cae de canto y el pastor Javier Bertucci sale triunfante, se rebautizará la nación y seremos República Maranatha de Venezuela. ¡El Señor viene!… ¡aprieten el rabo!

Agotada la paciencia y extinguida toda esperanza, a la contra chavista solo le resta fe. Fe en un pueblo que necesariamente ha de sublevarse contra la iniquidad dictatorial, sin plantearse la disyuntiva de impacientes y desesperados: golpe militar o intervención extranjera. Hay un hecho alentador: en lo que va de año se han producido en el país más de 700 manifestaciones. Confiando en el soberano es posible integrar un amplio frente nacional con autoridad moral y poder de convocatoria, capaz de plantarle cara al régimen y a los colaboracionistas mediante acciones que van de la solidaridad militante con los más necesitados a la insurgencia popular, pasando por la agitación callejera, la propaganda creativa y, de ser necesario, una huelga general. Para la imaginación, no hay imposibles. Ojalá el lector no se impaciente ni desespere.

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