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La intangibilidad del hombre (II)

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Al continuar desarrollando el presente tema, viene a nuestra mente una de las definiciones dadas por Guillermo Cabanellas: Hombre es todo individuo de la especie humana, cualquiera sea su edad y sexo. Entonces, cuando mencionamos el vocablo hombre incluimos, necesariamente, dentro de él a ese bello y digno ser que es la mujer, la encargada de cumplir la sagrada misión de la maternidad. ¿Por qué menospreciarla o marginarla, siendo ella nuestra madre, nuestra esposa, nuestra hermana o nuestra hija?

También,  al hablar del hombre  implícitamente estamos hablando de evolución, pues esta ha sido y sigue siendo el producto de  su gran inquietud. ¿Y cuándo empezó la evolución? Podríamos afirmar que tuvo sus inicios allá,  desde aquellos lejanos tiempos cuando  aparecieron los primeros hombres sobre la Tierra. Ellos se asombraron ante las cosas que les rodeaban en ese extraño  mundo. Ello  inquietó poderosamente sus mentesy los obligó  a pensar, a reflexionar, a tratar de explicarse aquello y, fundamentalmente, a  esforzarse en la búsqueda de acomodos y de su adaptación a él, en su afán de hallar satisfacción a sus imperantes necesidades.

Indudablemente, las inquietantes preocupaciones humanas empezaron allá, en ese lejano ayer, evolucionaron en el transcurso del tiempo y esa evolución no se ha detenido, ni se detendrá. Pues cada día se enriquece más. Lo que sí ha variado con las épocas ha sido el contenido motivante, o sea, las causas que las determinan. Ciertamente, al cambiar las motivaciones, que cada día surgen, cambian también las preocupaciones y ello conlleva a mayor evolución.

Así, tiempos después, ya en el siglo V a.C. la preocupación del hombre giró en torno a sí mismo. O sea, a la preocupación por conocer el mundo externo le siguió la preocupación por su propio yo. El  hombre mismo pasó a ser el objeto de su estudio. Cambió el objeto, pero el sujeto siguió y sigue siendo el mismo. Más tarde, en la Edad Media, con la Escolástica surgió una nueva inquietud, muy distinta por cierto, por los valores sobrenaturales, los teológicos y por el alma. Siendo la evolución el producto de las inquietudes y constantes preocupaciones humanas, podríamos asemejarla al propio ciclo de la vida: concepción, embrión, neonato, bebé, niño, joven y adulto. En esta última etapa se cumplen los roles propios de la vida en sociedad: estudiante, profesional, esposo,  padre, etc.

Definitivamente, el hombre ha hecho la historia y la enriquece siempre. Él mismo es su autor y el propio actor. De manera que la trascendental misión del hombre se perpetúa por la sucesión, a manera de los eslabones que forman la inacabable cadena de la historia. Pues el mundo no muere con el hombre. Sus ejecutorias le sobreviven. (Hasta la próxima entrega).

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