Por definición, algo insostenible no se puede sostener, es decir que si se sostiene, entonces no es insostenible. Esto, desde luego, parece un mero juego de palabras –no muy agudo, por cierto; pero en el caso de la realidad venezolana es mucho más que eso: es la esencia de la tragedia que nos destruye como nación.
Para empezar, cuando hablamos de lo que se sostiene, a pesar de lucir insostenible, nos referimos, claro está, al continuismo de Maduro y los suyos en el control del poder. No nos referimos al conjunto de Venezuela, que se desploma en caída libre, en un contexto de catástrofe humanitaria, caos económico, migración masiva, despotismo reforzado, y depredación de todo lo que pueda ser depredable.
Ahora bien, la insostenibilidad de una cosa no sólo tiene relación con lo material, con su existencia concreta y práctica. Hay otra dimensión, acaso tan o más importante. Algo insostenible es algo indefendible con razones, algo que no merece apoyo moral… No lo digo yo, lo dice el principal diccionario de nuestra lengua.
Y en ese sentido, mucho me temo, que lo que aún se sostiene, a pesar de todos los pesares, lo viene consiguiendo, hasta ahora, porque no se termina de asumir, de manera tajante, que la hegemonía roja no puede ser defendida ni es justificable ningún tipo de apoyo a ella, sea directo o indirecto, abierto o encubierto.
La ambivalencia frente a la hegemonía, tanto la que puede atribuirse a una ingenua buena fe, o la que debe atribuirse a una complicidad metálica, no sólo constituye una aberración y una traición –seguramente no de los mejores– a la causa democrática, sino que por todo ello también constituye un favor inmenso a la sostenibilidad de lo que no debería sostenerse.
Cuando tal o cual “dirigente político de oposición”, proclama que anda de onda electoral, lo que en verdad está significando es que acepta, así sea a trancas y barrancas, el régimen comicial que impera en el país. Un régimen inaceptable –insostenible—porque es una trampajaula para medio maquillar la fachada seudodemocrática de la hegemonía, y permitirle, por ejemplo, a don Rodríguez Zapatero y compañía seguir cabildeando por Maduro por medio mundo.
Es obvio que no se puede comer un pedazo de pastel, y después alegar que todo el pastel está podrido. O mejor dicho, sí se puede hacer eso, pero sin ni un ápice de credibilidad.
Carlos Ortega, desde el exilio, declara que quien sostiene a Maduro es Padrino López, su ministro de la Defensa, es decir, su influencia en la Fuerza Armada. Es una afirmación correcta, en el sentido de que sin apoyo militar, Maduro no tendría cómo mantenerse en Miraflores.
Pero es una afirmación que no excluye sino que se articula a la antes señalada. El apoyo militar subsiste, al menos en parte, porque la ambivalencia en la acera de enfrente, ofrece argumentos que hacen más difícil el que pueda formarse un consenso para promover un cambio político sustancial.
No nos confundamos, los países solo tocan fondo cuando se desintegran o dejan de existir, en términos históricos. Por eso me parecen tragicómicos esos esquemas de los “expertos-profetas”, que rebuscan “hechos y evidencias” de carácter comparativo, para sentenciar que con el tipo de hiperinflación o la magnitud de la recesión, la ecuación da que a Maduro solo le quedan tantas semanas. Ese palo de agua viene cayendo desde hace años…
Y esperemos que no siga siendo así. Pero se requiere que, por fin, no se siga defendiendo lo indefendible, no se siga justificando lo injustificable, no se siga sosteniendo lo insostenible.
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