Estaba por concluir un artículo sobre las incoherencias de cierta oposición que insiste en lanzar dardos venenosos contra Guaidó, cuando me enteré de la orden de Maduro dada al contralor para que lo inhabilitara políticamente por quince años. El hecho logró llamar mi atención, por cuanto no estando planteada ninguna elección, a una decisión como esa no le veía la urgencia; sin embargo, el hecho de recordar que todas las soluciones propuestas por la comunidad internacional, todas, sin excepción, concluyen en que la crisis de Venezuela se resuelve por la vía de unas elecciones generales confiables, me dio las claves necesarias para entender que al régimen le quedan dos caminos: o permanece en la vía de la violencia a desmedro de la gobernabilidad, hecho que además de no abonarle ningún dividendo, todo lo contrario, lo calificaría para entrar en la lista de los regímenes del terror; o trata de legitimarse mediante un proceso electoral que podría ganar siempre y cuando la oposición vaya a ese evento, como suele suceder, dividida y para que eso suceda es indispensable sacar de una eventual carrera electoral a Juan Guaidó, por ser en estos momentos el único dirigente capaz de aglutinar el mayor sentimiento unitario en la oposición. Por eso el régimen no agota ninguna vía que lo pueda llevar al logro de ese objetivo.
Haber llegado a esa conclusión y convencido como estoy de que el régimen no tendrá más camino que aceptar el proceso electoral que el mundo libre y democrático le impondrá, si es que no quiere seguir aislado, y sin oxígeno, me dio el por qué, tanto de la orden de inhabilitación como de los ataques que comienza a recibir Guaidó desde sectores de la misma oposición.
Y es que para un pueblo democrático y sin otra arma para defenderse que la Constitución y las leyes, humillado y sometido por un régimen que ha empleado el hambre, la amenaza y la violencia como armas demoledoras de la dignidad humana, la sorpresiva aparición en la escena de un líder como Juan Guaidó, convirtió su deprimida desesperanza, en espíritu de lucha y lo hizo proponiendo una ruta, y exigiendo compromiso y lucha. Su discurso fue claro y su acción personal decidida y valiente, y por eso la gente lo siguió.
Su aparición sacudió todo el espectro político nacional e internacional y produjo entre otras muchas cosas descalabros en un régimen prepotente, que se creyó todopoderoso, dimisiones dentro de sus filas, fuerte ausentismo de las bases populares aún de aquellas que cree controlar con el carnet de la patria y otras prebendas, que sabe que está muy cerca de perderlo todo y tuvo que recurrir la única arma que le queda y esa no es otra que la represión violenta implícita en el terrorismo de Estado. Como si fuese poco esa aparición, acompañada con el gigantesco apoyo popular que todavía tiene, recibió el reconocimiento de la comunidad internacional al punto de que más de sesenta países lo reconocen como el presidente Interino de Venezuela. Y eso es un haber que el más mezquino de los intereses no le podrá quitar bajo ninguna circunstancia.
Pero su aparición, así como despertó un fervor en la población más necesitada, también despertó las alarmas en varios sectores de la oposición, unos, por tener sueños inmediatistas de imposible cumplimiento, otros, porque se vieron rebasados por las circunstancias y con un futuro mucho más que incierto, en cuanto a su permanencia protagónica en la escena política, si la ruta propuesta por Guaidó resultaba victoriosa, hecho que, de ninguna manera, esa dirigencia está dispuesta a aceptar.
Conscientes todos ellos, porque como políticos conocen la materia, de que la ruta trazada tenía piedras en el camino y algunas de ellas del tamaño del peñón de Gibraltar, han venido poco a poco sembrando dudas sobre su ruta y su liderazgo, teniendo como base la exigencia de resultados inmediatos, e insistiendo en tomar decisiones que no dependen exclusivamente de Guaidó y repitiendo hasta el cansancio que “este gobierno no sale con votos, pero sale con balas”. A lo que han ido añadiendo frases como “es demasiado joven e inexperto” , o «las ideas no son de él y esto lo hace manipulable”, o “está mal asesorado”. Podría seguir citando otras frases lanzadas detrás de bastidores con la intención de responsabilizarlo de toda tardanza que favorezca al régimen. Pero las cosas parecieron salirse de su curso natural, cuando una encuesta reveló que 80% de la población estaba dispuesta a darle su voto a Guaidó. Hasta allí llegó la “prudencia”, si es que alguna vez la hubo, y comenzaron a saltar las caretas. Allí comenzaron a decir que las movilizaciones eran parte de una campaña presidencial, que presentar el Plan de la Patria era un hecho de ventajismo, que si él estaba allí era porque ellos lo habían permitido y comenzaron a vaticinar a los cuatro vientos el fracaso de Guaidó, hasta aparecieron sugerencias hechas por analistas muy leídos, proponiendo nuevas rutas para el cambio.
Como es lógico suponer, quien esto escribe no puede dejar de asociar esta circunstancia con la inhabilitación política contra Juan Guaidó, ordenada por el usurpador y sobre la cual muchos miembros de la llamada oposición han guardado un silencio que hay que calificar de estruendoso.
¿De qué se trata? Es acaso una conjura o, como dice mi amigo José Domingo Blanco: “de los cómplices de este régimen que, a lo largo de estas dos décadas, han ayudado a enquistar aún más a esta tiranía perversa, o de una reacción infantil y egoísta de quienes aspiran el poder y no soportan que otro les haya robado lo que ellos consideran su derecho natural. Un asunto de ego y envidias que muchas veces les impulsa a actuar de acuerdo con los más bajos instintos, sin reparar en que, en el medio, lo que está en juego, es la vida –o muerte- del país y quienes en él vivimos”.
Por eso siento que detrás de esos ataques hay un plan fríamente estructurado para apartarlo y resulta inquietante pensar que, gracias a esas maniobras al servicio de oscuros intereses y a esos demonios que trae consigo la ambición de poder, estemos en el camino de una nueva frustración.
Desde luego que una dirigencia derrotada, con el poder de convocatoria vencido, con un discurso agotado desde hace mucho tiempo, no puede ver con buenos ojos, que Guaidó lograra despertar a todo un pueblo, que lo sacara de la sumisión, que lograra desmentir la conseja según la cual en Venezuela ya no habían líderes y haberle quitado la iniciativa al régimen, al punto de conducirlo a la incoherencia y la confusión, haciéndole cometer la mayor cantidad de errores en el menor tiempo y, haber logrado con su insistencia que la comunidad internacional, activase la ayuda humanitaria y que precisamente en el intento de introducirla, haber desnudado la maldad del régimen y el sadismo con el que actúa, incluidas su danza macabra y la jactancia con que despliega a los cuatro vientos, sus amenazas de exterminio, haberlo debilitado en sus bases populares que han visto en Guaidó una alternativa para superar las penurias que les provocó el castrocomunismo, y haberlo debilitado al punto de tener que pedir auxilio a dictaduras del mismo cuño.
Que Guaidó es perfecto, claro que no. Que ha cometido errores, claro que sí; que se equivocó en el uso del “sí o sí” empleado para el ingreso de la ayuda humanitaria, claro que sí. Podría añadir que tiene responsabilidad compartida con todos los diputados de la AN al no darle prioridad al problema electoral, y a mi modo de ver, se equivocó al hacer impronunciable la palabra negociación y, más que equivocarse, no lograr que se hiciese público en cantidad significativa, el rechazo a Maduro dentro de una fuerzas armadas vigiladas las 24 horas del día por el G-2 cubano, pero ninguna de esas equivocaciones se equipara ni con la satanización del voto, ni con la trama diabólica puesta en marcha para desacreditarlo, sembrando de nuevo el desencanto en la población y el virus de la división, único escenario en el que los enemigos de Guaidó volverían a tener una presencia, aun cuando muy pequeña, en el escenario político de la nación. Y lo peor del caso es que, de seguir por esa trocha, esa “oposición” sin militancia, ni dolientes, habrá enterrado una vez más las esperanzas de salir de las garras del castrocomunismo.
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