Primero de septiembre de 1939, las tropas alemanas entraron en Polonia sin haber declarado la guerra y dieron comienzo a la II Guerra Mundial, este hecho, además de una llana declaratoria hostil de parte de Alemania hacia Francia e Inglaterra, significó el resultado del pacto de no agresión que Adolf Hitler y Josif V. Stalin firmaron con la intención de repartirse la nación polaca.
Hitler dirigió la guerra como un gánster en toda Europa: invadiendo por sorpresa. Para el 22 de junio de 1941 Hitler ya había invadido Yugoslavia y Grecia, y gran parte del oeste y el norte del continente –exceptuando España, Portugal, Suecia, Finlandia y Suiza–, pese a esto, Inglaterra no se rindió y ante todos los pronósticos, Winston Churchill, el nuevo primer ministro inglés, no accedió a firmar la paz tras ver derrotada a su aliada Francia, ni a los bombardeos sobre la capital de parte de los alemanes.
Pero al ir avanzando y buscar invadir Rusia para ese año, las tropas de Hitler nunca previeron que el crudo invierno las alcanzaría en octubre de 1941, lo que se considera el principio del fin alemán, que se agravó con el ataque de Pearl Harbor que Japón efectuó en el Pacífico el 7 de diciembre, y significó la entrada de Estados Unidos a una guerra ya con dimensiones mundiales, al declararse abiertamente en ejercicios hostiles Alemania y los norteamericanos.
En 1942, al dar Hitler la orden de seguir adelante, el ejército alemán renueva su ofensiva sobre Rusia, y en noviembre de ese año, los alemanes son rodeados completamente y aniquilados en una de las batallas más cruentas de la historia. A partir de entonces los alemanes sólo pudieron ir replegándose, destruyendo todo a su paso, con el fin de impedir el aprovisionamiento del enemigo.
El 10 de julio de 1943, los británicos y los norteamericanos desembarcaron en Italia, y el 6 de junio de 1944 tuvo lugar el fastuoso episodio en Normandía llamado “D-Day” (Debarcation Day). Con él, los estadounidenses y los ingleses irrumpieron en Francia y abrieron un segundo frente en el oeste.
Por el escenario, la conclusión estaba clara desde hacía tiempo: Alemania ya no podía ganar la guerra y sin embargo ningún general pensaba en encarcelar a Hitler y poner fin a aquella masacre. Continuaron sacrificando a sus soldados, pues para muchos de ellos su juramento de lealtad a Hitler era más importante que la vida de sus hombres: esa era la perversa moral de la casta guerrera de un Estado militar. Finalmente decidieron dejar el asunto en manos de un oficial que tenía un solo ojo y un solo brazo y que debía atentar contra el tirano: Stauffenberg, quien el 20 de julio de 1944 atentó contra Adolf Hitler, pero todo salió mal y él y otros conspiradores fueron pasados por las armas.
Los alemanes siguieron luchando hasta que los rusos tomaron Berlín. El 30 de abril de 1945 el Führer se dio un disparo en su búnker. El 8 de mayo, Wilhelm Keitel firmó la capitulación incondicional de Alemania. Los alemanes se identificaron con Hitler hasta el final y lo acompañaron en su caída. Nunca otra figura ha sido tan popular entre ellos. Adolf Hitler comenzó personificando su patología y acabó induciéndolos a celebrar con él un aquelarre sin igual.
El resultado de los crímenes que realizaron juntos fue de una magnitud hasta entonces desconocida, que aún resulta imposible concebir.
Como se sitúan más allá de la razón, la reflexión sobre ellos ha tomado tintes religiosos. Pero en la medida en que la ciencia histórica se ha ocupado de ellos, se ha dado lugar a dos teorías: intencionalista y funcionalista.
Los intencionalistas dicen que Hitler quiso siempre este genocidio y lo planeó de antemano.
Por su parte, los funcionalistas afirman que el genocidio fue consecuencia de la intensificación de las medidas adoptadas por los nazis. Estos querían zonas de asentamiento para los alemanes, así que llevaron a los judíos a los guetos; pero aquí no podían alimentarlos, por lo que se les ocurrió la idea de asesinarlos, y sobrevino todo lo demás.
Pero Stalin siempre observó de cerca a su contraparte alemán, y tras la toma de Berlín ordena expresamente que integrantes del servicio secreto soviético, el NKVD, investigue qué ha sido del Führer, y en su afán por desentrañar los métodos que utilizó Hitler para dominar a su pueblo, da con dos hombres muy cercanos al tirano: Otto Günsche y Heinz Linge, quienes ejecutaron la orden final de quemar el cuerpo tras el suicidio de Adolf Hitler.
Desde 1946 hasta 1949 Günsche y Linge desgranaron la vida privada de Hitler.
El informe Hitler (Tusquets Editores) es una magistral obra que al momento de ser publicada impactó en la sociedad alemana, ya que relata desde una perspectiva inédita los acontecimientos que envolvieron la historia germana abarcando desde 1933 hasta el apocalipsis final de 1945.
Una obra monumental que los historiadores y escritores Henrik Heberle y Matthias Uhl documentan de manera extraordinaria, poniendo el mayor énfasis al relato de las últimas semanas en el búnker subterráneo de la Cancillería y a la sobrecogedora descripción de aquella opresiva atmósfera.
Una obra imprescindible que nos habla de cómo un hombre terminó saliéndose del círculo de la civilización humana para hacer aquello de lo que la humanidad acusa a los judíos: matar a Dios. El informe Hitler, un libro que nos recuerda que los deseos y pasiones del ser humano siempre deberán tener un límite.
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