Cuando usted lea este artículo, Nicolás Maduro estará exhibiendo las impudicias de su régimen en los pocos países del orbe que todavía están dispuestos a recibirlo. Durante su viaje continuará utilizando el nombre de Venezuela para tratar de recomponer su decadente e inexistente presencia internacional. Así lo ha hecho y lo seguirá haciendo, porque carece de un perfil propio que lo identifique como el líder del país y de su gente. En todos los países de la comunidad internacional siempre lo seguirán viendo y percibiendo como un advenedizo que llegó hasta donde está por el póstumo capricho del que se fue. Esa es su angustia y su tragedia.
La percepción que tenemos en Venezuela de la tiranía de Maduro es que es un régimen que carece de viabilidad operativa y de voluntad política para actuar y evitar la secuela de circunstancias negativas que asolan a todos los ciudadanos, sin distingos de ninguna naturaleza. No podemos olvidar que con la impune corrupción con que han saqueado al país, la escasez, el desempleo, la inflación e inseguridad afectan, por igual, a los seguidores del gobierno y a los que disentimos de su forma de gobernar. La indiferencia frente al estado de cosas que vivimos no excluye a nadie de las consecuencias del resultado; el indiferente se verá involucrado aun cuando no lo quiera y por tal razón no debería nadie aceptar pasivamente que sean otros los que resuelvan sobre las situaciones actuales y futuras en las que indefectiblemente todos estamos envueltos.
Debemos internalizar que el país discurre en un clima de extrema incertidumbre. Los recientes acontecimientos y su imprevisible desenlace nos obligan a situarnos mentalmente mejor para prepararnos a enfrentar las eventuales acciones que podrían derivarse de la desesperación y angustia que actualmente atenazan a las facciones chavistas y a su espurio liderazgo. Actitudes indiferentes de nuestra parte podrían cerrar las posibilidades al necesario proceso de recambio que requiere y reclama el país. Ya basta de permitir que los menos capacitados y los más corruptos conduzcan, intencionalmente equivocados, la nave del Estado e impidan el acceso al poder de nuevas generaciones de venezolanos llamados a modernizar las caducas visiones de los que han gobernado durante 18 años.
Ser indiferente no resuelve los seculares problemas que nos afectan; por el contrario, garantiza que el país siempre tendrá lo peor de “más de lo mismo”, como lo demuestran fehacientemente los continuos fracasos del gobierno actual durante el tiempo que ha gobernado con la anuencia pasiva de nuestra parte. Hay cosas básicas que debemos realizar para nuestro beneficio como ciudadanos y para deslastrarnos de un liderazgo ladrón, mediocre y decadente, y para eso se impone la necesidad de tomar decisiones. Ese momento ha llegado. Tengamos presente que de cada uno de nosotros dependerá la suerte de la República y la de nuestro entorno familiar.
Es evidente que actualmente el gobierno no tiene las bazas a su favor, porque paulatinamente los inexplicables y costosos errores de su gestión lo han llevado al ocaso de su tiempo histórico que podría ser acelerado, siempre que la participación y la voluntad opositora por un cambio aumenten sensiblemente; de otro modo, aun cuando los errores sistemáticos del gobierno sigan presentes y deterioren aún más al país, no debemos permitir que sea solo la inercia de su deterioro, el catalizador de su final. Lo que vivimos es un problema de todos, que todos debemos resolver. Tenemos ante nosotros, en caso que fracasen por insuficiencia de apoyo político y/o por negligencia opositora, todas las iniciativas tendentes a encontrar una salida a la situación planteada, el inminente peligro de dirimir nuestras diferencias con el régimen mediante una confrontación fratricida o, en su defecto, que el continuo deterioro del país, por omisión de parte nuestra, lo desgaste y lo convierta en una entelequia, un remedo de sociedad, un frustrante recuerdo de lo que pudimos haber sido y con ello se imponga definitivamente la visión gubernamental que nos quiere así.
La vigencia de las agendas personales, la irresponsabilidad política, las mesiánicas visiones de ser los portaestandarte de la cabal interpretación de la historia y la comodidad de los que no se quieren involucrar son las actitudes que indefectiblemente nos podrían conducir a situaciones que ninguno de nosotros, en su sano juicio, podría querer que se dieran en nuestro país.
Hay que focalizar la crítica al gobierno en desenmascarar y denunciar a los ladrones y corruptos del régimen. La sociedad venezolana no puede continuar siendo simple espectadora del sistemático saqueo con que los validos del régimen impunemente han colocado a la nación al borde de la bancarrota. La inmensa cantidad de dinero mal habido que ahora está depositada en cientos de diversas cuentas bancarias en Estados Unidos, Andorra, Suiza, Luxemburgo, entre otros países, a nombre de los funcionarios corruptos y sus testaferros es de tal magnitud que sobrepasa con creces lo acumulado por las mafias que tradicionalmente han operado bajo diversas formas del crimen organizado. Tales circunstancias no nos permiten ser indiferentes y más aún cuando fácilmente se constata que la inmensa cantidad de recursos birlados por estos desalmados, de haber sido utilizada adecuada y honestamente, habría permitido al país resolver las carencias conocidas en los sectores de salud y educación.
Fortalezcamos nuestras potencialidades y voluntades para auspiciar el cambio del régimen político que nos desgobierna, y para el avance y consolidación de una democracia no excluyente y honesta como la forma de gobernar a nuestra sociedad. Incorporemos de forma proactiva y organizada nuestras actitudes y capacidades a la formidable y enaltecedora tarea de cerrarle el paso definitivamente a los que transitoriamente detentan el poder y que han saqueado al país en forma inmisericorde e impune.