El Banco Central en cualquier país serio, organizado y respetuoso de la institucionalidad tiene como funciones esenciales emitir la moneda de curso legal, controlar los flujos monetarios, el crédito y el tipo de cambio, con lo cual persigue preservar su valor interno y externo y una cierta estabilidad de precios. La moneda emitida por el Banco Central se emplea como medio de pago sustentado en su respaldo y valor legal, también como cifra de cuenta –unidad monetaria de existencia no física, pero igualmente respaldada por el ente emisor y por tanto válidamente utilizada en transacciones y en registros contables–. La moneda es igualmente reserva de valor y de allí que los gobiernos e instituciones multilaterales mantengan importantes cuentas de reservas que igual se utilizan para fijar precios de bienes y servicios en las transacciones del comercio internacional.
El dólar estadounidense quedó establecido como principal moneda de reserva luego de la conferencia de Breton Woods de 1944. Para entonces, el valor de la moneda quedaba apegado al precio del oro, manteniéndose el patrón hasta 1971, cuando Estados Unidos decide abandonarlo; el dólar estadounidense se sostiene a partir de entonces en la confianza que confiere a sus tenedores; confianza en el ente emisor, obviamente. Sigue siendo, y a pesar de lo vivido durante la última crisis global, la moneda de reserva por excelencia de la mayoría de los países civilizados.
La política internacional nunca ha planteado escenarios enteramente diáfanos, menos aún sencillos de abordar y de resolver. La retórica de “países no alineados” con el interés de las grandes potencias y en particular de Estados Unidos, suele acusar la universal responsabilidad del mundo desarrollado sobre todos los males que aquejan a los menos favorecidos; nunca reconocerán sus propios errores ni el desatino de sus políticas públicas. Al final del día, parece que a sus gobiernos les acomoda ser mediocres e irresponsables con buena conciencia.
Pues bien, el gobierno de Venezuela acaba de anunciar –aparentemente sin el concurso de la autoridad monetaria– la creación de una nueva “criptomoneda”, cuyo principal propósito es abatir el dominio del dólar estadounidense como moneda predilecta para la constitución de reservas internacionales; se le pretende, pues, remover como “moneda opresora” de nuestro país, según dijera el presentador del misterioso proyecto. Una advertencia cuando menos desprovista de todo asidero en la funcionalidad del sistema y la realidad económico-financiera de nuestros días. Y ello en modo alguno desprestigia la noción de una moneda virtual, que como bien apunta Allan Greenspan al referirse al bitcoin, es un ejemplo fascinante de cómo los seres humanos crean valor, lo estiman o lo juzgan, sin que ello necesariamente obedezca a un comportamiento racional –no parece racional crear de la nada un medio de pago, sin respaldo alguno, aunque igual se utilizará en la medida que la gente común adquiera confianza y de tal manera se vaya consolidando un mercado alternativo–.
La irrealidad del planteamiento solo refleja la ansiedad del gobierno venezolano ante la debacle económica que estamos padeciendo, por una parte y, por la otra, el desconocimiento absoluto de la dinámica económica internacional. Ya habíamos dicho que a pesar de la última crisis financiera global –la de 2007-2009– el dólar estadounidense sigue siendo moneda de reserva por excelencia; y no solo las razones son varias, sino están al alcance de cualquier ciudadano, sobre todo los entendidos, aquellos que por lo visto no tienen presencia en los círculos actuales del poder público. El dólar estadounidense sigue siendo moneda dominante en las transacciones comerciales, ante todo en las operaciones financieras a escala global. Y es que las alternativas frente al dólar estadounidense, el renminbi chino cuya unidad básica es el yuan y sobre todo el euro, no aseguran la escala de liquidez necesaria para un adecuado nivel de eficiencia en los mercados financieros. No olvidemos las restricciones del gobierno chino a los movimientos de capital que afectan mayormente a sus nacionales y residentes, tanto como aquellas que limitan el uso de su moneda en transacciones internacionales. En cuanto al euro, sin duda la alternativa natural frente al dólar estadounidense, ya hemos visto el impacto de regulaciones introducidas después de la última crisis a que hicimos referencia, que afectan el funcionamiento del sistema bancario internacional. El resultado de todo ello lo vemos en los movimientos del mercado de títulos emitidos en las diferentes monedas; la liquidez de títulos denominados en la moneda estadounidense, supera las restantes opciones disponibles –adicionalmente no habrá cobro de primas basado en asuntos de liquidez–.
Sin duda el bBitcoin ingresa con fuerza aparente a la corriente dominante de nuestro tiempo, pero aún es temprano para precipitar conclusiones. Aunque opera sobre tecnología ingeniosa y descentralizada, el no tener respaldo alguno podría arrojar consecuencias aún impredecibles; tiene sin embargo sus atractivas ventajas, al funcionar sobre una red que se autorregula, que al parecer no da posibilidades a la falsificación y al transarse directamente entre internautas –no hay intermediarios–. Pero su escandalosa revalorización en corto tiempo da qué pensar sobre una posible nueva “burbuja” que no solo afectaría unos cuantos usuarios, sino terminaría por desacreditar la novedosa iniciativa. Lo insólito es que estando todo esto a la vista de cualquier curioso, el gobierno venezolano al más alto nivel haga uso de semejante ardid –el petro, como pretenden llamar su moneda virtual–, para intentar, infructuosamente, esconder las fallas de sus políticas económica, monetaria y fiscal –o la inexistencia de todas ellas–.
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