Nos quejamos de que los civiles no aparezcan en los primeros planos de la historia. Nos parece terrible la precedencia de los uniformados, la atención que se le ha puesto a las charreteras a través del tiempo, y buscamos la manera de destacar a los protagonistas de levita y corbatín frente a los individuos formados en el cuartel. La intención tiene sentido, porque la patria se ha formado de la participación de los universitarios, de los sacerdotes, de los autores de periódicos y libros, de los discurseadores de las tribunas y de la gente sencilla que no aparece en los manuales escolares ni en las ceremonias de la cúpula, o que aparece poco. Sin embargo, conviene detenerse en el papel de los hombres de armas para ver si, en efecto, exageramos con la abundancia de sus pedestales.
Vamos primero el capítulo de la Independencia, principio de la evolución republicana. Sus vísperas fueron un producto de los intereses de los propietarios más acaudalados, de la lecturas que consumieron y de la interpretación justa que hicieron del declive del imperio español. Su influencia prosiguió a partir de 1810 en la prensa y en las deliberaciones del primer Congreso, pero después languideció hasta hacerse pequeña. ¿Por qué? Porque empezó una guerra larga y cruel. Las hostilidades colocaron a los hombres de lanza y pólvora en primer plano, debido a las solicitudes del entorno. Las batallas no se ganan con escritores de ensayos ni con estudiantes bisoños ni con vecinos acostumbrados a la paz de los hogares, sino solo con jefes militares. Los civiles hicieron letras y propusieron fórmulas del gobierno; algunos fueron, a la vez, escritores de documentos fundamentales y vanguardias en las refriegas, pero la guerra fue ganada por los grandes capitanes. En consecuencia, no nos debe extrañar que ocuparan desde entonces una plaza en la cúspide, que sean el centro de los libros que leen los colegiales y figuras sobresalientes de la iconografía que se ofrece como auxiliar para la lectura de la historia.
El desmembramiento de Colombia partió de una reflexión sobre las necesidades de la sociedad y del surgimiento de un nacionalismo que chocaba con la sensibilidad de las otras sociedades y de las diversas economías que fundaron la gigantesca nación, hecha ahora esencialmente por civiles. Un conjunto de intelectuales jóvenes y de hacendados en bancarrota justificaron la necesidad de volver a “la antigua Venezuela”, pero no bastaban sus cabezas y sus plumas para llegar a soluciones concretas y permanentes. De allí que buscaran el auxilio de los prestigios militares y de la fuerza que habían acumulado. Sin ellos los planes quedarían en un limbo. Las ideas estaban en los gabinetes de una nueva generación de pensadores y en la caja quebrada de los herederos de los propietarios del pasado, pero la posibilidad de ejecutarlas estaba en la tropa y en quienes la manejaban. De allí el nuevo escalón para que los poseedores del armamento y los controladores de la soldadesca subieran más la empinada escalera. No fueron una imposición, sino una necesidad.
La fragilidad institucional que reinó después, unida a la precariedad del erario y a las trabas de los dirigentes políticos para proponer un mensaje de alcance nacional, condujo a un lapso de guerras civiles en las cuales, por supuesto, ocuparían lugar estelar los herederos de los paladines de la Independencia. Como los congresos eran voz lánguida y los partidos no lograban cabal establecimiento, el camino hacia el trono estaba libre para otro tipo de hombres de armas que mantendrían su influencia hasta la primera mitad del siglo XX. Fue una cuestión de fuerza, de quién tenía la sartén por el mango, de quiénes influían de veras en las masas, y es evidente que fue entonces poca la posibilidad que tenían los civiles para hacer una república a su medida. Ni siquiera después del establecimiento de la sociedad petrolera estuvo en manos de los civiles la alternativa de imponer sus anhelos y sus fueros. ¿No tuvieron que buscar la compañía de una nueva camada que se había formado en la Academia Militar para cambiar la historia en 1945?
La bola pica y se extiende hasta llegar a nuestros días, con mudanzas de importancia que se deben examinar en otro lugar, pero el tema se ha tratado para que pongamos las cosas en su lugar cuando nos quejamos del rincón que le hemos dado a lo cívico frente a lo militar. También cuando seguimos considerando el cuartel como salvación ineludible.
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