La plataforma de exhibición del cine se diversifica, se transforma, se renueva para seguir siendo competitiva en el mercado de las redes sociales, las aplicaciones móviles, el todo gratis y el streaming (Netflix).
Así fui al preestreno de Rascacielos: rescate en las alturas en una sala 4DX. Durante un tiempo le había sacado el cuerpo a la idea de ver una película fuera del campo de las dos dimensiones. La irrupción de la estereoscopía me acabó de saturar con sus propuestas de pura expulsión de volúmenes.
El 3D quedó pronto asimilado por el mainstream de la animación y el espectáculo veraniego a perpetuidad, desembarazándose de la idea de experimentar con los planos, las historias y la profundidad de campo.
De vez en cuando, algún cineasta irreverente, como Wenders y Godard, tomaba la decisión de incursionar en el terreno de la explotación de las pantallas panorámicas.
Entonces, el espectador descubría las infinitas potencialidades del medio, anuladas por la concepción infantil e instrumental de las franquicias conservadoras.
En los parques temáticos de Orlando pagué por “disfrutar” de un entretenimiento caro, sobrevalorado, instintivo y breve como dar una vuelta en una montaña rusa.
Hice un viaje virtual de 15 minutos, sobre algunas extensiones de Norteamérica, volando en una suerte de ícaro o de parapente mecánico, siendo asaltado por olores artificiales, colores incandescentes y texturas hiperrealistas.
En los estudios Universal presencié un capítulo de Los Simpson a la escala del firmamento del downtown de Miami. Bart y Homero se agigantaban delante de las pupilas extasiadas de los consumidores, al contagio de un sonido envolvente.
En ambos casos la trama era un mero pretexto, un ingrediente prefabricado entre muchos condimentos diseñados para la ocasión del menú de comida rápida.
Un futuro del cine quiere ser el complemento de los combos de cotufas y refresco. Se manufactura como una cadena de montaje de perros calientes y se vende con los empaques de una cajita feliz. No lo condeno o lo analizo desde una visión binaria de profesor anticuado. Solo demando apreciar los sabores de una oferta menos concentrada en la exaltación de los gustos hegemónicos. Sin embargo, el Mundo feliz domina la cartelera en el país de 1984. Es una de las paradojas de la época del populismo del milenio.
En tal sentido, encaja el patrón de “la Roca” con su pierna biónica y su misión de salvamento en un edificio al borde de la implosión del WTC.
El filme expresa la política del Trump más aislacionista, redentor y superhéroe, dedicado a la faena de limpiar a la industria corporativa, poniendo a los chinos y a los terroristas mercenarios en su sitio.
El rascacielos del título bien puede aludir a la Trump Tower. La película resume las narrativas del último presidente de la Casa Blanca: su visión ambigua de la mujer (relegada a un papel secundario de imitadora del poder del macho alfa), su paranoia frente a los avances técnicos de la ciencia foránea, su estado general de sospecha, su belicismo como método de resolución de conflictos, su lenguaje de memes y frases hechas.
Por supuesto, Donald es un producto de las estructuras del relato clásico de Hollywood. Por tanto, Reagan, Nixon y George Wallace suponen tres de sus grandes antecedentes. Además, recordemos su participación en la lucha libre, compartiendo las mismas poses de la Roca. Son innumerables los parentescos.
Por cierto, aprovecho para comentar la existencia de un ala disidente en la meca. Purge 4, por ejemplo, refrenda el malestar de la cultura afrodescendiente por el apoyo tácito de Trump al supremacismo blanco, uno de sus principales capitales electorales en el resurgimiento de la mayoría silenciosa, ahora ruidosa.
El 4DX amplifica el discurso de Rascacielos: rescate en las alturas a partir de varios efectos especiales.
Primero, las escenas de peleas se perciben en la butaca, intentando moverse al ritmo de las coreografías de los gladiadores de la puesta en escena. Un poco a la izquierda y a la derecha, arriba y abajo. Puede parecer un traslado en un vagón del Metro, quitándole los robos, las faltas de mantenimiento y los contactos indeseables. Mejor dicho, el simulador evoca el trance de volar en Laser o en Rutaca. Va por ahí la cosa.
Recibes golpecitos en la espalda y cuidado si llegas a marearte. Cuestión de acostumbrarse al masaje como mensaje.
Por último, la pirotecnia desprende un humo antiséptico de tarima de concierto pop, a los lados impulsan pequeñas ráfagas de viento, un botón permite encender la función de la lluvia si la ocasión lo amerita y los lentes garantizan la consabida invasión del espacio íntimo.
El ritual se cumple de manera segura y programada. Afuera expenden recipientes cerrados para ingerir las bebidas gaseosas. Adentro las personas gozan de las dos horas de distracción y evasión.
Una silla rechinaba como una mecedora, causando un sonido incómodo en contraste con la función. Pero en líneas generales, el sistema funciona como un relojito. Deleita a la familia, sobre todo. Busca despertar la empatía de los fanáticos de los géneros comerciales.
Acoplado al engranaje de los éxitos de taquilla, el 4DX vive un momento de desarrollo discreto, casi de estancamiento creativo por lo predecible de sus formas y contenidos. Veremos cómo evoluciona.
El punto de vista del videojuego, en primera persona, debería inspirar sus próximos retos narrativos.