Al igual que el nacionalsocialismo y el socialismo científico, el socialismo bolivariano ha desarrollado una bestial vocación para manipular y mentir, en el marco del ilimitado hiperactivismo político al que someten a los pueblos que caen bajo su destructora dirección.
La propaganda fue, sin lugar a dudas, un instrumento de dominación política hábilmente desarrollado por las dictaduras de Hitler y Stalin. Fidel la aplicó hasta la saciedad en la sufrida isla antillana, y de allí se importó con consignas y formas incluidas hasta nuestra Venezuela, para justificar la implantación de la dictadura que padecemos.
Para estos personajes del mal, la política y el gobierno, no son tareas destinadas a elevar la calidad de vida de la persona humana, sino el mecanismo mediante el cual se asume el poder para la concupiscencia y para un ejercicio arbitrario y soberbio de la autoridad.
Por ello el tiempo no se emplea en la esencia de gobernar, vale decir en combinar todas la capacidades disponibles para incrementar la producción de bienes y servicios, mejorar el acceso a los bienes materiales y espirituales a los que tiene derecho toda persona humana, preservar los ecosistemas, y construir la infraestructura que haga más eficiente la vida de nuestro pueblo; es decir en edificar una sociedad de paz y justicia. Para toda esta gama de personajes de la barbarie roja, civiles y militares, gobernar es estar diariamente mintiendo y manipulando.
Tal comportamiento se ha convertido en una práctica cotidiana en todos los niveles y ramas del poder comunista. No hay funcionario que no busque justificar lo injustificable, que no esconda la verdad, que no evada su responsabilidad, que no distorsione o manipule los hechos. Para todo problema siempre hay un culpable, que en ningún caso es la autoridad competente o responsable de una política o de una dependencia del aparato público.
La nomenclatura burocrática de la dictadura ha renunciado a la verdad, como ha renunciado a la autocrítica, o a la admisión de responsabilidades. La alianza militar civil, que con el ropaje de “socialismo bolivariano” detenta el poder, pareciera haberse instalado en la conducción del estado hace apenas unos pocos días, porque a cada instante y frente a cualquier circunstancia, señalan como responsable de nuestra tragedia a un tercero. Jamás han tenido la entereza de asumir frente al país, el monumental fracaso de su agotado modelo político económico.
Estos días decembrinos han sido especialmente terribles para la familia venezolana.
El impacto de la debacle económica se ha sentido de manera más recia en cada rincón de nuestra geografía. El gobierno para decir que está cumpliendo con las obligaciones contractuales de salarios y aguinaldos, ha lanzado al torrente circulatorio de la economía, una masa de dinero inorgánico y digital, que ha reventado una vez más el valor del bolívar, lanzándolo al foso despreciable de las monedas del mundo, generando una mayor inflación, especulación y destrozo de nuestro ya depauperado aparato económico y por supuesto, lanzando a los campos del hambre y la pobreza a millones de venezolanos.
Lo grave de esta creación de dinero inorgánico, es que ya ni siquiera su emisión se ofrece con la impresión de papelillo tipo billete, sino que se genera en transferencias electrónicas a instituciones y personas, que cuando buscan hacerlo efectivo en las taquillas de los bancos, se encuentran con la dramática realidad de que tal dinero no existe. Asistimos a una nueva forma de fraude a la nación, la creación de dinero inorgánico digital, que ha producido una locura colectiva.
Los ciudadanos, en largas colas, acuden a los bancos. Estos no tienen papel moneda. La paciencia se agota y la cólera se apodera de quien requiere el dinero para comprar medicinas y comida. En masa usan los instrumentos electrónicos. Estos montados sobre una plataforma obsoleta por la incapacidad y fracaso de la empresa telefónica estatizada, no funciona y se genera una descomunal tensión en todas las ciudades.
Frente al caos creado por un gobierno irresponsable, incompetente y corrompido, se busca culpar a una empresa que ofrece un servicio de cobros electrónicos, recurriendo al desgastado argumento de “la guerra económica”. A señalar como culpables de la debacle, a unas casas de cambio en la frontera, o a una página de internet que se dedica a dar noticias, entre otras, a informar sobre el valor de nuestro signo monetario frente al dólar, euro o peso colombiano.
El aparato de propaganda multiplica mil y tantas veces, como el espacio soporte, la consigna. Los voceros de la camarilla, aguas abajo, se devanan los sesos, para estudiar la forma de repetir la consigna tratando de aparecer como originales o creativos. En el fondo, enfermos del mismo mal, solo buscan seguir mintiendo, aunque en su interioridad saben que este caos ya no aguanta más mentiras, ni más excusas.
De la misma forma en que responden frente a este asunto económico y monetario, responden frente a todos los temas. Nunca ellos, los miembros de la barbarie roja, son responsables de nada. Todos los males que nos aquejan son culpa de otros. Luego de 17 años de mal gobierno, de excusas y mentiras, por lo menos deberían admitir, que si los problemas agigantados del presente son responsabilidad de otros, su papel de gobernantes ha sido tan ineficiente, que luego de tanto tiempo no ha sido capaces de superar. Solo por eso, ya deberían admitir su rotundo fracaso y abandonar el poder.
Pero eso no es posible en la mente de un régimen perverso y pervertido. Eso no lo admite una camarilla sin valores, aferrada al poder por el poder mismo.
Tal circunstancia nos convoca a perseverar en la lucha, y tomar de nuevo aliento para sacar fuerzas de nuestras propias entrañas y recuperar la libertad, para que vuelva a brillar la verdad y la justicia.
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