Sí, amigo lector, nosotros estamos siendo arrasados por un huracán que lleva varios lustros correteando su furia sobre un país cada día más indefenso. Un país como Venezuela, con las brújulas dañadas, acosado como está por el brutal endeudamiento contraído por un gobierno que administró mal la inmensa renta petrolera de todos estos años, que no supo procurar ni garantizar un sistema de salud ni una mínima seguridad alimentaria, que se olvidó de la economía, que mató a punta de controles el aparato productivo del país, que abrió una verdadera guerra económica contra la empresa privada, que se preocupó casi exclusivamente por afianzarse en el poder utilizando los peores elementos del ventajismo político, incluidos los abusos de poder y el terrorismo de Estado, que permitió hacer de los ingresos de la nación un festín para la corrupción, es sin duda un país en serios problemas.
Una Venezuela que tiene sobre sus hombros veinte años de desatinos “revolucionarios”, con una población permanentemente limitada en sus derechos, chantajeada y manipulada sin piedad por un régimen que no respeta, que está pagando en carne propia todas las malas consecuencias de medidas que, en su nombre, puso en marcha un caudillo ignorante, con el apoyo de una unión cívico-militar, incompetente, corrupta y penetrada por el castro-comunismo y otros males aun mayores, tiene muy pocas razones para estar optimista con el futuro.
Un país en el que la radicalización del odio impulsada desde el mismo núcleo del poder teniendo como excusa la persecución a la disidencia con intenciones de exterminio y donde el totalitarismo comienza a sentirse como la metástasis de un cáncer sin cura posible, tal como se desprende cada vez con mayor furia y desparpajo de las actuaciones de esa burla nacional a la legalidad, representada en la espuria constituyente que desde el 30 de julio se instaló de manera fraudulenta en el país, que nos está mostrando descarnadamente una tragedia muchas veces anunciada.
Y lo más grave de todo es que a esas perturbaciones, y para completar el cuadro, hay que añadirle una oposición fragmentada incapaz de encontrar caminos que hagan posible la unidad indispensable para enfrentar regímenes de fuerza, y que de manera francamente censurable derrocha tiempo y energía en echarle más leña al fuego divisionista.
Lo que tenemos en frente es mucho peor que el huracán Harvey, y lo que se requiere para evitar el daño total es un verdadero torneo de imaginación, de creatividad y pragmatismo que le permita a la dirigencia unida en un solo bloque interpretar correctamente las razones del pueblo y sus aspiraciones, cansado como está de ser la víctima más visible de todos los errores, tanto del gobierno como de las oposiciones.
Esa es la realidad del paisaje y del país en todas sus dimensiones. Una realidad que no admite interpretaciones, porque está representada en las sanciones que nos impuso el castro-comunismo, en la inseguridad, en el costo de la vida, en el desabastecimiento, en la muerte de nuestro signo monetario, en la pérdida de independencia y de soberanía, en las deudas contraídas por un régimen irresponsable que, además de crear las condiciones necesarias para una diáspora que nos privó de buena parte de nuestro mejor talento profesional, nos llenó de consignas perversas y de proyectos inútiles y mal ejecutados y de una corrupción que todavía no alcanzamos ni alcanzaremos a conocer en su cuantía con una aceptable aproximación. La lista de los daños que las sanciones impuestas por el régimen nos han causado como ciudadanos, como pueblo y como nación es enorme y serán materia de una serie de tres artículos con las que pretendo exponer el origen y destino de un proyecto construido deliberadamente con el único objetivo de destruir a Venezuela y ponerla al servicio de los más oscuros intereses.
Lo cierto es que, de no detener a este huracán que todo lo destruye, este país dejaría de ser lo que una vez fue: un país posiblemente imperfecto, que se empeñó en construir un mejor destino con libertad y en democracia, hasta que llegó el castro-comunismo con su voracidad y su irracional intolerancia a destruirlo todo.