I
La intención no era huir. La intención era resistir. No hay huracán que pueda con la determinación de la gente de defender su modo de vida, su paz, su familia. Pero la naturaleza tiene sus maneras de decirnos que no siempre lo que está previsto es lo que sucede. Por más proyecciones y modelos matemáticos que se hagan. A veces la política se comporta de la misma manera impredecible, o a veces es solo ceguera.
El paso del huracán por las islas del Caribe anunciaba desastre, eso sí era seguro. Pero la costa oeste de Florida estaba tranquila. Tranquila y preparada para recibir y dar albergue a los millones de personas que comenzaron lentamente a evacuar el sur del estado. Un solo giro de aquella inmensa masa de tormentas hizo que todas las previsiones cambiaran. Tuvimos que huir.
II
Tener la posibilidad de poner a la familia a salvo es el mejor regalo que puede hacerles un Estado a sus ciudadanos. A las miles de personas que diariamente ponen su trabajo para sacar adelante a un país. Los gobiernos locales, regionales y nacionales se miden en esas circunstancias en las que la gente necesita respuestas, alternativas, ayuda.
Cada uno arregló su casa como pudo. Muchos decidieron encerrarse y esperar. La espera es lo que mata. La opresión en el pecho, cuándo vendrá, cómo vendrá, perderé mi hogar, las cosas por las que tanto he trabajado, el techo de mis hijos. Hay que salvar la vida.
Y ya no es huir, es ponerse a salvo. La gente dejó sus casas con la convicción de que las instituciones del Estado trabajarían para soportar lo mejor posible la adversidad. Pero la tranquilidad viene también de tener la alternativa de irse y volver. Comida, agua suficiente, carreteras en buen estado, empresarios pequeños y grandes que ponen sus servicios a la orden. Todo eso hizo posible que la gente viajara en paz, con la tormenta pisándole los talones.
Lo imprevisto pasó. Hay muchas maneras de resistir, y la huida a veces es una de ellas.
III
Hay demasiados que juzgan a los que se fueron. Yo digo que hay mucha ignorancia en eso. Muchos piensan que estar lejos mientras un huracán destroza tu casa es sencillo, es dejar atrás el problema. Pero así, de lejos, el huracán no destroza tu casa, destroza tu corazón.
Muchos de los que tuvieron que escapar de Irma son venezolanos que vinieron a Florida buscando una paz que consiguen a medias. Porque el verdadero huracán es el que lleva más de 18 años arremetiendo contra su hogar, que es Venezuela. Por eso la huida fue doblemente dura.
No juzgo a los que han tenido que salir del país. Ver cómo el maduchavismo destroza lo que queda duele demasiado, oprime el pecho, no deja respirar. Tener ese inmenso huracán encima arranca toda esperanza del que alguna vez quisiera volver a aquella tierra de clima tan benévolo y gente tan bonita.
Porque en el caso de la tormenta que nos aniquila, no hubo cambio de rumbo, yo la vi tan espantosa como es ahora y supe que iba a ser demasiado difícil luchar contra ella. Pero las predicciones dijeron lo contrario y la ceguera política pudo más. Aún estamos ciegos, y el tuerto dialoga con los asesinos.
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