Si alguien tiene dudas acerca del imperturbable propósito del régimen de permanecer en el poder a costa de lo que sea, solo tiene que ver la premeditación y alevosía con las que la fraudulenta y espuria constituyente decidió decretar el anticipo de las elecciones presidenciales y fijarlas para la última semana de abril, dejando sin capacidad de maniobra a las múltiples corrientes opositoras. Y digo que con premeditación y alevosía porque esa decisión estaba tomada y escrita en el libreto oficialista, desde el momento mismo en el que el régimen decidió imponer, mediante un fraude descomunal, su asamblea constituyente. Como si esto fuese poco, la dictadura, siempre exuberante en el ejercicio de su arbitrariedad, a través de los poderes que inconstitucionalmente utiliza, anuló la tarjeta de la MUD, obligó a los partidos a revalidarse y le entregó una carta de defunción a Voluntad Popular.
Todos estos hechos que hoy son noticia de primera página, no forman parte de una improvisación, estaban escritos con anterioridad y con perversa coherencia en el libreto cubano del régimen, en riguroso orden: el desconocimiento a la AN; la suspensión del revocatorio; la feroz agresión a las protestas; la imposición de la espuria constituyente; el posterior discurso y la convocatoria al diálogo; las declaraciones ambiguas sobre lo que ocurre o pueda ocurrir en Santo Domingo, siempre con la intriga por delante, así como la burla calculada a las cancillerías que de buena fe pusieron su neutralidad y capacidad de observación en las negociaciones al servicio de una solución pacífica; la opulencia retórica del insulto presidencial; los señalamientos, abusos y hostigamiento contra los partidos y líderes opositores; las zancadillas a todo intento de negociación, e incluso, la escogencia del momento para hacer el anuncio. Sin dejar fuera de la escena la represión que con carácter de exterminio están dispuestos a aplicar cada vez que asome en el horizonte un frente adverso. Nada nuevo porque todo ello y mucho más, forma parte del arsenal de agresiones propias de los gobiernos abiertamente totalitarios. Resumiendo, podemos decir que lo que la dictadura tiene ya en marcha son los últimos detalles para darle a la democracia un tiro de gracia.
Este anuncio ha confirmado, una vez más, la trágica realidad nacional conformada por una dictadura comunista; una oposición apaleada desde todos los frentes, incluso el propio, dividida, fracturada en su esencia y su razón de ser, y un pueblo desorientado, engañado, traicionado, indefenso y a merced de un régimen que lo hostiga, lo amenaza, lo chantajea y lo desprecia. Son ya dos décadas que lleva la pretendida revolución tratando de demoler la piedra de la constitucionalidad, y a pesar de no haber logrado todavía su objetivo final, pareciera próximo a hacerlo si la llamada sociedad civil y la vocación democrática del país no reaccionan.
Razones para padecer de decepción crónica en esta Venezuela que hoy exhibe los daños de un maltrato mortal gracias a la barbarie de un régimen autocrático, abundan, pero también las proporcionan la MUD, sus enemigos internos y externos, los camuflados, los abstencionistas, los indiferentes, los que dicen no tener nada que ver con la política, todos tienen su grado de responsabilidad en la decepción ciudadana y en la construcción de esta inercia que solo favorece al régimen.
El problema se agrava porque para impedir este nuevo golpe de Estado de la dictadura, tendría que producirse: una respuesta que unifique a todas las corrientes opositoras que actúan sin orden ni concierto a lo largo y ancho del país; los que tienen proyectos personales tendrían que posponerlos; la llamada sociedad civil tendría que abandonar la rabia, en ocasiones justificada pero estéril que hoy la consume, y recuperar su capacidad de lucha; tendría que surgir desde el descrédito del liderazgo opositor, un liderazgo capaz de unificar todas las corrientes opositoras para reconducir la lucha; tendrían que unirse, en una sola fuerza y una sola marcha continua y en la calle, partidos, gremios, sindicatos, asociaciones, ciudadanos, en fin ese 85% de venezolanos que queremos un cambio, todo lo cual, de darse, alcanzaría la categoría de un milagro.
Hay quienes dicen que en política no hay milagros, y es posible que los asista la razón, sin embrago, creo que en este caso podríamos verlo con nuestros propios ojos, si cada uno de los venezolanos que formamos ese más de 85% por ciento que rechaza al régimen, hacemos una reflexión profunda sobre lo que significarían seis años más de un gobierno como el actual. De no hacer esa reflexión, o de hacerla y no obtener motivación y respuesta, no tendremos milagro y, entonces, todos y cada uno de los venezolanos que nos oponemos a esta dictadura, tendremos que avergonzarnos al ver cómo, por nuestra inercia, nuestra pasividad, nuestra indiferencia, nuestros desencuentros, nuestra ceguera o nuestra cobardía, termina de imponerse una ruta totalitaria que la dictadura castro-comunista y un grupo de verdaderos apátridas diseñaron fríamente, para que este atormentado país viva, entre otras muchas aberrantes limitaciones, en estado de sumisión al carnet de la patria, las bolsas CLAP, los abusos de las OLP, el imperio de las mafias, regidos y chantajeados por la Ley del odio.
Lo que ahora estamos viendo es el coletazo final de la estrategia del régimen para meternos de lleno en la ruta totalitaria. Son dos décadas que tenemos sufriendo las consecuencias de vivir en un régimen castro-comunista, con una oposición que de manera recurrente deja de lado la unidad en torno a una causa común que debería ser en todo momento Venezuela, para internarse por el tortuoso camino de los proyectos personales, ruta que siempre termina fomentando la desunión y con ella la discordia, tan inútil, como perniciosa, en momentos trágicos como los que nos acosan.
Si la conciencia ciudadana y democrática no despierta, estaremos condenados a vivir en un túnel demasiado oscuro, acompañados por la degradación, la decepción, la frustración, con una lastimera ración de furia colgada pesadamente sobre los hombros de cada venezolano, que ve cerradas las vías para el rescate de una normalidad que le permita tomar de nuevo la vía de la democracia, para que sea ella la que imponga las reglas.
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