Debemos estar claros, cuando se trata de regímenes democráticos el gobierno se legitima por el consentimiento del pueblo, o sea, por la voluntad de los ciudadanos del país, expresado mediante el procedimiento electoral. Este procedimiento debe ser inmaculado (si cabe el término). Como una balanza no tocada por mano alguna y ajustado a las normas que lo rigen. Esas son condiciones fundamentales para calificarlo de legítimo.
También, en ello, juega muy importante papel la libertad plena de los electores a la hora de ejercer ese sagrado derecho. El acto de sufragar es delicado, puesto que se trata de elegir. Pensar y reflexionar para luego, responsablemente, tomar la decisión. El voto ha sido una gran conquista lograda por la sociedad civilizada. Inglaterra lo obtuvo en la segunda mitad del siglo XIX, concretamente en 1872. En Venezuela contamos con él desde 1947, cuando lo consagró la Asamblea Nacional Constituyente. Entonces, el voto, ese ejercicio pulcro del sufragio, es el único que puede dar auténtica legitimidad a un gobierno.
En el trajín político se hace reiterada mención de importantes vocablos, como libertad, democracia, justicia y tantos otros. La libertad es un derecho muy natural, pues con ella nacemos, la tomó el derecho para defenderla, convertirla en norma jurídica y consagrarla, junto con la vida, en el más importante de los derechos humanos.
La palabra democracia quizás sea el término más manoseado en la política, nos viene de la antigüedad griega. Empezó allá en las pequeñas ciudades-estados. Solón (638-559 a. C.), famoso legislador ateniense, la definió así: “La democracia es un gobierno en el que el pueblo obedece a los gobernantes, y estos observan las leyes aprobadas por el pueblo”. Entonces, la democracia está íntimamente asociada al concepto de libertad y de justicia. Esa libertad humana es la que permite al pueblo ejercer el sufragio: se elige a los gobernantes, se elige a los legisladores y, también, como una sanción al mal gobernante, mediante el voto se revoca el mandato a funcionarios públicos (antes de terminar su mandato) si han llegado allí por la vía electoral.
La justicia, término tan insistentemente usado hasta por analfabetas. Es un vocablo que mucho ocupó la mente de Sócrates, Platón y Aristóteles, los primeros filósofos, y quizás con antecedentes en los presocráticos. Los credos religiosos y políticos manejan a diestra y siniestra el término justicia. Justiniano, el constructor de las iglesias bizantinas, unificador del Derecho Romano y reconstructor del Imperio Romano en su obra Las Institutas afirma: “Las reglas del derecho son tres: vivir honestamente, no hacer daño a otro y reconocer a cada quien sus derechos”. En esas sentencias está preceptuada la justicia. Y una de las más importantes finalidades del derecho es la aplicación de la justicia, con la cual se logra el bien común.
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