Los autonominados “socialistas bolivarianos” son expertos en expresiones grandilocuentes, en consignas y discursos vacíos, que al contrastarlos con la realidad evidencian todo lo contrario. Podríamos decir, respecto del chavismo, “dime de qué presumes, y te diré qué careces”.
Cada palabra, cada discurso esconde una conducta contraria. A finales del siglo XX, el difunto comandante Chávez, y todo su elenco de militares y políticos de la izquierda, anunciaban un movimiento y una revolución: “nacionalista”, “anticorrupción”, antimperialista, promotora de una democracia “participativa y protagónica” destinada a redimir a los pobres.
La historia ya la conocemos. El resultado ha sido todo lo contrario. Han instaurado la dictadura más inmoral de los últimos tiempos en América Latina y han entregado nuestras riquezas, nuestro territorio como ningún gobierno en un siglo lo hizo.
El “nacionalismo bolivariano” ha resultado una traición sin precedentes. En nombre de Bolívar los comunistas venezolanos se hicieron los disimulados y abandonaron la reclamación sobre la Guayana Esequiba, permitiendo la explotación de recursos naturales en importantes espacios territoriales.
En nombre del “antimperialismo” le entregaron el alma a los rusos y a los chinos. En nombre del socialismo se sometieron a los dictámenes de la sanguinaria dictadura cubana, quienes le provén de asesoría y dirección en materia de represión, hostigamiento, manipulación y propaganda. Todo ello a cambio de un regalo diario de 500.000 barriles de petróleo.
Donde la entrega y la sumisión “antimperialista” tiene ribetes de estupidez, es en la venta por partes y a futuro de nuestra nación al imperio chino. Los autócratas “revolucionarios y bolivarianos” han hipotecado nuestro país, por varias generaciones, a la República Popular China.
La magnitud de la deuda que el chavismo ha contraído con China es la prueba más contundente de su voracidad, corrupción, entrega e irresponsabilidad.
No le bastó a esta legión de insensatos, derrochar y robarse más de 1 billón de dólares provenientes de la bonanza petrolera de una década comenzando este siglo, sino que además salieron a prestar dinero.
El imperio chino, que tiene un claro proyecto expansionista en el mundo, y de penetración especial en América Latina, encontró en los desprevenidos y ambiciosos camaradas venezolanos, los conejillos con los que montar una punta de playa económica y política, en este continente. También lo intentan hacer en otros países vecinos. El caso más significativo es su presencia en Surinam.
Pero hacerlo en Venezuela es obviamente más importante. Se inventaron el Fondo Chino, con el cual le entregaron al difunto comandante de Sabaneta, 6.000 millones de dólares en 2007, para unos supuestos proyectos de desarrollo, que jamás se ejecutaron, y que el extinto presidente permitió se birlaran.
Esa deuda alcanzó ya, con los intereses agregados, la fantasmal suma de 70.000 millones de dólares. Como no hay préstamo gratuito, el chavismo ha entregado a los asiáticos buena parte de nuestra menguada explotación petrolera, y lo más grave: la explotación de todo tipo de minerales en la Amazonia venezolana, con lo que ponen en riesgo el tesoro más importante del país, que es su diversidad biológica.
El manejo de los recursos provenientes de China son prueba irrefutable de lo irresponsables y corrompidos que son los jefes de la camarilla gobernante. Ese dinero no lo aplicaron a lo acordado en los convenios. Tal circunstancia obligó a los chinos a cerrarles el flujo de dinero fresco, que, sumado a la decisión de la comunidad internacional de no prestarles dinero, ha agravado la brutal crisis financiera y económica que vive la dictadura, y que se proyecta en la tragedia que sufrimos los venezolanos.
En un afán desesperado por acceder a fondos urgentes, Nicolás Maduro y buena parte de su camarilla han viajado esta semana a Pekín para ir a implorar un poco de dinero, con el cual tratar de sobrevivir un tiempo más en el desgobierno de la nación.
La información disponible da cuenta de una nueva entrega de 5.000 millones de dólares, con el compromiso de aplicarlos, exclusivamente, a recuperar parte de la maltrecha industria petrolera. Como ocurre en estos casos, la dictadura oculta toda la información de esta operación, violando la Constitución que les obliga a someter a consideración de la Asamblea Nacional todo tipo de crédito.
De ser cierta la información debemos concluir que los chinos son conscientes de la tendencia al despilfarro y la corrupción de sus camaradas bolivarianos, y por tal razón están condicionado este nuevo desembolso a recuperar la producción petrolera. Vale decir, están buscando garantizar que el mecanismo de pago de esa inmensa deuda pueda funcionar y, en consecuencia, garantizar el flujo de crudo que han concertado.
Lo grave para nosotros, los venezolanos en general y los demócratas en particular, es que esta hipoteca causada por el chavismo, pesará severamente en el presente y futuro de nuestra patria. En el presente porque la magnitud de la deuda con China transforma un asunto financiero en un problema geopolítico. Los asiáticos estarán muy atentos de sus intereses, sin que importe el drama humano que padecemos los venezolanos. Para China el tema de la democracia y los derechos humanos no tiene el mismo peso que tiene para occidente. Para ellos solo cuentan sus intereses económicos y de poder.
Esta realidad nos obliga a una reflexión respecto de la forma como la sociedad democrática ha desarrollado sus relaciones políticas y diplomáticas con el gigante asiático. En el tablero de la geopolítica mundial es menester tener en cuenta este elemento para lograr en los organismos internacionales el apoyo que los venezolanos necesitamos en el proceso de recuperación de nuestra democracia y de nuestro propio destino.
Y en el futuro, porque esa deuda, irresponsable e inmoralmente contraída y gastada, pesará significativamente en la capacidad de recuperación de nuestra economía y de nuestra vida social.
La hipoteca china es una materia que nos ocupará por mucho tiempo y, por lo tanto, es menester colocar este tema en la prioridad de nuestro estudio, de nuestra preocupación, a la hora de pensar y planificar el futuro de nuestra patria.