Camaradas, la hiperinflación goza de excelente salud. Venezuela ya tiene 6 meses padeciéndola. El promedio de inflación mensual en ese período ha sido de 75% (la del año se ubica en 78%), la acumulada 2018 está cerca de 900% y la anualizada 14.000%. La inflación diaria en Venezuela hoy ronda 2%. En 2 días tenemos la inflación de la gran mayoría de los países de la región y del mundo. Y eso hay que tenerlo presente: la inflación no existe como problema en 99,5% de los países del mundo. El segundo país con más inflación no llega a 100% y aquellos con una de dos dígitos no pasan de 20.
La inflación es un impuesto que le cobra el gobierno a sus ciudadanos, traspasándoles parte de los efectos negativos de una deficitaria gestión fiscal. Una alta inflación causa rechazo en la moneda. Hay pocos temas en materia económica de los cuales se haya escrito tanto como la inflación. Por eso extraña tanto que no se esté atacando el problema desde el gobierno con políticas efectivas (en vez de lanzar fiscales a las calles para perseguir a la empresa privada y obligarlos a bajar precios y regalar inventarios).
En los procesos inflacionarios el que más sufre es aquel que tiene sus ingresos en moneda nacional y estos no se indexan. El salario mínimo integral en Venezuela ha subido en un año 1.178%, pero hoy compra 93% menos que en mayo de 2017. Ese salario mínimo integral debería ser (al momento de escribir estas líneas) de casi 42 millones de bolívares para que compre lo mismo que hace un año. Si analizamos solo su comportamiento para 2018, la caída en la capacidad de compra del salario mínimo integral se ubica en 68%. Debería ubicarse en 8 millones de bolívares para comprar lo mismo que en diciembre de 2017. Esta pérdida de poder de compra genera pobreza, pero también oportunidades políticas para administrar la escasez y jugar-chantajear con las necesidades (hambre).
El único responsable de la inflación es el gobierno. Es cierto que hoy Venezuela sufre los embates de una guerra económica y que la inflación es inducida. Esa guerra contra los venezolanos y su calidad de vida ha sido capitaneada por el gobierno actual. Ese gobierno hizo todo lo posible para llevarnos a una hiperinflación, fenómeno muy raro en países petroleros. No solamente con políticas fiscales y cambiarias demenciales, con una reducción asombrosa y agresiva de nuestra producción petrolera (que generó en una caída importante de nuestros ingresos fiscales paradójicamente en medio de una recuperación importante de los precios del petróleo), sino también con una política monetaria expansiva sin precedentes en medio de la peor recesión de nuestra historia. En las primeras 17 semanas de 2018, la liquidez monetaria ha crecido 435%, el año previo lo hizo 45% y entre 2012 y 2015 lo hizo en promedio 13%. En términos anualizados, crece a un ritmo de 4.407%. La base monetaria lo hace al 5.391%.Y la tendencia es clara: aceleración. La última semana de data publicada por el BCV (27 de abril de 2018) indica un crecimiento de la liquidez monetaria de 14,36%, la quinta más elevada desde 1998 (la cuarta fue la semana previa, la del 20 de abril). Una economía que ha perdido casi la mitad de su tamaño, tantos bolívares en el sistema conllevan presiones inflacionarias importantes.
Si la inflación para los meses que restan del año se ubica en promedio en 80%, terminaríamos con la trágica cifra de 122.000% (la mayor de la región en su historia). Si aumenta ese promedio a 100% (factible por las sanciones petroleras que posiblemente vendrán luego del 20 de mayo y que impactarían en las ventas de petróleo de Venezuela) nos iríamos a 283.000%.
La hiperinflación no solo goza de buena salud, sino que todo apunta a que tendrá una larga duración. Un proceso tan destructivo como ese y que haya sido atacado tan mal por los hacedores de políticas públicas, pudiera darnos indicios de que al gobierno le gusta el fenómeno, le atraen sus consecuencias y peor aún: aprendió a sacarle rédito político. ¿Qué hemos visto lo peor de la hiperinflación? Pareciera que es un niño que apenas se está desarrollando.