Todo indica que el descalabro sufrido por la MUD en las elecciones para gobernadores le abre las puertas a la anticipación de la agenda electoral del régimen, hecho imposible de pensar antes de lo que ocurrió el 15 de octubre, lo que nos permite explorar desde ya algunos escenarios en el que nos estamos jugando el futuro de la nación.
La materia está llena de temas polémicos que es bueno ir discutiendo, pues esas elecciones, contra viento y marea, el gobierno las va a realizar, y lo va a hacer con el ventajismo de siempre y con el uso a fondo de todo el poder del Estado para imponerse.
Comencemos brevemente con una primera exploración en el territorio oficial. Para nadie es un secreto que el gobierno viene preparando meticulosamente ese escenario, sabiendo que ninguno de los candidatos que aspiran dentro del oficialismo goza de un favoritismo mayoritario y que cualquier medición en ese sentido los haría correr el riesgo de una división traumática que terminaría por hundirlos a todos en el seno de su militancia.
Maduro carga con el peso no solo del repudio nacional por la crisis, sino con el de las filas de su propio partido. Cilia Flores, quien no esconde sus pretensiones, no se salva de que la valoración de su marido y otros factores la salpiquen. Cabello y El Aissami, además de los señalamientos que los descalifican, son personajes temidos y odiados en las filas populares del llamado chavismo. Los hermanitos Jorge y Delcy Rodríguez saben que no corren en ese grupo. La hija y los hermanos de Chávez mucho menos. Posiblemente solo les queda la figura de algún miembro de la cúpula militar, que aun siendo responsable junto con Maduro de todo el desastre, maneja los reales hilos del poder.
En todo caso, es seguro que aun en ese caso, el candidato lo imponga la sala situacional que de manera permanente opera en La Habana. Sin embargo, salvado el escollo de la confrontación por el poder, al oficialismo le quedan dos obstáculos, para nada pequeños y muy entorpecedores, como son: por una parte, la dirigencia del chavismo disidente y el descontento popular de quienes hacen vida en el PSUV.
En el lado de la oposición el asunto es tan o más complicado, porque después de la fractura sufrida por la unidad tampoco existe una figura que pueda convertirse en el candidato del descontento nacional. Se habla de unas primarias y es bueno advertir que, de celebrarse, la fractura de la unidad opositora, sumada al odio colaboracionista de los anti-MUD, operarían en su contra y su designación podría resultar precaria a menos que la ciudadanía, por la vía del milagro, lograse superar el trauma posterior al 15-O, recobrar sus ganas de luchar y que vayan a votar los mismos 7 millones que votaron para desconocer a la espuria constituyente. Solo así el ganador de la contienda podría sentirse seguro en su papel y convertirse en un candidato independiente capaz de organizar un gobierno de unidad nacional y capitalizar el enorme descontento que ha generado esta versión del castro comunismo en nuestro país.
De no darse el milagro de la unidad opositora, el fin de la polarización será un hecho irreversible con un factor para nada novedoso, como sería la aparición de la figura de un outsider que pretenda capitalizar toda la fuerza de un electorado hoy dividido y escéptico que quiere ver, por sobre todas las cosas, sus problemas económicos y sus derechos fundamentales protegidos.
Pero me pregunto ¿y es que ese personaje existe? Es que hay en el paisaje de esta tierra alguien que reúna las condiciones necesarias para llenar ese hueco funesto que han abierto la desconfianza y la antipolítica? Es que hay alguien que pueda tranquilizar por la vía de la esperanza a un pueblo que pasa hambre y que tiene que soportar el chantaje oficial para ver mal resueltos sus problemas de supervivencia, de seguridad, de salud, de educación, en fin, de sus necesidades básicas?
Cuando ya me daba por vencido en la búsqueda de ese personaje apareció en escena la paranoia oficialista, representada en este caso por Diosdado Cabello, El Aissami y sus más cercanos seguidores, acusando a Lorenzo Mendoza nada menos que de bachaquero y hambreador del pueblo, como lo está leyendo, a Lorenzo Mendoza, el valiente empresario productor de la harina precocida y otros productos infaltables en la dieta básica del venezolano, sin cuyo esfuerzo la crisis humanitaria habría terminado en hambruna colectiva. Sí, a ese señor que está cansado de decirle al gobierno que lo único que puede poner en marcha la prosperidad de un país es la acción armónica del Estado con el sector privado y que en repetidas oportunidades ha pedido que le den la responsabilidad de poner a producir las empresas que el régimen expropió, y así solventar el abastecimiento de varios productos de la dieta básica del venezolano, porque lo suyo es producir.
Y es que viéndolo bien, si el mayor problema de Venezuela es que con este gobierno nadie produce porque así lo decidió el castro comunismo, si el problema es económico, si el problema es trabajar respetando el derecho de los trabajadores y el ascenso social, y si, en última instancia, el problema también atañe a la corrupción, nada más lógico que alguien que sabe producir, que sabe organizar, que tiene sensibilidad social, que dentro de una empresa que es suya ha ocupado todos los puestos de trabajo, desde abajo y hasta llegar a su presidencia, y que para más señas es rico y no necesita robar, sea una persona con los requisitos necesarios para sacar a un país como el nuestro del profundo hoyo en que se encuentra.
Sin embargo, además de que nadie puede afirmar que el empresario aceptaría semejante responsabilidad y lo más probable es que, como lo ha dicho más de una vez, eso no está entre sus planes, ese hombre que concurre siempre cuando el régimen hace la finta de un diálogo, que asiste con una amplia cartera de soluciones de naturaleza económica para rescatar el país, le perturba el sueño no solo a un gobierno que por su propia naturaleza lo rechaza, sino también a algunos aspirantes presidenciales de la oposición, y ambas cosas sí son escollos serios que pueden despertar tanto la psicopatía destructiva de quienes detentan el poder, como los celos, también destructivos, de quienes aspiran a obtenerlo. Esa campaña, por ahora, de intimidación, apenas comienza y promete arreciar; hasta es bastante posible que aparezcan en el horizonte acciones amenazantes y preventivas de naturaleza expropiatoria con la intención de intimidarlo, acorralarlo y hasta de inventar cualquier excusa “promovida” por la espuria constituyente, con la ayuda del TSJ, de la Fiscalía, de la Contraloría y cualquier otra “institución” para inhabilitarlo. Cómo terminará esta historia no lo sabemos, pero lo que sí nos queda claro es que la figura del outsider, como ha sucedido tantas veces en la historia electoral de América Latina y del mundo, se agiganta cada vez más.