I.
19 de abril, noche. Venezuela ahora es un hervidero de historias. Unas felices, por democráticas. Otras horrendas, por represivas. Y, otras épicas, por solidarias. Las redes sociales no se dan abasto con tanto que contar luego de la mega marcha que reclama elecciones.
Las imágenes de torrentes, cataratas, aludes, de venezolanos abarrotando avenidas de grandes y pequeñas ciudades son el símbolo más contundente de que, a un mismo tiempo, los ciudadanos demócratas perdieron el miedo y el PSUV las calles.
La fotografía aérea de una multitud de kilómetros, abigarrada, en la autopista Francisco Fajardo de Caracas, detenida abruptamente por una nube de gases lacrimógenos y un batallón de guardias nacionales con tanquetas impidiéndole el derecho constitucional al libre tránsito y a expresar su protesta, quedará para siempre en la memoria.
De un lado el pueblo desarmado. La gente común. Lo multicolor. La esperanza. Del otro, los uniformados. Escudos. Máscaras. Cañones. Bombas y perdigones. La fuerza bruta. El sueño de un socialismo que produce monstruos.
II.
Tarde. Para el día 18 los rojos mantenían secuestrados en sus cárceles a más de medio millar de venezolanos opositores al gobierno. Estudiantes, periodistas, dirigentes políticos, sindicalistas, maestros. Los relatos de torturas y tratos crueles –baños de excrementos, encierros por largos días en calabozos oscuros, alarmas encendidas para impedir el sueño– son un secreto a voces. Cuando la historia se arme a plenitud los cuentos de la Seguridad Nacional, la policía de la dictadura de Pérez Jiménez, se convertirán en un relato de bravucones ni tan malos.
Algunos voceros rojos anuncian, intimidando, que al día siguiente miles de motorizados saldrían a las calles. En la política represiva de los rojos un motorizado es un miembro de un colectivo, el rostro más siniestro de la herencia chavista, un aparato de terror inspirado en los camisas negras de Mussolini, pistoleros a sueldo cuyo trabajo es intimidar y, cuando sea necesario, reprimir violentamente a los opositores que manifiestan en las calles.
Era verdad. Por la tarde del 19 las redes retumbaban con varios videos que captan, desde ángulos distintos, la manera como un colectivo, unos quince pistoleros, en San Cristóbal, literalmente cazan, con técnicas del Ku Klux Klan, a una joven opositora. Paola Andreína Ramírez Gómez. Veintitrés años.
Primero la detienen. Luego le quitan sus pertenencias. A seguidas la dejan que escape. Al final le disparan por la espalda. La matan. Queda tendida en plena vía. Un hermano o amigo llega. La abraza dulcemente en el piso. Llora. Toda Venezuela, la no afecta a los colectivos, llora por ella. Y por su ser querido.
III.
4:00 pm. La fotografía es impactante por lo que apuesta. Un grupo de manifestantes se ha metido en el río Guaire huyendo del ataque de la Guardia Nacional. Pero el Guaire realmente no es un río, es una cloaca infecta. Meterse allí es arriesgar la vida. El tweet de los oficialistas expresa claramente lo que llevan dentro: “A Dios lo que es de Dios. Al Cesar lo que es del Cesar, al Guaire lo que es Guaire” (sic). Olvidan que Hugo Chávez ansiaba bañarse en el río caraqueño en compañía de Daniel Ortega. La enfermedad y Jacqueline Farías se lo impidieron.
IV.
5:00 pm. En San Cristóbal se las ingenian. Como el Sebin toma clínicas y hospitales para cazar manifestantes heridos y llevarlos a prisión, un grupo de dueños de posadas hizo correr sus voces por las redes ofreciendo sus espacios para recibir los heridos y algunos médicos se organizaron para instalar hospitales de campaña. En esas posadas se impidió que algunas de las tantas víctimas de perdigonazos fueran encarcelados.
Alguna vez escribí que la gran dificultad de los demócratas venezolanos era que sabían cómo se hace política en democracia, que tenían referencias también de cómo hacerla en dictadura, pero ninguna de cómo se enfrentaban a los modelos neoautoritarios, los que pretenden lograr el mismo poder de las dictaduras pero manteniendo la máscara democrática. Hoy, 19 de abril de 2017, puedo escribir con certeza que hemos aprendido. Ahora sabemos que todos los caminos oficiales conducen al Guaire.
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