La literatura venezolana cuenta con dos obras que conviene evocar en estos momentos de intolerancia, dolor y cárcel. Se trata de Memorias de un venezolano de la decadencia de José Rafael Pocaterra y Se llamaba SN de José Vicente Abreu. La “liberación” de los presos políticos nos pone ante las escenas de crueldad que narran dichos autores en estas obras fundamentales.
Para Jesús Sanoja Hernández las Memorias de Pocaterra significaron un documento sin parangón en el continente. No hubo en la primera parte del siglo XX en la América Latina otras Memorias como esa, comenta este especialista de la historia de la literatura carcelaria desde La Rotunda hasta la Seguridad Nacional.
Pocaterra narra el horror de las mazmorras de los tiempos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez; al tiempo que mezcla varios estilos como la narración, la crónica, el ensayo y el periodismo, siempre en lenguaje incisivo, sin dejar por fuera el humor crudo. A veces deforma la realidad para potenciar lo grotesco y delatar la crueldad del momento.
En la segunda obra, José Vicente Abreu construye una novela a partir de su propia vivencia cuando estuvo encarcelado en la siniestra Seguridad Nacional y en la prisión de Guasina, durante la dictadura de Pérez Jiménez. Describe el autor con claridad las torturas que padeció y la crueldad con la que se le infligían los castigos, así como la estrechez de las celdas. El mismo Sanoja Hernández señala que todo eso se hizo “por cantar el Himno Nacional a las puertas de la universidad”, es decir, que los castigos obedecían a la disidencia política de la dictadura militar de la época. Todo lo que narra Abreu es producto de lo vivido; no hay consultas a fuentes distintas a la propia experiencia. Así, explica su traslado en las bodegas de un barco desde la sede de la Seguridad Nacional a Guasina, destino final de quienes ya habían pasado por las sesiones de tortura en Caracas.
El poder detentado por cualquier ideología siempre tiene un lado oscuro, que se traduce en abusos. El estudio de la represión política de los años recientes no excluye lo acontecido durante la democracia. Tales son los casos del profesor Alberto Lovera y de Jorge Rodríguez padre, ambos repudiables crímenes que demuestran los excesos a que pueden llegar los cuerpos de seguridad cuando se les da rienda suelta a sus funcionarios. Pero en una democracia, a diferencia de lo que ocurre en las dictaduras, existe mayor control político y ciudadano sobre los abusos que algunos grupos policiales puedan cometer, más allá de las ideologías. Por eso, uno de los asuntos que hay que reglamentar de la manera más sana y justa es el de las facultades policiales, para eliminar su desviación represiva violatoria de los derechos humanos.
Todo lo anterior quiero relacionarlo con la imagen del general Vivas al salir del Sebin el viernes pasado. Se trata de un hombre visiblemente afectado en su salud, debido a lo padecido durante su encarcelamiento, pero erguido de coraje. Su grito, apoyado en Francisco de Miranda, “Muera la tiranía, viva la libertad”, así lo demuestra. En pocos minutos se volvió tendencia en Twitter y confirmó la crueldad del sistema carcelario del régimen que hoy gobierna a Venezuela.
El general Ángel Vivas, al igual que Daniel Ceballos y demás presos políticos que salieron de la cárcel, pero a quienes no les han concedido la libertad, porque los mantienen sometidos a medidas penales sustitutas, tienen la oportunidad de narrar lo acontecido para espeluznar a sus lectores. La literatura carcelaria venezolana está a la espera de que a las obras de José Rafael Pocaterra y José Vicente Abreu se añadan otras que narren lo vivido por quienes han padecido recientemente los horrores de la represión política e ideológica.
Los venezolanos debemos seguir exigiendo la libertad incondicional de todos los presos políticos, encarcelados por disentir de la revolución bolivariana. De lo que se trata es de rescatar la libertad, la democracia y el respeto de los derechos humanos.