COLUMNISTA

Un gobierno que no sirve

por Pedro Luis Echeverría Pedro Luis Echeverría

Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento. Maquiavelo.

¿Qué siente usted cuando constata a diario que el Estado venezolano no solo incumple la función de velar por la justicia, sino que se transforma en una institución promotora de injusticias, abusos y hechos dolosos? ¿Qué piensa hacer cuando comprueba que el Estado ha sido capturado por grupos delictivos dispuestos a todo por conservar y acrecentar su poder? ¿No se llena de indignación ante la cobarde, vil, violenta y mortal represión desatada por el gobierno contra ciudadanos desarmados que piden el respeto y observancia de sus derechos civiles, conculcados por el régimen? ¿Qué puede esperar de un régimen que irresponsablemente nos quiere llevar a un suicidio colectivo mediante el auspicio de una confrontación fratricida?

Esto suele ocurrir, inequívocamente, cuando la situación histórica de un país se torna insostenible en diversos contextos y cuya manifestación es de insoportable y extendida opresión del gobierno y de grupos de poder sobre los ciudadanos, aunado a una profunda degradación del modelo económico-social imperante. En efecto, poco a poco, el régimen que desgobierna a Venezuela ha venido destruyendo todos los indicios y valores de un Estado de Derecho para transformarlo, sin el menor empacho, en un Estado que tiene todos los ribetes de la forma de actuación de las organizaciones delictivas. No les importa que en este afán la maquinaria del Estado caiga en las más flagrantes irregularidades e ilegalidades en las que envuelve a instituciones y sus funcionarios, y no les importa porque la maquinaria del Estado, en manos de estos delincuentes irresponsables, ha desarrollado un perverso sistema de coerción para manipular y controlar la información, construido sobre las más aberrantes mentiras y falsedades que pretenden ocultar, engañar, defender y justificar, ante la opinión pública, sus actuaciones.

Teniendo en cuenta que la creciente exhibición de los altos niveles de corrupción alcanzados por autoridades y por los que ejercen altas funciones en las instituciones del gobierno, la concupiscencia de los grupos de validos del régimen, la aberrante y grave manipulación de los procesos electorales y del sistema de justicia que ha venido fraguando y permitiendo el régimen maduro-chavista, hechos estos, ampliamente conocidos por los venezolanos y comentados por la prensa y la opinión pública internacionales; entonces, debemos concluir que todo esto, combinado con el escandaloso «affaire» de los narcosobrinos de la pareja presidencial, con las acciones del Departamento del Tesoro y del Congreso norteamericanos para sancionar a importantes y encumbrados jerarcas del régimen y las acusaciones de lavado de dinero en la banca europea contra altos funcionarios de empresas del Estado venezolano, se han convertido en las gotas que han colmado el vaso de la paciencia de la colectividad venezolana y cuya consecuencia ha sido la creación de un estado generalizado de malestar e indignación colectiva contra el régimen que aquí mal gobierna.

Tomando en consideración que en el ambiente se palpa que estamos transitando por uno de esos momentos históricos de urgencia transformadora; ¿resulta accidental que se nos muestre, y con tal crudeza, la putrefacción del sistema maduro-chavista? Parece que no. En la sociedad venezolana se vienen incubando movimientos absolutamente transformadores que, poniendo el énfasis en la urgencia del cambio, consiguen trascender más allá de la inmundicia, del acaparamiento y la codicia individual, para centrarse en el ser humano y sus necesidades –en la búsqueda de la verdad y del más amplio desarrollo individual y colectivo–, y eso ha venido ejerciendo su positiva influencia en la población. ¿O será, acaso, que simplemente estemos asistiendo a una “inoportuna” manifestación de la efectividad e independencia operativa de organizaciones antidelictivas y poderes judiciales extranjeros que investigan, denuncian y sancionan las irregularidades de las autoridades y los «enchufados» en Venezuela; u obedece a una desesperada huída «quemando las naves» de servidores del régimen; y/o a la confrontación entre sí, al más puro estilo mafioso, de las familias y clanes que se han venido repartiendo el botín; o, sencillamente, es que el propio sistema se muestra ya incapaz de mantener cerrada por más tiempo la caja de sus vergüenzas?

La Venezuela maduro-chavista es un Estado facineroso. El funcionariado que le sirve y las camarillas de corruptos y depredadores que le acompañan, cual aves de rapiña y actuando con la complicidad de las autoridades y usando impunemente la fuerza del Estado, han amasado siderales fortunas derivadas, entre otros aspectos, del trafico de drogas y armas, blanqueo de dinero mal habido, contrabando, desfalco de dineros públicos, venta de credenciales falsas para ocultar identidades, extorsión a ciudadanos y empresas, sobornos y amenazas al sistema judicial para lograr veredictos favorables a quienes pagan por ello, cobro compulsivo de vacunas, ejercicio del sicariato para asesinar y desaparecer a personas, espionaje ilegal de la vida privada de los ciudadanos, sistemáticamente mentir, falsear y ocultar la verdad a los ciudadanos, la complicidad institucional para delitos de diverso orden y ulterior protección de los delincuentes –el Pollo Carvajal, por ejemplo–, permitir el uso ilegal de los activos de la nación para delinquir y pare usted de contar. Si observamos esos parámetros con base en los cuales se considera un Estado “gánster”, el venezolano parece cumplir con creces los requisitos. Además de ello, el país padece una profunda crisis –sistémica, más allá de lo económico–, la posibilidad de un estallido social –como consecuencia del descontento y del hartazgo ciudadano– y la constatación de un clima generalizado de corrupción política e institucional; estas circunstancias, sin dudas, constituyen elementos suficientes para que al Estado se le aplique tal calificativo. Definitivamente, de este desgobierno corrupto lo más que podemos esperar los ciudadanos es una caótica administración de la mediocridad y decadencia que le han impuesto al país.

Los gobiernos de Chávez y Maduro han hecho y hacen cosas que solo pueden provenir de gente sin escrúpulos ni ética: la farsa sobre supuestas agresiones imperiales y la guerra económica, la matanza y represión de ciudadanos y estudiantes, el anuncio de falsos intentos de magnicidios y conspiraciones, la ilegalidad de los procesos judiciales que se le siguen a prominentes figuras de la oposición, la aplicación selectiva y discriminadora de la Constitución Política del Estado, el peculado de uso de los bienes de la nación, la persecución política y judicial de los opositores, la sumisión del poder judicial y el electoral al ejecutivo, los proverbiales negocios de encumbrados capitostes del régimen y sus familias y muchas cosas más hacen pertinente que nos preguntemos: ¿qué hacer ante este Estado gángster?

La respuesta más inmediata: desenmascarar y rechazar con todo vigor al régimen, su funcionariado y sus prácticas delictivas. Salir todos a marchar y a participar activamente en los eventos de resistencia pacífica que determine la dirección opositora, persuadidos de la legitimidad de nuestros procederes y la fuerte irrupción en nuestro talante de la necesidad impostergable de un cambio real al estado de cosas que vivimos como se constata en las multitudinarias movilizaciones callejeras y en las encuestas de opinión; y hacerlo convencidos de la fuerza inconmensurable que tiene nuestra convicción redentora para cambiar el destino de la nación. No olvidar que apaciguar la agresión y el mal es allanar el camino para más agresión y aún más mal con el transcurso del tiempo.