Habrá muchas maneras de interpretar los resultados de las elecciones del estado de México en cuanto a su pertinencia para 2018. Una será a la luz de las encuestas: quién le “atinó” y quién no, por mucho que todo el mundo insista, con razón, en que los sondeos equivalen a la fotografía de un instante, no a un vaticinio. Sobre todo cuando impera una elevada tasa de rechazo, como parece ser el caso hoy en el Edomex. Dicha tasa puede distorsionar hasta la fotografía, ya sin hablar del vaticinio.
Otra, la más común y lógica, será en función del ganador o los derrotados. Como en toda elección, alguien ganará y los demás perderán. El vencedor, además del ímpetu que siempre genera una victoria, dispondrá de un enorme presupuesto durante casi un año para financiar –dentro o fuera de la legalidad– la campaña presidencial del aspirante de su partido en los comicios presidenciales de 2018. Si gana el PRI, se dirá que conservó su bastión; que la bala pasó cerca pero no dio en el blanco; y que se comprobó que utilizando bien los recursos del Estado y escogiendo a un buen candidato, no todo está perdido para el año entrante. Si gana el PAN, se dirá que va en caballo de hacienda hacia la presidencia, y que al resultar exitosa la estrategia de Ricardo Anaya, no habrá cómo arrebatarle la candidatura azul. Y por último, si triunfó Morena, se podrá concluir que López Obrador ya es imbatible, tanto por el acervo de votos amarrados en el padrón más abultado del país, como por los miles de millones de pesos de los cuales dispondrá para su campaña.
Pero hay una manera adicional de leer los resultados de junio. La pura carrera de caballos no es siempre lo más importante. Se vio en 2015, cuando el PRI y el Verde alcanzaron una mayoría en la Cámara de Diputados, pero obtuvieron números de votos inferiores a 2012, que presagiaban una derrota en 2016. Derrota que se produjo de manera contundente. Aun si perdiera la candidata de AMLO, puede ganar con miras a 2018. En otras palabras, si Morena y los partidos que conformaron las coaliciones anteriores de López Obrador obtienen un número absoluto o un porcentaje superior de votos al que este último alcanzó en 2006 y 2012, aunque no gane, sus augurios para 2018 serán superlativos.
En 2006, la coalición que respaldó a AMLO obtuvo 2.462.614 votos en el Edomex, es decir, 43,3% del total. Le sacó una ventaja de 12 puntos al PAN, y de 25% al PRI. En 2012, el conjunto de partidos que presentaron a AMLO como candidato presidencial obtuvieron 2.304.129 votos mexiquenses, aproximadamente lo mismo, en términos absolutos, pero mucho menos en porcentaje: 34%. Enrique Peña Nieto captó 43% del voto (en su estado), y el PAN, con la misma candidata que ahora, se desplomó, quedándose con 18%.
Si Delfina Gómez no gana, pero sola supera el porcentaje y/o los votos de AMLO en 2012, acercándose a los números de 2006, será un gran avance para Morena. Si no gana, pero junto con los candidatos del PRD y el PT rebasa el 34% de AMLO de 2012, y si es probable que los votantes de estos dos partidos se inclinen mayoritariamente a favor de AMLO en 2018, hagan lo que hagan las cúpulas, Morena logrará un desenlace muy favorable, aunque haya perdido.
Recordemos que en 2006 López Obrador perdió la elección nacional por medio punto, mientras que en 2012 perdió por casi 8%. Parte de la diferencia en el margen de derrota provino del estado de México.
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