El sábado de un cine de hoy puede parecer el martes o el miércoles de cualquier semana de antes, cuando la gente iba por cuenta gotas a descubrir una película de estreno.
Al San Ignacio llegamos temprano para ver Solo: Una historia de Star Wars. La función era a las 7:40 de la noche. A las 6:30 reportamos una abstención dialogante con las mesas vacías de la no elección del 20 mayo.
Escasos espectadores transitaban por la zona. Las cotufas empezaban a enfriarse a la espera de los síntomas de vida en el recinto.
Hace una década, las colas de consumidores llegaban hasta el baño. El acto de relegitimar a Maduro, contra la opinión de la mayoría silenciosa, desencadena un efecto devastador sobre la economía y la moral del ciudadano.
Caracas enmudece los fines de semana, acostándose con hambre y pesadumbre. No es para menos.
Volvemos al interior de la sala, mientras la publicidad intenta maquillar el rostro desencajado de la realidad circundante. Los fanáticos logran poblar una cuarta parte del espacio de proyección.
Aunado a la situación del país, la franquicia galáctica ya no convoca a las muchedumbres de otrora. Sigue siendo una saga rentable por los números contabilizados durante la cosecha del primer fin de semana. Pero el backlash es evidente, producto de la saturación de la oferta. Leo a los entendidos en busca de una explicación razonable.
Según los comentaristas del patio, la compañía Disney ofrece mejores resultados en el manejo de los largometrajes derivados del universo Marvel. Por el contrario, el ratón Mickey sortea problemas a la hora de mercadear las últimas secuelas de la saga espacial patentada por George Lucas.
De todos modos, cada episodio adicional consigue obtener una alta recaudación, a pesar de las voces agoreras y los aparentes bajones de rating, sumados a las quejas por la calidad menguante de los nuevos capítulos.
Por su lado, los críticos recuperan la tesis de Susan Sontag en Un siglo de cine, al cuestionar la manía de convertir las cintas en expresiones de un arte especulativo y reciclado, cuyo objetivo comercial es unificar criterios y generar consensos alrededor de la combinación de fórmulas manidas de éxito.
El presidente del Festival de Buenos Aires, Javier Porta Fouz, reseña con inquietud la deriva de una época sumida en el espejismo de la obtención de gratificaciones complacientes a la carta, a la usanza de los likes recibidos por postear el mínimo esfuerzo.
¿La oferta quedará exclusivamente concentrada en manos de un monopolio de blockbusters de superhéroes, guerras de video juego y personajes de tebeo? Es irresponsable concluirlo a la luz de la diversificación de las innumerables ventanas de exhibición disponibles en el menú de la web.
Sin embargo, nunca sobra plantearlo en una cartelera tan atomizada y a la vez fragmentada como la de ahora.
Al final del día, salimos de Solo: Una historia de Star Wars con la sonrisa de satisfacción de quien reencuentra a un amigo rozagante de la infancia, casi un padre para muchos.
Las aventuras del joven Han son equivalentes a las de Indiana en las mutaciones de los paisajes desiertos y fantásticos de los géneros de “serie b”, explotados con la técnica sofisticada de los presupuestos “clase a”.
El veterano y eterno adolescente de Ron Howard se sumerge en uno de sus regresos nostálgicos a las cruzadas de los bandidos del tiempo cool de la posmodernidad.
El vestuario merece una nominación al Oscar por su acabado plástico de tinte vintage.
La perfomance de Lando requiere un apartado especial por su conjunción de estilo y carisma.
Donald Glover es un amuleto de la América emergente, irreverente y creativa desde la reinvención de los mitos clásicos.
Las hermosas mejillas de Emilia Clarke relucen delante del visor, y repotencian la fama de la fotografía del sistema de estrellas. La trama resume la picardía del escritor Lawrence Kasdan al momento de reconfigurar el mapa del western, la comedia y la ciencia ficción. Conocemos el origen de Chewbacca y de sus gruñidos entrañables jamás traducidos, aunque fáciles de interpretar.
El fruto del déjà vu es gozoso. Favorece a la audiencia la absoluta falta de pretensiones del filme.
Hay una secuencia con un calamar gigante en un agujero de gusano bastante explícito del interés de compartir un espectáculo desmesurado, irónico y autoconsciente de sus angulaciones barrocas, cercanas al camp.
La metáfora del subtexto entrañaba un valor pedagógico.
El viaje del antihéroe desplaza su mirada ombliguista, selfie y milenial, permitiéndole redimirse en el acto de ayudar a las víctimas de la opresión fascista.
Fuera de sus limitaciones, me quedo con el mensaje resistente de Solo: Una historia de Star Wars.