El borracho pendenciero y abusador de al lado tiene a su propia familia aterrorizada. Cuando la muchachera resiste, el bribón mofletudo y porcino apela a los malandros de su clan para someterlos. El vecindario está alarmado y compungido; los vecinos ya no creen que tengan allí solo un personaje gritón y atrabiliario; saben que es un peligro real para los que están dentro y para la propia comunidad.
Ante la situación, en extremo grave, se generan respuestas diversas. El que vive del lado derecho de la casa –vista de frente– es un señor decentísimo, pero víctima del pensamiento fofo, débil y necio. Ante la urgencia, ante los gritos, ante el fuego en las cortinas, cavila y llega a una conclusión genial: hay que llamar a un abogado para que establezca los términos del litigio y los artículos de los códigos a los que hay que apelar. Desde luego está conmovido, pero la ley señala el recto proceder; su propia gente le reclama: “¡Cómo! Un abogado cuando los están matando”, y él, impávido, responde que la jurisprudencia establece en esos casos un camino que, aunque largo, termina en la justicia, claro puede que llegue cuando la familia de al lado ya no exista. Para apoyar su argumentación se propone llamar al alcahuete de la comarca, monsieur Zapatero, siempre tan dispuesto.
Mientras tanto, el vecino de enfrente, el señor Almagro, dice que si se quiere impedir una masacre hay que intervenir. Ya. En este momento. No después, cuando la familia víctima esté exangüe. No se propone entrar él a palos en el lugar de los hechos: no puede; el borrachín y sus matones lo volverían trizas. Lo que plantea es que la comunidad y la policía como representación de la sociedad, con los familiares que adentro resisten, amarren al hampón.
No se trata de invadir la casa en la que ocurren los trágicos acontecimientos, sino de apoyar a los que resisten dentro. El vecino de al lado piensa que es necesario comprobar el cuerpo del delito, claro que cuando ese cuerpo esté aniquilado sería una prueba irrefutable, solo que tardía. El de enfrente sostiene que hay que impedir que lo aniquilen.
Amigos, la situación está más grave de lo grave que es. Por trascorrales anda otra vez la mueca horrible del diálogo con los mismos fantoches. El propósito ahora es neutralizar a los factores políticos internos que lo han denunciado; se procura inutilizar a Almagro hasta hacerlo renunciar; se insiste en que los dialogantes que pululan en Washington se activen. El zapaterismo internacional y doméstico insiste en darle tiempo a Maduro cuando está más ahogado que nunca.
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