Lo ocurrido el pasado domingo 15 de octubre es una derrota política para la Mesa de la Unidad Democrática, con graves consecuencias para la oposición venezolana. No es que el gobierno se haya adjudicado 17 gobernaciones y le haya reconocido 6 a la oposición. Eso era previsible dentro del fraudulento sistema electoral chavista que la MUD mansamente aceptó. La derrota es haber arrastrado, una vez más, a millones de venezolanos en la falsa creencia de que es posible derrocar a la dictadura chavista con votos.
Para justificar esta equivocada línea política, la MUD usó figuras de la intelectualidad y la farándula en una campaña agresiva que pretendía culpar a los abstencionistas de un posible revés electoral. También usaron retóricos operadores para amenazar públicamente con linchamiento político a quienes llamaran a no votar. A lo largo de toda la campaña estos agentes y operadores repitieron el mismo estribillo, condenando la abstención y guardando un silencio cómplice ante las prácticas de evidente fraude electoral que, eufemísticamente, la MUD se limitó a calificar tan solo de “obstáculos”.
El encaprichamiento de la MUD con esa postura miope llegó hasta altas horas de la madrugada del día 16 de octubre, cuando finalmente la ilusión se hizo a un lado para darle paso a la dramática realidad. Una vez conocida la dimensión de este megafraude electoral, la MUD —en la voz de Gerardo Blyde— se atrevió a admitir con abundante prudencia y timidez que había “sospechas de fraude”. Sería la única vez que la dirección política de la oposición usaría esa palabra maldita que estuvo ausente en sus discursos a lo largo de toda la campaña, a pesar de todas las evidencias.
Nunca sabremos a ciencia cierta cuántos electores votaron o por cuántos votos fueron elegidos esos gobernadores. Cómo saberlo, si dependemos de un sofisticado sistema fraudulento que está blindado y es inauditable. Lo único que sí sabemos es que el régimen se adjudicó las gobernaciones que quiso y le cedió el resto a la MUD. Esta ha sido su estrategia todos estos años. Ceder unos espacios sin poder real para, a cambio, lograr reconocimiento a todo el sistema político electoral. Y así seguimos.
No hay duda de que en un sistema político con garantías electorales los candidatos de la MUD habrían arrasado en esas elecciones, logrando 80% de los votos o más, como lo sugieren las encuestas. Pero no en Venezuela, donde el régimen controla todas las fases del proceso eleccionario.
Las gobernaciones que no le fueron escamoteadas a la MUD parecen ser más el resultado de una decisión política con precisión quirúrgica para desmovilizar potenciales focos de protesta, que el reconocimiento genuino a un resultado electoral.
El balance final de la elección de gobernadores es la derrota política de la estrategia improvisada de llamar a votar en dictadura. La desmovilización de la calle, la confusión y la desesperanza que hoy reina en la oposición es el precio de atender a un llamado irresponsable e improvisado para participar en elecciones sin exigir ningún tipo de garantías. Llamado que nunca fue razonado ni argumentado, y que parecía más una emboscada para manipular el genuino deseo de cambio de millones de venezolanos.
El pasado 15 de octubre millones de venezolanos le dieron crédito a la narrativa de la MUD y acudieron a votar para evitar que la abstención derrotara a sus candidatos. Muchos electores se excusaron públicamente, dijeron sentirse asqueados con el chantaje y votaron con un pañuelo en la nariz, dándole otra vez a la MUD el beneficio de la duda. Esa participación desnudó, una vez más, las mentiras de la MUD. La abstención nunca ha sido el enemigo de la oposición. El verdadero enemigo de la oposición ha sido y siempre será el fraude político y electoral del Estado chavista y su Constitución de 1999. Es el fraude que la MUD nunca ha querido enfrentar. Ni siquiera en la noche del mismo 15 de octubre.
@humbertotweets