Para el mundo occidental ya estaba resultando habitual observar el marcado interés del capital chino en inversiones deportivas, de turismo o de entretenimiento en alejados destinos geográficos.

En los últimos años, los capitalistas chinos se hicieron de algunos famosos clubes atléticos en Europa o manifestaron interés y negociaron la adquisición de algunos de los más notorios. El Inter de Milán, por ejemplo, o el Atlético de Madrid o el Manchester en Inglaterra cambiaron de bandera sin levantar demasiada polvareda. Ni hablar del interés que la actividad hotelera ha estado despertando dentro del empresariado que se aventura más allá de las fronteras asiáticas. Establecimientos emblemáticos en el segmento de los viajes, como el Waldorf Astoria en Nueva York o el Hotel Ritz en Madrid y el emporio francés de Club Med, pasaron a ser inversiones chinas y, a pesar de que en su momento corrió mucha tinta en torno a esos hechos en la prensa occidental, ya ni se les menciona como curiosidad.

A todo ello se suma la incursión que los empresarios asiáticos habían comenzado a hacer en el área de desarrollos inmobiliarios en las grandes capitales mundiales.

Este tipo de inversiones de importante nivel de riesgo y altamente visible había estado creciendo al mismo ritmo acelerado que toda la inversión foránea del gran gigante asiático emprendía en el mundo entero. Hasta que en 2016 el tema pareció habérseles ido de las manos. Hubo pánico en las entidades encargadas del control de la colocación de capitales en el exterior y el desarrollo de actividades empresariales externas.

El ritmo de expansión era tan acelerado que el país estuvo a punto de convertirse en un exportador neto de capitales, al cierre del año pasado, cuando su inversión no financiera en el extranjero fue de 117.000 millones de dólares contra 124.000 millones que recibió de inversiones foráneas.

Hasta ese momento las salidas de capital iban principalmente dirigidas a inversiones en desarrollo de infraestructura, explotaciones extractivas de minerales y petróleo, asuntos navieros y de transporte, telecomunicaciones y nuevas tecnologías. Todas estas eran consideradas inversiones “serias”.

El caso es que todo lo anterior provocó un cambio estratégico que se está orquestando en la capital de imperio asiático desde fines de 2016. Motorizado por políticos que estiman “irracionales” algunas de las operaciones foráneas emprendidas por empresas chinas, el gobierno central ha anunciado una serie de medidas encaminadas a restringir la salida descontrolada de capitales hacia actividades que no aportan nada al crecimiento del PIB, lo que es hoy el principal objetivo de las autoridades en el terreno de lo económico. El nuevo concepto de “racionalidad” va ahora orientado en ese sentido. Todas las inversiones deben recibir autorización previa y aportar a la solidez y expansión económica del país como conjunto. Ya se sabe que los sectores más afectados serán el inmobiliario, el cultural, los deportes o el entretenimiento.

Es así como 2017 presenta un notable cambio en la tendencia. En el primer semestre fueron más abultados los montos de capitales no financieros que ingresaron al país para actividades productivas que los que fueron exportados. De esta manera este año ya se recibieron 72.790 millones de dólares contra 57.200 millones colocados en el exterior.

Hay quienes aseguran que para fines de 2017 las inversiones de la segunda economía mundial alcanzarán casi la mitad de lo que fueron en 2016.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!