Los procesos políticos no son idénticos unos a otros, ya que las circunstancias que los originan tampoco son iguales. Sin embargo, el estudio con perspectiva histórica permite descubrir tendencias que arrojan rasgos de similitud que conviene tener en cuenta, además de la condición cíclica que la historia enseña.
Lo anterior viene al caso si tenemos en cuenta lo que acaba de acontecer en México con la elección de Lopez Obrador y su similitud con lo que ocurrió en nuestra Venezuela hacia o antes de 1998 que dio origen a la difícil situación que hoy vivimos. Seguramente algunos mexicanos se estarán preguntando si a lo mejor su país no haya elegido navegar por el equivocado rumbo que la patria de Bolívar enfrenta hoy.
Es cierto que Venezuela y México son países diferentes con muchos rasgos que los distinguen al uno del otro. Sin embargo, no es menos cierto que también existen muchas coincidencias que hacen posible relacionar sus realidades. Un misma historia colonial, religión, cultura, desigualdad social y –por sobre todo– un hastío cada vez más creciente ante los vicios generados, madurados, cultivados y ya casi determinantes de la clase política dominante como lo son la corrupción desenfrenada, y el desencanto generalizado de pueblos que a lo largo de décadas enteras de discurso político estéril no logran verle “el queso a la tostada”. Hasta los procesos políticos de violencia son parecidos, como nuestra Guerra Federal con la Revolución Mexicana o la actual ola de violencia que sacude a la nación azteca que tiene rasgos de similitud con el desborde generalizado del hampa que se ha instalado en nuestro país. Ello sin dejar de tomar en cuenta la renovación generacional de la nómina de votantes que hace que muchos jóvenes no hayan conocido épocas mejores.
Es por eso que como “veteranos de la desgracia” que somos los venezolanos, bien pudiéramos arrogarnos la libertad de afirmar algunas ideas acerca de lo que –desde esta perspectiva– creemos puede suceder a la patria de Benito Juárez que, por encima de todos sus males, vive la muy mentada mala suerte expresada por Porfirio Díaz (el Guzmán Blanco azteca) de “estar tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
El caldo de cultivo de Venezuela en las etapas postreras de la llamada cuarta república se asemejaba en mucho al del México de las últimas décadas. El autismo del partido político dominante (PRI), el fallido intento de mejora por parte del grupo que lo sustituyó por algún tiempo (PAN), la impunidad institucionalizada, la corrupción como parte integral de la vida pública y hasta de la privada con la tradicional “mordida”, la imposibilidad de contener la violencia originada en los carteles de la droga, etc., han impedido al ciudadano de a pie apreciar las ventajas que durante los últimos años le deparó un apreciable desarrollo económico sustentado en el Nafta (mercando común) y en la flexibilización petrolera que –lamentablemente– no se reflejaron en beneficios tangibles distribuidos con equidad. A lo anterior agréguese la eficientísima campaña a favor de López Obrador desplegada por la soberbia del presidente Trump que con su discurso humillante, peyorativo y altanero logró ofender a sus vecinos del sur, casi más nacionalistas que los restantes latinoamericanos, o la decisión de construir un muro fronterizo pretendiendo obligar a México a pagar por él, o la unilateral decisión de renegociar a lo macho el Tratado de Libre Comercio (Nafta) que vincula a Estados Unidos con México y Canadá, o la ofensiva generalización que califica a todos los mexicanos como rateros, violadores, narcotraficantes y demás descalificativos. Eso pesa.
Lo malo de todo eso es que, junto con el populismo, alimenta en muchos la creencia de que hace falta el caudillo, el mesías, el vengador, etc., que por fin va a poner orden y –por encima de todo– repartir mejor los recursos existentes sin mayor preocupación por la generación de otros nuevos. Ese fue Chávez en 1998 y en este caso López Obrador con el potencial beneficio para este último de no ser militar, de tener una buena formación política previa, de haber acatado las reglas del juego democrático sin haber intentado golpes de Estado, etc. Izquierdista sí es, pero tal definición no es una descalificación si se lleva a cabo dentro de las reglas del juego democrático (Lula, Lagos, Bachelet, Mujica, Humala, Moreno, etc.). Diferente al caso de los que se sirven de la democracia para destruirla (Hitler, Mussolini, Perón, Fujimori, Chávez, Evo, Ortega, etc.). ¿Para qué lado se inclinará AMLO?
Este opinador, sin credenciales de vidente pero con algún kilometraje y muchos desengaños en estos caminos, no cree en ninguna de las promesas de moderación proclamadas por AMLO después del pasado domingo de su triunfo. Las noticias nos informan que en conversación sostenida con los dirigentes patronales del Consejo Coordinador Empresarial (equivalente a Fedecámaras) resolvieron “enterrar el hacha de la guerra” y caminar juntos la senda del entendimiento, etc.,etc. ¡Yo te aviso chirulí!, diríamos en Venezuela aquellos que, no habiendo votado por Chávez –el encantador de serpientes–, casi nos convence aquella noche del 6 de diciembre de 1998 cuando conocido su legítimo triunfo en las urnas proclamó en el Ateneo jurando y rejurando el credo tan democrático como plural y amplio que prometía para su gestión. Lo que siguió – y sigue– ya lo sabemos.
En conclusión: no le creo absolutamente nada a Lopez Obrador, pienso que hará todo lo posible (preferentemente dentro de la legalidad mientras no pueda otra cosa) por dar un giro hacia el “progresismo no democrático” (estilo Kirchner, Evo, Ortega), que desafiará la soberbia de Trump tan pronto haya calibrado a su vecino, que tomará decisiones de política económica inconvenientes (revisión de la apertura petrolera), que se convertirá en aliado de Maduro & Co., que sacará a México del Grupo de Lima y, en la medida que le vaya bien, es posible que quiera intentar el recorte de las libertades cívicas que –para fortuna de México– parecieran ser un poco más fuertes que lo que eran en Venezuela. ¡Cuanto quisiéramos estar equivocados!