La unidad de los partidos políticos opositores al chavismo sin duda ha tenido fragilidades y errores. Pero si en algo ha habido consenso es en su idoneidad para manejar elecciones. En buena parte, los partidos están hechos para esa tarea, son instrumentos pertinentes para buscar votos en ciudades y villorrios. Y la unidad se impone cuando estos son agrupaciones débiles, como ha sido el caso en estas dos décadas chavistas. Unidad tanto más necesaria cuando se enfrenta a quien maneja indecentemente todo el poder, es maestro en la trastada y la agresión y logra su propia unidad con una garra muy férrea. Perogrullada que me permito para aquellos que han mitigado su nulidad en la vida nacional maldiciendo la unidad, aun en sus momentos más idóneos a los partidos y sus líderes. Y porque ese recordatorio es importante cuando más los vamos a necesitar.
Nadie dirá que la historia de nuestros números electorales es deslumbrante; de serlo, no estuviéramos en la agónica situación en que vivimos. De las muchas elecciones que hemos vivido, apenas en dos de ellas hemos salido vencedores. Y solo una la consideramos como el inicio de un nuevo día, las parlamentarias de 2015. En la otra al menos demostramos que el ungido no era invencible y algún ánimo recuperamos con esa “victoria de mierda”, como dijo Chávez por televisión, a lo Trump. Luego nos trampeó haciendo lo que el soberano le prohibió en ese referéndum.
No hay duda de que en todas las elecciones habidas en estas dos décadas el chavismo ha utilizado de tal manera cualquier tipo de ventajismos que hacen que buena parte de sus victorias deban ser consideradas fraudulentas, si se entiende este concepto en su sentido estricto. El CNE lo ha reducido, para provecho de sus señores, a lo meramente electrónico, con lo cual han querido tapar, verbigracia, desde la compra de votos con el dinero público hasta la violencia física o el abuso mediático… Pero la elección a la asamblea constituyente es una raya amarilla, un parteaguas, entre esa sórdida manera de usar el poder ya institucionalizada y lo que aparece con ella, la más alevosa violación de la Constitución, la ley y hasta las normas de procedimientos mínimas. La constituyente fascista abrió las puertas del infierno, la incesante tarea de anular toda probidad del voto, que ya saben irremediablemente perdido para su causa y que solo podrán hacer suyo mediante los más desmedidos crímenes electorales.
A esa hazaña electoral, un club constituyente donde no ha habido una sola decisión que no haya sido por unanimidad de sus centenares de socios, siguieron las fraudulentas elecciones de gobernadores y luego de alcaldes, que la mayoría de la oposición ya no quiso avalar con su participación.
Pero había que hacer todavía más, destruir los partidos y la unidad. Se usaron zancadillas contrarias a toda legalidad y lógica como la obligación de validar a los partidos abstencionistas en las municipales, la anulación de Voluntad Popular y la tarjeta de la MUD, emblema unitario. Y, suma desfachatez delictiva, la orden de la ANC de realizar las elecciones presidenciales en un lapso absurdo técnicamente, ventajoso para su racha fraudulenta y con seguridad escenario para todas las violaciones comiciales. La muerte del voto, la voz soberana.
Hoy miércoles hemos visto un espectáculo inigualable, Jorge Rodríguez, en una especie de éxtasis místico y payasesco declarando al cese de la negociación dominicana que la gran hora de la paz y la concordia había llegado, que se había firmado un preacuerdo donde las partes coincidían en todos los puntos, salvo unos milimétricos detalles que se suturarían en las próximas horas, para llegar al acuerdo definitivo. Se había derrotado a las fuerzas injerencistas y sancionadoras imperiales. Y Maduro era un santón de la concordia humana. Minutos después supimos, por un Borges con cara de pocos amigos y luego por los asesores técnicos, que no había tal preacuerdo y que los detallitos por arreglar eran la fecha y las condiciones de decencia de la elección presidencial, así como el reconocimiento de la constituyente.
Señores esperemos esos escasos días, eso sí, sentados y comenzando a pensar la estrategia con la que enfrentaremos la fase más ruda de este proceso infernal.
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