Cuando escribí el primer artículo de esta serie sobre la Asunción de la Virgen María, anuncié que uno de los pintores que comentaría sería Francisco de Goya y Lucientes. A muchos les pudo haber asombrado esa elección, en tanto, al reducir los pintores que se han ocupado del tema, muchos se hubiesen inclinado por Bartolomé Esteban Murillo.
De Murillo es mucho lo que se puede decir, hablar y comentar; no en balde, según sus críticos, fue el pintor de un significativo reconocimiento más allá de las fronteras españolas, al punto de ser incluido en la famosa obra histórica de Arte de Joachim von Sandrart, «Academia alemana de las nobles artes de la arquitectura, escultura y pintura».
Escogí a Goya porque siempre he sentido una profunda admiración por sus obras. Lo he repetido en cada artículo; el escogimiento obedeció a gustos estrictamente personales.
Comenzaré por trazar algunas notas de orden biográfico que permitan contextualizar no solo su obra en general, sino la versión que realiza de la Asunción de la Virgen María.
Francisco José de Goya y Lucientes nació en Fuendetodos, Zaragoza, España, en 1746, y falleció en Burdeos, Francia, 1828. Ha sido calificado como uno de los grandes artistas europeos de mayor relevancia y cuya influencia ha llegado a trascender siglos, e incluso, hay quienes ven en sus obras un principio precursor del Impresionismo.
Como su primer maestro se encuentra su padre, Braulio José Goya y Franque, quien le enseñó a Francisco su oficio de dorador, arte que consiste en sobreponer una capa dorada sobre madera u otros materiales para realzar su apariencia. Sin embargo, su aspiración era convertirse en pintor y, por ello, se marchó a Madrid, donde fue alumno de Francisco Bayeu, y, en 1775, contrajo matrimonio con Josefa, hermana de Bayeu.
En las biografías que he consultado sobre Goya, suele citarse que, posiblemente, gracias a su cuñado, logró trabajar en la Real Fábrica de Tapices, y, durante ese tiempo, produjo 63 cartones, cuyos temas giran alrededor de escenas cotidianas y relativas a momentos placenteros, agradables, donde emplea un colorido claro, muy expresivo. Son representaciones que trasmiten alegría, frescura. Su trabajo en la Fábrica Real de Tapices, si bien no representaba una gran cantidad de dinero, si le proporcionó un camino que le conduciría a establecer relaciones en la corte de la Casa Borbón. De hecho, Carlos IV y su consorte, María Luisa de Parma, fueron sus mejores y más importantes clientes.
En el conjunto de su obra hay diversidad de temas tratados, pinturas religiosas, alegóricas, mitológicas; fue un magnífico retratista; realizó estupendos grabados, y qué decir de sus pinturas negras. Gran parte de su obra está inmersa en la descripción pictórica de la sociedad en la que le tocó vivir. Fue un excepcional testigo de su época, que escribió Historia con su pincel.
Muchas veces se le cita como el autor de las Majas o del Retrato de Carlos IV y familia, -cuadros célebres y maravillosos-, pero Goya crea pinturas que revelan de manera fehaciente su peculiar y perspicaz preocupación por los problemas sociales de su tiempo. Basta con recordar los cuadros representativos de los sucesos del 2 y 3 de mayo de 1808; así como los grabados y las pinturas negras, esa serie de murales conservados en el Museo del Prado.
Podría detenerme en cada tema, sobre todo en la iconografía goyesca referida a la Guerra de Independencia de España, es decir, el 2 y el 3 de mayo de 1808, sucesos pintados con un realismo estremecedor; en otros artículos y cursos los he calificado como “Los imperdibles del Museo del Prado”, refiriéndome a que no hay una visita al Prado que sea completa, si entre las salas visitadas no está la que exhibe estos dos cuadros. Pero, el acuerdo previo ha sido comentar La Asunción de la Virgen María pintada por Goya.
Entre sus facetas características, la dedicada a la pintura religiosa posee un alto valor artístico. Desde sus primeras producciones, pinta cuadros relacionados con la religión. No es la pintura religiosa de Goya precisamente “convencional”; responde a su preparación e ilustración. Voy a citar solo algunas de estas obras, La Adoración del Nombre de Dios (bóveda del Coreto del Pilar, Zaragoza); Vida de la Virgen (muros de la Cartuja de Aula Dei, Zaragoza); Regina Martyrum (cúpula de la Basílica del Pilar, Zaragoza); Frescos de la Ermita de San Antonio de la Florida (cúpula y las pechinas de la Ermita de San Antonio, Madrid); Cristo crucificado (Museo del Prado); Santas Justa y Rufina (Museo del Prado); La última comunión de San José de Calasanz (Museo de la Residencia Calasanz, Madrid).
La Asunción de la Virgen de Goya, se encuentra en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, Chinchón, Comunidad de Madrid, y es un óleo sobre lienzo de dimensiones considerables: 311 x 240 cm. Es las reseñas que se encuentran sobre esta pintura, se hace hincapié en que fue hecha en 1812 (fecha cuestionada) para presidir el altar mayor de la mencionada iglesia de Chinchón; además, se señala que, probablemente, fue un encargo de quien era su capellán, Camilo Goya, hermano de Francisco, luego de que la iglesia fuese incendiada y asaltada por las tropas francesas durante el aciago año de 1808.
La obra ha sido protagonista de varios traslados. Durante el período de la Guerra Civil fue separada de su localización tradicional por orden de la Junta delegada de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico. A pesar de no saberse con exactitud donde fue resguardada, se cree que sería en el Museo Nacional del Prado. Se presume que, durante todo el tiempo de la Guerra Civil, la pintura fue movida varias veces, al igual que las obras del Prado: Valencia, Cataluña y Ginebra; fueron remitidas de nuevo al Prado en distintos envíos a partir del 14 de mayo de 1939. Desde que fue devuelta a la iglesia de Chinchón, ha permanecido allí, salvo durante la restauración de la iglesia (2004-2007), cuando fue traslada en depósito al Museo del Prado (Cfr. Fundación Goya, Aragón).
He leído algunos estudios sobre este cuadro que, en mi criterio, son muy superficiales. Señalan que su elaboración siguió pautas tradicionales, sobre todo en el tratamiento de los rostros. Discrepo de esos “análisis”. La Virgen es pintada por Goya con un contorno muy femenino y una profunda dulzura en el rostro. La Virgen está reclinando ambas rodillas sobre una nube de color muy claro, fijando claramente el centro de la pintura, y es llevada al plano celestial por la corte de querubines de diversos tamaños que la rodean, y su semblante expresa éxtasis. Hay un manejo del color gris que produce un efecto muy peculiar en el tradicional rojo carmesí de la túnica que se torna rosa, así como también se vuelve celeste el acostumbrado manto azul oscuro, colores habituales en las distintas representaciones de esta advocación de María; con ello, Goya consigue una gran armonía en el colorido del cuadro.
Sobre la cabeza de la Virgen se aprecia un espacioso halo, sobresaliendo sobre el fondo grisáceo. Las figuras que representan a los ángeles mayores de la parte inferior tienen expresiones juveniles, y van cubiertas en las cinturas con gasas de varios colores.
Vale destacar el escorzo de uno de los ángeles, quien aparece con posición de adoración; su vestimenta de gasas azules y carmesí, junto al blanco de sus alas, dan un gran movimiento a la representación iconográfica.
Es una obra muy importante dentro de la producción de Goya; incluso, el propio artista la reconoció «como una de sus obras más destacadas».
He finalizado esta serie de artículos con Francisco de Goya y Lucientes, porque, entre otras razones, creo firmemente que Goya es un patrimonio de España, de toda España, y que su obra posee un alto y representativo compromiso social con su época y su entorno.
@yorisvillasana
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