COLUMNISTA

Fortaleza y destino

por Héctor Concari Héctor Concari

El tema de los mutilados de guerra ha sido recurrente en el cine americano. Y la narrativa respecto a esas heridas ha sido siempre una metáfora del cariz de los conflictos en los cuales se han originado. Dicho de otra forma, el discurso respecto a la discapacidad ha sido siempre un comentario sobre la política exterior, o más sencillamente la política a secas. Anotemos, de paso, que el tema ha dado varios títulos estimables y al menos una obra maestra.

Los mejores años de nuestras vidas es un viejo filme (1946) de William Wyler que analizaba el regreso a casa de tres ex combatientes y su reinserción en la vida cotidiana de un pequeño pueblo americano. Uno de ellos había perdido las dos manos, un tema que la película comentaba visualmente mostrando un avión sin sus motores sobre el final. Sigue siendo una de las grandes películas del cine, porque bajo las banderas del triunfo reciente, en una guerra indiscutiblemente justa, se cobijaban tres dramas individuales que desplazaban una posible veta triunfalista, para privilegiar las aristas personales y dejar en claro que, para todos, la vida iba a ser distinta después de la guerra.

El conflicto de Vietnam fue esquivado puntillosamente por el cine, al menos por el cine comercial. Estados Unidos se retiró en 1973, pero muy tímidamente fue una película de 1978, llamada entre nosotros Regreso sin gloria (traducción bastarda del más lacónico “regresando a casa” original), la que proponía otra vuelta al hogar, pero esta vez en condiciones muy distintas. Vietnam no fue una guerra justa, fue resistida por un sector muy vocal del pueblo americano y Jon Voight, confinado a una silla de ruedas, le daba un carácter muy realista a su personaje. De paso enamoraba a Jane Fonda, esposa de un oficial quebrado por las atrocidades cometidas, veladamente hacía un mea culpa por la injerencia en un conflicto lejano y extraño y se ganaba un merecido Oscar al papel protagónico.

De ese mismo año era The Deer Hunter (El francotirador) del malogrado Michael Cimino, que se llevaría en 1979 cinco estatuillas. La película, vapuleada en su momento por la crítica de izquierda, ha crecido algo con el tiempo, más allá de algunas escenas de comiquita. En una secuencia deslumbrante, Robert De Niro lograba escapar del Vietcong, con su compinche John Savage, horriblemente mutilado, a cuestas. A diferencia de la película anterior, en la cual el físico de Voight era preservado en su integridad y su minusvalía era solo funcional, esta vez Savage veía su humanidad trozada, y su vida destruida, señal de que, a pesar de la amistad (tema último del filme), el sacrificio había exigido un costo altísimo.

En todos estos ejemplos (hay otros), la minusvalía física era una secuela de una guerra externa. Los protagonistas traían consigo una condición nueva, cicatriz doméstica de un conflicto externo, justo o no tanto. Setenta o cuarenta años después la historia es muy distinta, porque el terrorismo es un parteaguas para este tema. La guerra ya no se libra solo en el exterior, sino además en el propio suelo, y específicamente en la históricamente puritana Boston, sede además de la buena parte de la “intelligentsia” americana y, en buena medida, del pensamiento liberal. Una secuencia inicial muestra al presunto agresor fuera de foco y alejándose del protagonista, para aclararnos que el tema de la película no es el terrorismo. Hay un filme de Peter Berg, Patriots day, que trata del aspecto policial del tema. Como en sus antecesoras el tema es la adaptación a la nueva realidad. La diferencia radical está en que los caminos anteriores eran esencialmente caminos individuales. El héroe, aun mutilado, iniciaba una búsqueda por reencontrarse con la sociedad que había abandonado y a la cual regresaba. Ulises e Itaca, pues. El interés de Stronger (título que remite a la fortaleza necesaria para superar el terrorismo) está en que habla de un terror que ha llegado al nido propio. La respuesta no puede ser entonces personal (el que se fue y regresa para descubrir que ha cambiado). La respuesta tiene necesariamente que ser además social y solidaria. Por eso la película dedica tanto o más tiempo, no tanto al drama de Jeff Bauman, héroe a pesar suyo, víctima de estar, por amor, en el lugar equivocado en el momento ídem, sino a la respuesta que la sociedad y la familia le dan al tema.

Y aquí está precisamente la falla. La película no logra trascender el cliché, cae en los lugares comunes de todo discurso motivacional y, en última instancia, nos dice poco sobre Jeff Bauman. Una lástima, porque el tema ameritaba mucho más. La película es salvada, a muy duras penas, por la excelente actuación de Jake Gyllenhaal y elenco.

Más fuerte que el destino. (Stronger) Estados Unidos. 2017. Director: David Gordon Green. Con Jack Gyllenhal, Miranda Richardson, Tatiana Maslany.