En días recientes tuve oportunidad de visitar las tierras de Carabobo y Aragua. Estuve en ambos estados con el objeto de conocer a empresarios que hacen vida en el país en diferentes rubros. Al principio, debo confesar mi enorme escepticismo en cuanto a la posibilidad de constatar la existencia y funcionamiento de las compañías en dos de las principales regiones de Venezuela. Después de todo, no han sido estos los tiempos en los que existan condiciones propicias para la actividad empresarial en el país. Todo lo contrario.
De allí mi sorpresa al constatar que, a pesar de las adversidades y los obstáculos, todavía existen empresarios dispuestos a hacer vida en Venezuela, a sobrellevar los riesgos y ejecutar las acciones y decisiones que fuesen necesarias, dentro de las circunstancias existentes, para crear riqueza, valor y desarrollo del país.
El tema no es menor. En reiteradas ocasiones he manifestado mi pesimismo por nuestra nación, por nuestro sentido atávico a la premodernidad y por las precarias condiciones que tenemos para establecer un sistema de economía de mercado en el país, enraizado en instituciones robustas y la prevalencia en el Estado de Derecho.
Creo que muchas de las premisas expuestas sobre nuestras deficiencias siguen aún vigentes. Sin embargo, no deja de ser alentador ver de primera mano lo que significa el empeño de querer seguir adelante y no claudicar. A menudo, muy a menudo, son necesarias dosis de esperanza para no rendirse. Es motivador saber que a pesar de todo existen personas dispuestas a no tirar todo por la borda, a mantener el curso del timón y a visualizar otro escenario más promisorio para el futuro.
Si bien el desarrollo y la edificación de una cultura empresarial sólida, ajena al clientelismo y a nuestra herencia mercantilista representa una tarea inconclusa, no es menos cierto que también existen indicios que pudieran augurar una transformación en el modo como se han venido desarrollando nuestras empresas. Varias décadas de socialismo real no han caído en saco roto, y aun y cuando todavía prevalezcan muchos indicios proclives al estatismo, a la intervención y al control, al mismo tiempo se ha generado una corriente –impensable en otras épocas– que defiende la importancia de la libre empresa y del comercio de la mano de la iniciativa privada.
En todo caso, el tema que nos compete es otro. Que, a pesar de la adversidad, hay quien resiste, y que a pesar de los momentos oscuros se ven claros de luz. No es la luminosidad que quisiéramos, plena y virtuosa, pero sirve de aliciente, que ya es mucho. Recordemos que al final el sistema que vivimos busca minarnos como seres humanos y anularnos como individuos, de forma tal que no quede espacio alguno para que podamos discernir, pensar y construir nuestro proyecto de vida.
El hecho de que todavía existan sujetos dispuestos a producir bienes y servicios en un clima hostil, que reafirmen las bondades del comercio por encima de empresas de maletín, contrataciones turbias y tarantines hechos para la legitimación de capitales, constituye un gesto cuando menos reconfortante. Lo que es más: para esos empresarios, a pesar de todo, aún existen incentivos positivos que permiten hacer vida en el país, o al menos diagramarla para el futuro.
De forma tal que nuestro escepticismo, si es que así podemos calificarlo, no radica en un pesimismo cerrado, destructivo e inefable. Por el contrario, nuestra genuina preocupación por el país nos hacer ser críticos, al tiempo que reconocemos las cosas buenas cuando las vemos. A diferencia de otros, no son la soberbia y la arrogancia nuestras cualidades rectoras. Bienvenidos sean más y más focos de esperanza.
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