Al final de todo parece que Michelle Bachelet no resultó tan comunista ni tan amiga de Nicolás Maduro como algunos afirmaban.
El informe de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha sido lapidario. Punto a punto fue desnudando a un régimen que ha hecho cotidianos la violación y el irrespeto, y dejó claro que tiene muy pocos apoyos internacionales, por lo que o corre o se encarama.
Bachelet no le dio oxígeno al régimen, como pregonaban los más radicales de la oposición, descalificadores de antemano de cualquier intento que no sea entrarnos a trancazos, y al contrario le asestó una puñalada trapera al mandatario y su entorno, que se empeña en atornillarse al poder, pero con muy poco espacio de maniobra.
Bachelet es funcionaria de la ONU, un organismo que ha documentado la crisis humanitaria que se vive en el país y que busca una solución al tema migratorio, que se desborda y amenaza a los demás países del continente. Su actuación, los pasos que dieron ella y su gente, son cónsonos con esa visión y muestran que se puede confiar en la institucionalidad, aunque esta tarde y a veces parezca no llevar a ninguna parte.
Bachelet es pieza fundamental para conseguir una salida, como ya he dicho con anterioridad, y su cercanía a la izquierda precisamente le da los elementos para dejar desnudos a unos gobernantes que ni socialistas son.
Las próximas semanas serán decisivas para una negociación que se cocina en otros niveles, más allá de nuestras fronteras: elecciones generales sin Maduro de candidato y con un nuevo Consejo Nacional Electoral. El cese de la usurpación puede que esté más cerca de lo que creemos, aunque todavía nos toque hacer un último esfuerzo, porque lo de los marines y la invasión militar es un mal sueño que tiene poca probabilidad de convertirse en realidad.
Bachelet terminó haciendo por nosotros más que nosotros mismos.