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El fin de la función

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Me estoy cuidando mucho (hablo en nombre de millones de venezolanos). Con la ayuda de Dios voy sorteando la inseguridad, la carestía, la inflación, la ausencia de los hijos y los nietos, la estulticia oficialista, la mengua en la calidad de vida, el odio y la desesperanza, para no perderme el final del drama que estamos viviendo. Como todo drama, este tuvo un principio y tendrá un final. Entre ambos están, para el recuerdo imperecedero, los muchos acontecimientos, la mayoría de ellos amargos, que hemos experimentado los venezolanos en estos últimos 19 años. “Episodios” llamábamos, hace tiempo, cuando éramos niños, a las funciones cinematográficas parciales que pasaban semanalmente en los cines de la época. Eran capítulos de series de aventuras fantásticas que se exhibían por partes, como Flash Gordon en MarteEl imperio contraataca, etc. Cada episodio finalizaba en un momento crucial de la historia, dejando al “muchacho de la película” en una situación crítica, en peligro de muerte o en manos de un archienemigo dispuesto a liquidarlo. La cosa quedaba en suspenso hasta la siguiente entrega, en la cual se superaba favorablemente la situación y el héroe se salvaba. En la misma forma transcurrían todos los capítulos hasta el penúltimo, porque en el último, invariablemente, triunfaba el héroe de la película que representaba el bien y sucumbía el villano que simbolizaba el mal.

Las narrativas de las historias de malvados en el cine, la radio, la televisión y la novela, tienen siempre la misma estructura temática, en la que el bien, golpeado incesantemente por el mal, sufre derrotas pero no se rinde, y al final triunfa sobre aquel. El malhechor es eliminado, neutralizado o encarcelado. Si limpiamos esas obras de sus exageraciones, falsos idealismos y banalidades, sus armazones temáticas tienen cierta, y hasta diría mucha semejanza con lo que pasa en la vida real, en la eterna contienda entre el bien y el mal. Porque no es cierto que en la vida se imponga invariablemente el mal y los villanos se salgan siempre con la suya. Si así fuera no existirían la paz, la justicia, la libertad, la alegría, ni ninguna de las muchas cosas buenas que abundan en las sociedades desarrolladas y cultas, en las cuales vale la pena vivir.

Hay villanos en abundancia, seres ruines, ególatras y sicópatas crueles que triunfan, por diversas circunstancias de lugar y tiempo, en la política, la economía y en la vida ordinaria. Son bribones de todo pelo que poseen carisma personal, utilizan un discurso seductor y demagogo y gozan de una desvergüenza total. Hacen uso y abuso del poder que les confieren sus mañas y ardides. Enardecen y movilizan a las masas, conduciéndolas invariablemente hacia su propio mal. Utilizan la mentira, el engaño y la astucia para imponerse sobre quienes los adversa, logrando triunfos pasajeros, pero al final pierden la partida y dejan esparcidos por doquier los restos del naufragio de sus vidas y de sus obras.

En la ficción cinematográfica, televisiva y literaria, como en la vida real, fluyen las situaciones (episodios) que tejen el auge y la caída de los villanos. Después de muchos brillos, honores y éxitos, los rufianes encumbrados empiezan a desmoronarse y a ser víctimas de sus propias maldades. Comienzan a ser vistos como realmente son. Se descubren sus debilidades, corrupciones y miserias y terminan derrotados por la vida, por la gente y por la historia. Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Zedong, Pol-Pot, Pinochet, Videla, Trujillo, Somoza, Gómez, Fujimori, Fidel Castro, etc., (para mencionar solo algunos de los villanos contemporáneos) son ejemplos evidentes de esa afirmación. Lo mismo ocurrirá con los futuros integrantes de la lista, entre los cuales estarán, sin dudas, los responsables del drama venezolano.

En Venezuela la función está llegando a su fin y debemos permanecer sentados en nuestras butacas hasta que aparezca la palabra «End». Estamos viendo los últimos episodios del drama que nos ha tocado vivir. Será el final del proceso que tuvo el atrevimiento de llamarse revolucionario y, para colmo, bolivariano. Lo cual será por el bolívar que ha llenado insaciablemente los bolsillos revolucionarios y no por el Libertador que nada tiene que ver con ese revoltijo de populismo, militarismo, caudillismo y marxismo, que logró la proeza de convertir a un país rico en pobre justo cuando percibía los mayores ingresos de su historia.

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