COLUMNISTA

La fiesta del chivo y los tiempos que vivimos

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

Es la primera vez que llevo La fiesta del chivo (2000) del gran Mario Vargas Llosa a las aulas. Lo hice con la intención de animar a mis alumnos a la lectura con la que considero la mejor novela histórica (sobre el dictador Rafael Leonidas Trujillo), la cual les permitirá una primera aproximación al fenómeno del personalismo político en especial el iberoamericano en el siglo XX. Era el pretexto para desarrollar temas de historia política y social.

El método usado fue darles un tiempo prudente para un primer “encuentro” (los 12 primeros capítulos) y después unas semanas para la otra mitad del texto, ya hicimos el primero y nos faltaría el segundo (les contaremos, Dios mediante, en otro artículo).

No lo niego, tengo mis razones para elegir este libro, no solo las que ya dimos sino también que el mismo me animó a dedicarme al estudio de los autoritarismos por ser uno de los mayores males de la humanidad, principalmente los más radicales; aquellos que, como dice el personaje Urania Cabral, hacen que los que están cercanos al poder (¡o incluso “el país entero”!) pierdan “los escrúpulos, la sensibilidad, el menor asomo de rectitud. ¿Era ese el requisito para mantenerse en el poder y no morirse de asco? Volverse un desalmado, un monstruo…” (capítulo VII).

Al principio, después de preguntar por el autor y el contexto histórico de la República Dominicana, pedimos algunas impresiones sobre la lectura y las técnicas literarias usadas. Fue evidente que cada tres capítulos se repiten tres historias paralelas que poco a poco se empiezan a entrelazar: la primera: Urania Cabral en 1995 visita a su padre anciano y enfermo y llena de resentimiento comienza recriminarle su papel como senador y parte del círculo íntimo del dictador, y por medio de flashbacks  y un diálogo consigo misma (se usan ambas técnicas en todos los personajes) se comienza recordar su vida de niña y de las familias de dicho círculo sobre todo en 1960 y 1961. La segunda es el propio Trujillo junto con su séquito más cercano ante la crisis de su régimen por las sanciones que les aplicó la comunidad internacional lideradas por el gobierno de Rómulo Betancourt (no olvidar la doctrina en relaciones exteriores que lleva su nombre) y Estados Unidos; y la tercera son la vida de los conspiradores y sus razones para intentar matarlo en torno al 30 de mayo de 1961.

Les pregunté por las características del personalismo político con ejemplos basados en la novela y muy especialmente si lograban identificar algunas ideas marco o generales que el autor quiera mostrar en su texto sobre este fenómeno histórico. Al principio describieron los abusos de los derechos humanos, lo sanguinario, pero la mayoría se leyó un pésimo resumen que se “pasaron” por Whatsapp. Pésimo porque no explicaba correctamente cada capítulo ni el sentido de la novela y hacía odas al dictador en el sentido de que «quería el bien de su país y no robó», afirmaciones falsas pero que los estudiantes por no leer la novela terminaron adoptando. Aunque este hecho fue perfecto para advertir cómo los pueblos son seducidos por los “tiranos”. Son engañados por sus medias verdades, mitos o grosera propaganda. Al final, más de tres creo que se la leyeron por sus intervenciones y ya eso es ganancia.

Mario Vargas Llosa nos da a entender que para la época era la más brutal y la que había logrado desarrollar las características del totalitarismo. “En el sistema de Trujillo (…) todos los dominicanos tarde o temprano participaban como cómplices, un sistema del que solo podían ponerse a salvo los exiliados (no siempre) y los muertos”. En lo económico, por ejemplo, “los ricos, si querían seguir siendo ricos, debían aliarse con el Jefe, venderle parte de sus empresas o comprarle parte de las suyas” (capítulo 9). De manera que todos eran empleados y obedientes al dictador por medio de la dependencia económica, la propaganda o el terror de su sistema represivo; pero muy especialmente por el envilecimiento. Al final todos, de alguna manera, habían perdido el libre albedrío. No eran libres.

Trujillo obligaba a sus más cercanos servidores y, como dice Urania, a todo el país a envilecerse. Participar de un sistema que lo despoja de su conciencia para terminar convertido en un monstruo. Esto es lo que descubren los conspiradores en sus vidas y por ello toman la decisión del tiranicidio. Y la peor expresión de dicho envilecimiento será la violencia sexual con la complicidad de las personas más cercanas. Es inevitable la pregunta en la Venezuela actual: ¿nos pasa lo mismo? ¿El chavismo ha construido un sistema de complicidades corruptas? Creo que sí, y lo que vimos el fin de semana fue espantoso: otra vez los colectivos y ahora la fuerte sospecha del uso de presos para reprimir en esos grupos paramilitares. La quema de insumos médicos y alimentos por parte de los cuerpos represivos cuando las mayorías los necesitan con tanta urgencia nos interpela: ¿por qué tanta maldad? ¿Por qué lo hacen?

Solo se puede explicar por un régimen que combina un conjunto de medios que destruyen las libertades y del cual la gente solo puede salvarse, por ahora, huyendo. Es así como ya van más de 300 miembros de los órganos de seguridad venezolanos que han cruzado la frontera, incluso frente a sus compañeros en plenas labores represivas. Y lo han hecho llenos de terror. Preocupa mucho, pero nunca antes la democracia venezolana había tenido tantos apoyos para superar esta pesadilla. No podemos por ello desfallecer y el despertar a estas realidades en su sentido más profundo, tal como explica la novela de Vargas Llosa, considero que es una tarea fundamental. Sirva este ejemplo de mis clases como una pequeña y humilde contribución al fortalecimiento de nuestra cultura democrática ¡para que más nunca vivamos un horror parecido!