El día que vi la película Farinelli (Gérard Corbiau, 1994) quedé fascinado con una escena en medio de un concierto del célebre soprano en la cual una mujer de la aristocracia que había permanecido ausente durante la obra musical era literalmente seducida por la voz del castrado italiano. Quienquiera que fuese el responsable de mostrar al espectador de cine la emoción a flor de piel sentida por la dama, su mirada, la expresión de arrobo prendida en su rostro, no dejó dudas sobre la calidad de su trabajo. El hechizo de la música se percibe.
Indudablemente, a unos el arte les afecta más que a otros. Hay mujeres que no se emocionan con nada y mujeres que lloran cuando se asoma la primavera una mañana. En esto de las sensibilidades no mandan ni la igualdad ni la objetividad.
Creo que un individuo, hombre o mujer, que sienta emociones y tenga la capacidad de saborear un vino, admirar un cuadro de Picasso o un verso de Benedetti va a sufrir, seguramente tendrá una tendencia a comportarse de modo extraño buscando la soledad, pero también va a vivir una vida intensa.
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